26. Desfile de Conchas.

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―¿Estás nerviosa? ―Pregunté.

Mi hermana Pilar me miraba fijamente a los ojos, ella estaba acostada frente a mí, con las piernas abiertas. Mi verga erecta estaba a pocos centímetros de su concha.

―Sí, muy nerviosa.

―Es lógico que te sientas así ―dijo Macarena―. Al fin y al cabo... va a ser tu primera vez.

―No es solo por eso, y lo sabés.

―Bueno, sí... primera vez... y encima con tu hermano. Pero eso ya lo hablamos... esta es tu última oportunidad para arrepentirte.

Mientras hablaba, Macarena le acariciaba el clítoris a su hermana. Pilar cerró los ojos y dijo:

―Vamos a hacerlo. Después tendré tiempo para mortificarme por esto.

―Esa es la actitud ―dijo Macarena. Le metió dos dedos en la concha, los movió durante unos segundos, y cuando los sacó pude ver que estaban cubiertos de jugos vaginales―. Esta concha ya está lista, Nahuel.

Yo no estaba tan nervioso como Pilar, todas las cosas que pasaron durante los últimos días me ayudaron a curtirme un poco. Lo único que me tenía preocupado era defraudarla... o lastimarla. Aunque ya había comprobado que mi verga entraba bien en esa concha.

Hablando de mi verga... la muy desgraciada no deja de palpitar, como si supiera lo que le espera dentro de esa cuevita.

La agarré y la apoyé suavemente entre los labios vaginales de Pilar. Lo primero que sentí fue tibieza y humedad. Miré a mi hermana una vez más a los ojos, como si le estuviera preguntando si estaba lista. No hicieron falta palabras, ella comprendió perfectamente. Asintió con la cabeza y casi al instante empujé.

La primera parte de la penetración fue suave, sin resistencia. Se sintió como si su vagina abrazara mi glande. Macarena observaba la escena casi sin respirar, a pesar de que ella nos había convencido de hacer esto, parecía no poder creer lo que veía. Pilar levantó las piernas, agarrándolas por debajo de sus rodillas. Su boca estaba entreabierta y sus preciosos ojos seguían clavados en mí. Sus grandes tetas subían y bajaban al acelerado ritmo de su respiración. Se me hizo raro pensar que esa mujer tan sensual era mi hermana.

Encontré la primera resistencia, retrocedí un poco y empecé a dar pequeños empujoncitos. No sé bien por qué lo hice, simplemente me resultó intuitivo. Si quería meterla más, sin hacerle daño, esa era la mejor opción.

El verdadero placer comencé a sentirlo cuando atravesé esta primera barrera de resistencia. Pilar se aferró a las sábanas, evidentemente le dolía un poco. Ella no tenía práctica en el tema y el tamaño de mi verga debería resultar intimidante.

Quizás con la intención de que se tranquilizara más, Macarena volvió a acariciarle el clítoris.

Lentamente mi verga se fue hundiendo más y más. Definitivamente no fue como cuando se la metí a Ayelén, esto era aún más morboso. Imagino que si existe alguna "escala del morbo" cogerse a una hermana siempre va a ser mucho más morboso que hacerlo con una prima... aunque esa prima esté muy buena.

Metí más o menos la mitad de la verga y me quedé quieto, como si mi cerebro se hubiera apagado.

―Dale, nene. ¿Qué esperás? ―Me dijo Macarena―. Empezá a darle.

―¿A darle? ―Le pregunté porque mi cerebro no podía procesar el significado de ninguna palabra.

―Y sí... ¿o acaso creías que bastaba con meter la verga? Pilar quiere que te la cojas. ¿No es cierto, Pilar?

―Bueno... si lo decís de esa manera...

―No importa cómo lo diga, lo importante es que ustedes lo hagan.

Aislado Entre MujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora