[Esta es una segunda parte, lee la sinopsis at your own risk]
Lo único de lo que se habla en la ciudad es del Gran Incendio. Tadeo es la cara del caos, sin importar cuánto lo niegue, y Cherry no está nada contenta con el asunto.
Mientras tanto, Wal...
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—¿Qué significa el tatuaje en tu brazo?
La repentina pregunta me paralizó de los nervios. Por instinto, traté de girarlo para que no pudiera verlo, pero el reflejo hacía imposible ocultarlo. Desvié la mirada para que no se cruzara con la de su imagen en el espejo del baño, frente al que me cepillaba el cabello húmero.
—Es un código con el que mis superiores me identifican.
—¿Por qué la B?
Hice una mueca. Siempre me había enorgullecido de mi código, ¿por qué ya no me sentía así?
Quizás porque no tenía a mi padre al lado para mencionarlo como si fuera su gran logro.
Tiré con fuerza del peine, haciendo de los nudos en mi cabello las víctimas de mis problemas.
—Es un nivel. A más cerca de la A, más alto es el nivel.
—¿Nivel de qué?
Mueca. Continué peinándome, como si nada.
—¿Por qué haces todo lo que te dicen? —insistió.
—Es lo correcto.
—¿Según quién?
Jugando con las cerdas del cepillo, rascando las yemas de mi mano buena, di a vuelta sin mirar más que a mis dedos. Con cuidado rasgué el cepillo usando la mano izquierda, como a las cuerdas de una guitarra. Las heridas no dolían como antes; la conexión entre mi cerebro y el sistema nervioso periférico era débil, por lo que tenía una tolerancia particular al dolor.
Mis dedos meñique y anular tenían las peores marcas; habían sufrido quemaduras de tercer grado y era torpe con ellos, me hacían sostener con pobre agarre el rifle en la base y me tenían inhabilitada para disparar de por sí, además de la apariencia desagradable que tenían. El meñique no tenía uña, el anular apenas un trozo; la piel tenía un color ceniciento que me hacía temer que lo perdería eventualmente. Los doctores que lo revisaron en Alemania habían contemplado la posibilidad de arreglarlo artificialmente; si no podía volver a disparar, reemplazar mi mano con una artificial les parecía una opción racional.
Yo era una de las mejores tiradoras de la base, tenía más años de entrenamiento que la mayoría de los guardias y una mejor capacidad de concentración que el resto de mis compañeros. No les apetecía desperdiciarme, pero, a la vez, tampoco les importaría hacerlo.
Me senté en la cama, con la espalda recta y la extraña sensación que me daba usar ropa distinta al uniforme. Me coloqué un jersey negro que Elilia había llevado, del tamaño justo para mi cuerpo tanto más grande que el de Anahí, y me aseguré de cubrir del todo el tatuaje en mi antebrazo. Eran letras rectas y negras, con apenas los surcos necesarios para marcar la "B".
Elilia tapaba siempre con grandes camisas cuadrillé y chaquetas de jean el suyo. Si el calor apremiaba, olvidaba los abrigos y pintaba con destreza encima, haciendo mariposas y peces azules. Jugaba artísticamente con el cero negro en su brazo y ni sus amigos cercanos lo notaban.