07. Cuarentanga.

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Algunos de mis compañeros del club de fútbol me mandaron mensajes quejándose de la cuarentena, porque para ellos se volvió sumamente aburrida. Claro, ninguno de ellos debe compartir su casa con siete mujeres; yo ni siquiera tengo espacio para aburrirme. Donde quiera que esté, casi siempre hay alguien... y ahora es peor, porque empezó la "Cuarentanga".

No sé cómo hizo mi prima Ayelén para convencer a mi mamá de que permitiera a las mujeres andar en tanga por la casa, ya que Alicia siempre se opuso a eso, por cuestiones de "decencia". Ahora esa decencia no parecía importarle tanto. Cuando Gisela le preguntó por qué había accedido, mi mamá se limitó a decirle que solo buscaba que todos nos sintiéramos cómodos dentro de la casa. Eso puedo entenderlo, tal vez para algunas de las mujeres sea más cómodo no estar obligada a usar pantalones. Sin embargo, a mí me complica la existencia.

Lo admito, tengo un problema: si veo un culo entangado, se me pone dura la verga. No siempre, y tampoco ocurre inmediatamente; pero ocurre, y mucho.

La "Cuarentanga" se decretó oficialmente al otro día de mi altercado con Estefanía, y las consecuencias no tardaron en notarse.

Me encontraba leyendo un libro de Orson Scott Card, El Juego de Ender. Lo tenía pendiente desde hacía mucho tiempo y estaba fascinado por las cosas que tenía que vivir el protagonista a tan corta edad. Estaba totalmente atrapado por la trama de este libro de ciencia ficción, cuando apareció Ayelen. Vestía una diminuta tanga blanca que se le metía entre las redondas y perfectas nalgas. Era impresionante cómo se le marcaban los labios vaginales, casi parecía que la tela fuera pintura sobre su piel. Ella se puso a conversar con Alicia y Cristela. Mi tía y mi mamá estaban sentadas junto a lo que mi madre denominaba "la mesita del té". Una pequeña mesa, ubicada en living, detrás del sofá, rodeada por cuatro sillas. A mi mamá le encantaba tomar el té en ese lugar, porque está junto a un gran ventanal que da al patio, proporcionando muy buena luz natural.

Ayelén podría haberse sentado en una de las sillas, al fin y al cabo quedaban dos disponibles. Pero la muy hija de puta hizo algo con la pura intención de provocarme.

Hasta el momento yo ya había visto a dos de mis hermanas deambular en tanga por la casa: Macarena y Estefanía. También vi a Ayelén; pero no de la manera en que la estaba viendo ahora.

Mi prima se puso de rodillas en el sofá, y apoyó los codos en el respaldo, es decir, usando el sofá en el sentido inverso. Si se hubiera sentado como una persona normal, hubiera quedado mirándome de frente. Sin embargo quedó dándome la espalda. Como estaba de rodillas, su culo pasó a ocupar buena parte de mi campo visual, y ya no me fue posible concentrarme en el libro.

Ella se quedó ahí, haciendo de cuenta que no sabía que yo le estaba mirando fijamente el orto. Pero lo sabía, sé que lo sabía.

―Hola, hermanito ―dijo una voz que se acercaba a mí.

―Hola Maca.

―¿Todo bien? ―Me preguntó en voz baja, mientras las otras tres mujeres hablaban como cotorras.

―Esta hija de puta ―dije, señalando a Ayelén con la cabeza―. Me está provocando. Mirá cómo mueve el orto.

―Sí, es cierto.

Mi prima tenía el culo en pompa y las piernas ligeramente separadas. Meneaba su retaguardia como una gata en celo. La tela de la tanga a duras penas lograba cubrir la totalidad de su vulva.

―Quiere que se me pare la verga ―supuse que ya tenía la suficiente confianza como para hablar de ese tema con Macarena―. Y cuando eso pase, me va a decir algo.

―Vos quedate tranquilo, que si eso ocurre, yo te voy a defender.

―¿De verdad?

―Sí, no voy a dejar que esta chiruza te torture. Ella va a tener que aprender a no meterse con vos, porque se la va a tener que ver con tus hermanas. Bueno, al menos con dos de ellas.

Aislado Entre MujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora