Capítulo 51

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Hades.

Dos cosas aprendí esa noche, la primera; Atira se movía mucho al dormir lo estuvo haciendo por horas hasta que me harté y la acerqué a mí por medio de su cintura, su espalda contra mi pecho embonó perfectamente. La segunda era que había aprendido lo rápido y profundo que Atira se podría meter en la piel y pensamientos de una persona.

Cuando mi padre me decía que en el mundo había personas que se conocían de otras vidas y pactaron verse en esta me burlaba, decía que eso era imposible y que lo decía porque le gustaba ser un romántico con la vida. Él solo respondía: >>Cambiarás de opinión cuando te enamores<<. Solía reírme del amor, realmente no lo conocía, a mi parecer el amor era instantáneo, de esas veces en que eres joven y te enamoras de cualquiera que te haga sentir bien, pero con los años se iba como la juventud, por eso se registraban tantos divorcios en el reino. Sin embargo...el conocer a Atira fue la burla en mi cara de mi padre, me hice indiferente ante ella cuando en realidad sentía que me atraía por si sola —sin darse cuenta— siempre quise tenerla cerca y el hecho de que me aborreciera me hizo alejarla, puse mil pretextos para las sonrisas que me sacaba, quise fingir que no me gustaba hacerla enojar, quise ignorar que me fascinó desde que entró en mi oficina esperando un saludo de su rey. Mi ego creció en cuanto la vi ponerse celosa ante la pequeña de los Nertiz, y como un buen hijo de puta me encargué de confirmarlo demasiado bien, no sabía que pasaría después de ese momento, pero quería descubrirlo.

La sentí girarse y echarme un brazo encima por instinto al igual que su pierna derecha, la acepté fingiendo dormir tambien hasta que se movió de nuevo bajando su mano peligrosamente, el calor de mi cuerpo incrementó dando una punzada en mi miembro el cual estaba en su erección matutina, ella se pegó más a mi hasta que su abdomen pego con mi erección, brincó y yo fingí hacerlo también.

—¿Qué? —comenzó con voz melosa y asustada a la vez.

—Para odiarme me abrazas mucho cuando duermes —me burlé.

—Yo no te abrazo —refutó.

—Si lo haces.

Se separó de mi alejando su ausencia impregnada en mi espacio personal y entonces se sentó queriendo ubicarse.

—¿A los hombres siempre se les para en la mañana? —preguntó viéndome.

—¿Qué?

—Eso —me señaló, era una descarada—¿o a ti se te paro por tenerme cerca?

—Ah, lamento decepcionarte, pero es el pan de cada mañana.

—No estoy decepcionada —espetó.

—De igual manera provocas esta reacción sin que duermas conmigo. —me sinceré señalando mi miembro erecto debajo de la cobija.

En respuesta recibí un golpe en el pecho que me hizo reír más.

—Pareces nueva —me quejé.

—No lo soy —se defendió sospechosamente.

Levanté la cabeza entrecerrando los ojos ante mi sospecha haciendo que sus mejillas se tiñeran de rojo, la imaginé sonrojándose, pero no por pena si no por agitación, la cual yo provocaría.

—¿Eres virgen? —le pregunté directamente.

—La virginidad es un maldito concepto de la sociedad —se indignó.

—Bien...entonces, ¿no te has liado con nadie? —pregunté con mi miembro punzando de nuevo.

—Claro que sí idiota.

RUMBO A LA SALVACIÓN DE UNA MONARQUÍA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora