En un pequeño rincón del tiempo, entre las sinuosas calles de Montecarlo, Mónaco, dos almas se entrelazaron desde la infancia, tejiendo una amistad que desafiaba las barreras temporales, incluso aquellas que separan la amistad del amor.
Ella, con un...
Una vez que cerré la puerta detrás de mí y entré en la habitación, sentí un aire frío, casi glacial. El sonido de las máquinas era un zumbido constante, interrumpido solo por el pitido rítmico de los monitores. Al fondo, Julie yacía en la cama, con una mascarilla de oxígeno cubriendo su nariz y boca. Tenía vendas alrededor de la cabeza, como alrededor de su frente, pero su cabello caía por los costados, enredado y apagado. Unos cortes visibles en algunas partes de su rostro, añadía a la imagen de fragilidad y dolor.
Comencé a dar pasos lentos hacia ella, observando cada detalle con atención. Había moretones en sus brazos, como evidencia de lo que había pasado. Todo en ella parecía tan frágil, tan diferente de la Julie que conocía.
Había una venda grande alrededor de su abdomen, cubriendo el camisón del hospital. Los vendajes ocultaban las cicatrices de la cirugía, donde los médicos trabajaron para reparar las costillas rotas y detener el sangrado interno en el hígado. Los cables y tubos conectados a su cuerpo eran un recordatorio de lo crítica que era su condición.
Me acerqué a su cama y tomé su mano suavemente. Estaba cálida, pero no se movía. Quería sentir algún tipo de respuesta, algún indicio de que me escuchaba, pero todo lo que tenía era el sonido del oxígeno siendo bombeado por la mascarilla y el pitido de los monitores.
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Me incliné hacia ella y le susurré, con la voz quebrándose por la emoción.
—Mi amor —dije, sin saber si me escucharía—. Estoy aquí. He vuelto. Ya... ya estoy aquí.
El silencio era casi ensordecedor. Todo lo que quería era ver un pequeño movimiento, un apretón de mano, algo que me hiciera sentir que estaba escuchando. Pero Julie no respondió. Estaba allí, pero al mismo tiempo, parecía estar tan lejos, como si estuviera en un lugar al que no podía llegar.
—Por favor, Julie. Despierta —dejé salir las lágrimas acumuladas—Por favor, no... no me dejes. No me dejes tú también, por favor-
La angustia me envolvía mientras las lágrimas caían sobre su mano inmóvil. No podía soportar la idea de perder a Julie, no después de haber perdido a tantas personas importantes en mi vida. El vacío y el dolor de perder a alguien cercano eran algo con lo que luchaba cada día, y el solo pensamiento de que ella también se fuera era insoportable.
Sentía que el tiempo se detenía mientras la miraba, esperando algún signo de que estaba allí, de que podría volver a mí. El pitido constante de los monitores y el zumbido de la mascarilla de oxígeno eran los únicos sonidos que llenaban la habitación, y me hacían recordar lo delicada que era esta batalla.
Me incliné hacia ella, deseando que pudiera escucharme, que mis palabras la alcanzaran de alguna manera.
—Me enteré de lo que hiciste —intenté sonreír, pero mis mejillas ya estaban empapadas de lágrimas—Mi amor, le salvaste la vida a alguien. Eres valiente, lo admito, pero no tenías que hacerlo, ¿eh? —Intenté hacer un pequeño chiste, pero mi risa se desvaneció en el llanto.
