32.1 - Lo peor de cada uno

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Por suerte, la lluvia borraba mis lágrimas ardientes

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Por suerte, la lluvia borraba mis lágrimas ardientes. Temblaba en mis manos una lata de cerveza que compré con lo último que llevaba en los bolsillos.

Me frustraba. Ni siquiera sabía qué, pero me frustraba. Tal vez me alteraba de más, tal vez todavía no aprendía a vivir conmigo misma. Tal vez yo era un problema.

No mis decisiones. No mis ideas.

Yo misma.

Estaba sentada fuera de la estación de servicio, en el cordón amarillo, junto al bicicletero. Tenía los pies sobre la bicicleta, el rostro en las manos, dejando que mi cabello quemado y húmedo se me enredara entre los dedos. Un cartel de «abierto» me iluminaba desde atrás. Color verde y rojo recortando mi sombra a lo largo de la playa de estacionamiento.

Un auto se detuvo frente a mí. No me animé a alzar la vista. Portazos, pasos chapoteando. La lluvia chocaba contra el parabrisas como un montón de piedras siendo arrojadas.

—¡Ana! —exclamó una mujer. Me tensé—. ¡Mi amor! ¡¿Qué te pasó?!

Sus manos desesperadas recorrieron mis brazos, obligándome a mirarla. Atrás, más lento, se acercaba su exesposo.

Papá se unió a ella en la inspección. Me removí incómoda bajo sus atenciones. El instinto me gritaba que me fuera corriendo, la cabeza me gritaba que no dejara que me vieran así, mi corazón solo quería llorar.

Cuando comprendieron mi renuencia, se quedaron quietos. Expectantes. Con sus ojos en los míos.

Los de mamá eran madera chamuscada, como los de Tadeo. Estaban confundidos y dolidos.

Sollocé. Dejé que me acunara en sus brazos, como a una niña perdida.

Porque ya no sabía qué hacer.

Ya no sabía cómo actuar. Me sentía rota, como un adorno al que lanzaron al suelo y se partió en mil pedazos.

Me negué a enfrentarme a eso durante semanas. Quería demostrar que estaba bien, que podía aguantar sin algo que obnubilara mi mente, que era tan fuerte como los demás. Como mi hermano.

Regresar a donde solía estar fue demasiado. Enfrentarme a la visión de los demás, perdidos, destrozados, verme reflejada en los ojos de Mecha cuando partió...

—Vamos, mi niña... —murmuró mamá—. Vamos a casa.

No hice más que dejarme llevar. Por una vez, no quería luchar contra mí misma.

Estoy perdida

sola, rota, un poco confundida.

Soy lo que hice de mí,

y parece que me hice lo peor de mí.

Solvente de mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora