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•Fin de la espera•

Eran días de invierno, el clima frío se había hecho algo normal, las calles de Tailandia habían sido cubiertas por una capa de nieve. Si hay algo que todos amaban en estas fechas era quedarse en casa, refugiados entre sábanas, con chocolate en mano, ¿y por qué no? Tu pareja a la par, brindándote de su calor.

Era sábado por la mañana, Vegas no se presentaría a trabajar, lo que era mejor para él, así pasaba todo el día en la casa, cuidando de Venice y pasando más tiempo con Pete.

Terminó de vestir al omega, solo por esta vez no quiso que fuera Chan quien lo hiciera. No, solo por hoy quería hacerlo él, el Alfa no le vio nada malo, después de todo era su esposo, los dejó solos para que el alfa se sintiera más cómodo.

Unos pantalones de chándal, un suéter blanco que por cierto le quedaba bastante grande debido a que pertenecía al alfa, se encargó de impregnarle su olor con la esperanza de que el omega pudiera sentirlo, y por último un gorro en su cabeza para protegerla del frío.

Lo observó con clara añoranza, se miraba bastante lindo y apretujable, con sus mejillas y nariz sonrosadas a causa del frío, su cabello un poco revuelto y largo, sus ojitos cerrados y sus pestañas largas y abundantes, sin olvidar sus labios color cereza, su lobo no tardó en aparecer.

“Míralo, es tan bello, dan ganas de protegerlo”

Si es verdad, era un omega hermoso, lástima que haya sido tan lento para darse cuenta, aún era el Pete de hace seis años, ese que lo había cautivado en ese parque aquel día de primavera, aunque haya sido tarde, agradecía que la venda que tenía en los ojos haya desaparecido, porque así tenía el privilegio de apreciar su belleza.

Tan lindo y delicado que, como el alfa había mencionado, despertaba un enorme sentimiento de protección, porque él merecía ser protegido de todas esas personas que lo habían lastimado, de las cuales él era el principal.

Tonto, Imbécil, idiota, ciego, estúpido y muchos insultos más, era la manera en la que se llamaba a el mismo, por no haber sabido apreciar lo que tenía, un omega envidiable y admirable. Sintió sus manos, picar, quería tocarlo y acariciarlo, recordar cómo se sentía su suave piel entre sus manos.

El deseo y el anhelo pudo más, sintió como su lobo movía su cola y levantaba las orejas, cuando su mano tocó la abultada mejilla de Pete, es verdad que muchas veces lo había tocado, pero esta vez era distinta, esta vez lo hacía con devoción y delicadeza, como si hubiera esperado esto por años y después de una tortuosa espera por fin lo estuviera haciendo.

Su piel siempre había sido tan suave y cálida, sus manos se aventuraron un poco más hasta llegar a sus belfos gruesos y rosados, acarició con su dedo índice, su labio inferior, probablemente cuando Pete despertara ya no pudiera tocarlo, tal vez Pete ya no se lo permita, por eso trataba de grabarse en su mente y corazón lo maravillosa que se sentía su piel.

Lo acariciaba con parsimonia y anhelo, llegó a su cuello donde aún lucía su marca, la cual hace más de un mes había sido renovada, ese mismo día cuando Pete entró en celo. Ahora aplaudía la valentía y determinación de su lobo, si tan solo hubiera tenido su mismo coraje.

Tomo sus manos y beso sus nudillos, estas se encontraban tibias a pesar de la temperatura, se sentía tan pleno y reconfortante, que incluso su lobo estaba tranquilo y a gusto.

Un beso en su cien que demostraba lo mucho que lo extrañaba, otro en su mejilla donde daba a entender el gran cariño que le tenía y le seguiría teniendo siempre, uno en su nariz agradeciendo las muchas bendiciones que había traído a su vida, y por último uno en sus labios donde sin necesidad de palabras le dijo que no importa lo que pasará en el futuro para él siempre sería su omega.

no me deseches [Vegaspete Adap.]  [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora