02. Maldita Cuarentena.

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Miré el reloj de mi celular. ¡Me desperté tarde! Recordé que tenía que ir al club, a entrenar. Casi me caigo de la cama por intentar salir rápido, para vestirme. Abrí el ropero y lo encontré lleno de blusas de colores, polleras, minifaldas, tangas y corpiños. No entendía nada.

―¿Qué mierda estás haciendo? ―Preguntó una voz a mi espalda.

Di media vuelta, con el corazón en la garganta. Encontré a mi hermana Estefanía sentada frente a su computadora, y allí comprendí todo.

Los engranajes de mi cerebro se pusieron en marcha. Empecé a conectar toda la información que pude recopilar:

La cuarentena. No tengo que ir a entrenar. El club está cerrado. No puedo salir de casa. Este no es mi dormitorio; es el de mi hermana. Mi cuarto está ocupado por mi tía Cristela y mi prima Ayelén. Si me pierdo, me llamo Nahuel. Tengo dieciocho años. Vivo en Argentina. Planeta Tierra.

Y la cuarentena. La puta cuarentena por el Covid 19.

Mi hermana se rió de mi. Me sentí un imbécil.

―¿Creíste que llegabas tarde a entrenar? ―Preguntó ella, con tono burlón―. Sos un tarado.

―Es que vi la hora... y creí que...

―Ya llevamos una semana de cuarentena, deberías estar acostumbrado.

―No, todavía no me acostumbré. ―Respondí, con bronca―. Me voy a desayunar.

―Querrás decir a merendar, son las cuatro de la tarde.

―Lo que sea. No me jodas, Estefanía.

Ella me miró con odio, pero no respondió. Mejor, porque no tenía ganas de discutir con ella. Me puse un pantalón y unas chancletas. Salí del cuarto que tenía que compartir con mi hermana, añorando los tiempos en los que yo tenía algo llamado "Intimidad".

―¿Te caíste de la cama? ―Me preguntó Gisela, la mayor de mis hermanas.

A diferencia de Tefi, ella me sonrió maternalmente.

―Creí que llegaba tarde al club... hasta que me acordé de la cuarentena.

Ella empezó a reírse y juntos fuimos hasta el comedor. Allí estaba mi mamá, tomando mates con su hermana Cristela. El pelo de mi tía me encandiló, el brillo del sol caía sobre él y estaba más rojo que nunca. Aún no me acostumbraba a ver a Cristela con ese color de pelo tan artificial. Es una mujer muy bonita, pero ese tono rojo intenso la hace ver como una puta barata, en mi opinión. Por supuesto no le diría eso a ella.

―¿Vas a comer algo? ―Me preguntó mi tía, ofreciéndome una bandeja con facturas. Manoteé una medialuna con dulce de leche y empecé a comerla.

―Ya te preparo una leche con chocolate ―dijo Gisela.

―Tiene las bolas por el piso ¿y vos le seguís preparando la leche con chocolate? ―Dijo mi tía, riéndose.

―Para mí siempre va a ser mi hermanito chiquito ―Gisela me pellizcó un cachete―. Sentate, Nahuel, y guardame algunas medialunas saladas.

―Voy a hacer lo posible.

Me senté al lado de mi mamá, ella me miró de arriba abajo, como si fuera un escáner policial.

―¿Estuviste toda la noche despierto?

―Creo que sí ―di otro mordisco a la medialuna.

Alicia, mi mamá, es una mujer que se cuida mucho. No aparenta los años que tiene, le encanta hacer ejercicio y su figura no es muy distinta a la de Tefi, la más chica de mis hermanas, y ella sí que tiene un gran cuerpo. Esto suele engañar mucho a la gente. Ven a mi madre como una mujer joven, hermosa, aparentemente moderna, alegre y juvenil... pero tiene la mentalidad de una señora de noventa años.

Aislado Entre MujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora