Capítulo 40

218 15 0
                                    

Hades 

         —Ah, pero yo no tengo la culpa —protestó.

—Ya, pero si me vas a acompañar.

—¿Qué día es?

—Mañana.

—¿Estás consiente de que son las doce?

—Sí.

—De igual forma mañana estaré ocupada.

—¿Haciendo qué? ¿Vagando por el palacio?

Su ceño se frunció y abrió la boca indignada.

—Si solo hago eso es por qué tú no quieres que haga nada.

—Es por el bien de todos los presentes en el palacio.

—Bueno espero y te diviertas en tu fiesta.

—Nos divertiremos —la corregí implorando paciencia.

—Te divertirás.

—Atira me caías mejor cuando no hablabas.

Vi como en los ojos se reflejaba diversión.

—Eso fue un golpe bajo que dejaré pasar solo en esta ocasión, sin embargo, me veo en la necesidad de recordarte que fuiste tú quien me hizo explotar para así sacar todo lo que llevaba dentro.

—Y ahora te la pasas aquí pidiéndome algo para hacer.

—No seas chillón apenas vine hoy y eso porque vi la luz encendida.

—¿Le estas llamando chillón a tu rey? —pregunté incrédulo.

—¿Sí?

—Bien, ¿qué quieres hacer? —accedí perdiendo la paciencia.

—Yo qué sé, solo no me quiero aburrir diario.

—Pues ve a limpiar los establos —escupí de mala manera.

Pensé que me reclamaría ofendida, pero su reacción fue peor; se interesó.

—¿Me vas a pagar bien? —preguntó

—Nadie habló de pagarte.

—Ah, lo gruñón no se te quita.

—Solo dime que quieres hacer y retírate —dije casi perdiendo la paciencia de nuevo.

—Sabes que ya nada, que consigas muchas chicas mañana.

La vi levantarse indignada del asiento y dirigirse a la puerta sin despedirse, una sonrisa amenazó con plantarse en mis labios antes de pensar que podía asignarle.

—Bien, te daré algo que hacer si me acompañas a la fiesta —accedí de mal gusto.

—Y no me dejara sola en la fiesta...ya sabe por lo de la inseguridad.

—Bien.

Ella se giró con algo de ilusión es sus ojos y me observó fijamente. Por alguna razón que desconocía mi cuerpo se comenzó a poner ansioso mientras ella me estructuraba de arriba abajo, tomé mi saco, desabotoné los puños de la camisa y caminé a la puerta en donde ella se encontraba.

—Una cosa más —advertí—. Es de antifaces.

—¿Qué?

—Lávate los oídos antes de ir —espeté saliendo por la puerta dejándola sola en el lugar.

RUMBO A LA SALVACIÓN DE UNA MONARQUÍA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora