22.2 - Rebobinar

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3:27 AM

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3:27 AM.

El primer golpe lo dio el que embistió desde adelante mi camioneta, donde Elizabeth y Elilia estaban, llevándola a chocar contra la pared del túnel y aplastándola como a una lata vacía. El vidrio se astilló en una telaraña de diminutos fragmentos. Anahí soltó la correa de Meg cuando la camioneta la golpeó de lado y la sacó volando.

Una fracción de segundo después, llegó el que nos chocó a nosotros.

Franco aceleró y le dio de frente, evitando que diera a la caja y me matara. Quedó atrapado entre los dos camiones. El que llegaba lo hizo voltear, y el segundo se descarrió.

Con el impulso, fui lanzado metros por el pavimento. La cortina se bajó de un golpe, cayendo sobre el cuerpo echado del hombre que me acompañaba. Un grito ahogado, luego nada. Muerto.

El golpe en la cabeza me dejó varado un momento, como a un impotente testigo. Elizabeth tenía la frente apoyada contra el volante y ambas manos, incluso la quemada, aferrándose a él. Sin ver su rostro, pude notar el dolor. Elilia intentaba abrir la puerta, la pateaba e intentaba golpear el vidrio, pero estaba encerrada. Ana en el suelo, Meg con ella, Franco miraba a todos lados, sin saber cómo salir. Sacó la pistola de la guantera y la preparó. De cuclillas sobre la ventana del copiloto, miraba arriba mientras apuntaba al vidrio trasero, listo para un ataque desde cualquiera de los dos francos. El parabrisas estaba cubierto por la unión entre ambos camiones, dejándolo en un callejón sin salida.

De los dos camiones descendieron tres hombres; conseguí un atisbo del inerte cuerpo de un cuarto. No pude ver, pero imaginé que Jack estaría también muerto o inconsciente. Uno corrió para ver cómo estaba el cuarto, los otros fueron por las chicas.

Antes de que yo pudiera hacer nada, Anahí se incorporó, con las rodillas sangrantes y claras heridas en el rostro, y corrió. Mégara la siguió. Se echaron ambas sobre el hombre que forcejeaba para sacar a Elilia del vehículo. El segundo atacó a Ana. El primero cayó, formando en un instante un charco con la sangre que manó de su garganta abierta.

Lili salió por la ventana, tomando antes uno de los tablones que guardaba detrás y le dio en la espalda al que se metía con Ana.

Mientras Lili trepaba al techo, Elizabeth se lanzó fuera. Hiperventilaba, lloraba y temblaba.

Cuando el sujeto que iba a ir por Franco pasó cerca, cerré los ojos y aguanté la respiración. Mi corazón errático golpeaba el asfalto como si fueran mis propias costillas. Cuando él me dio la espalda, lo miré con odio.

Usando el maletero para cubrirse, disparó. Franco, aprovechando su cuerpo enclenque, se escondió en el espacio para los pies y respondió a las balas. Estas rozaron la chapa del vehículo, desviándose descontroladamente.

El desconocido se metió, repitiendo los disparos para que Franco no pudiera responder. Sin embargo, esto le jugó en contra; cuanto estaba ya entrando por la escueta abertura en la ventana desvidriada, se quedó sin balas. Comenzó a retroceder, alertado por el descuido. Franco se asomó y le disparó. En la adrenalina del momento, apenas se molestó el otro por la herida. Luchó contra él para sacarle el arma y se inmiscuyeron en un forcejeo que hizo mecer el auto con alarmante salvajismo. A golpes evitaban que el otro no alcanzara la pistola caída.

Solvente de mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora