51. La Arpía Contraataca.

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Existen momentos en la vida para los que nunca vamos a estar listos. A veces pueden ser agradables, como muchos de los que viví con mi familia en estos meses de cuarentena; pero otras veces parecen pesadillas.

Y sí, sé que nada podría prepararnos para este momento, si alguien nos hubiera dicho que Ayelén venía a casa acompañada de la abuela Fernanda, igual hubiera sido un momento incómodo; sin embargo, hubiera agradecido algún previo aviso, al menos para que tengamos tiempo de vestirnos.

Sin duda esto es parte del plan de Ayelén. Ella sabía que si caía sin previo aviso nos encontraría a todos como vinimos al mundo.

Las miradas de pánico se hicieron latentes en el living, nos quedamos paralizados. No sabíamos qué hacer. La primera que recobró la compostura fue Cristela.

―Tefi, tenés que entretenerlas todo lo que puedas.

―Pero... ¿qué les digo? La abuela va a querer entrar ya...

―Hablales del covid ―sugirió Macarena―. Recordales que acá estamos haciendo un aislamiento muy estricto, porque mamá odia los gérmenes...

―Está bien... está bien. Pero no demoren mucho, no sé cuánto lograré mantenerlas afuera con esa excusa.

Estefanía volvió al porche de entrada y a lo lejos escuchamos que ya estaba hablando con las recién llegadas.

―Vamos, rápido... todas a cambiarse ―dijo Cristela―. Y vos, Nahuel... avisale a Gisela y a Alicia. Van a tener que salir de esa pieza quieran o no.

Asentí con la cabeza y actué al instante, no necesitaba que me repitiera la orden. Entré al cuarto de mi hermana mayor sin golpear y me encontré una escena que en otro momento me hubiera parado la pija al instante. Alicia estaba acostada con las piernas bien abiertas y un dildo de buen tamaño entraba y salía de su culo. La que se encargaba de moverlo era Gisela, que al mismo tiempo le chupaba el clítoris a mamá. Alicia parecía estar sufriendo un poco con el tamaño del consolador; pero creo que esa era la intención de Gisela.

―Tienen que vestirse ya mismo ―les dije―. No hay tiempo de explicar mucho. Ayelén volvió... y trajo a la abuela Fernanda.

―¿Qué? ¡No puede ser!

―Es verdad, mamá. Esa pendeja hija de puta, con el perdón de la tía, solo quiere cagarnos la vida.

Pensé que mi madre se pondría de pie hecha una furia y saldría para agarrar de los pelos a Ayelén, pero en lugar de eso se quedó inmóvil y dijo:

―¿Y ahora qué vamos a hacer?

Parecía realmente asustada. Como si a su puerta hubiera llegado un problema que no era capaz de manejar... y técnicamente así fue.

―Tranquila, mamá ―dijo Gisela―. Nos vestimos, hablamos con la abuela un ratito, ella se va a su casa y ya está. No nos vamos a morir por hacer vida normal por unas horas.

Estuve de acuerdo con mi hermana mayor, hasta que unos minutos más tarde, ya con toda la familia reunida en el living (vestidos, como gente civilizada), escuché a mi abuela diciendo:

―Vine a pasar unos días con ustedes.

―¿Qué? ¿Te volviste loca, mamá? ―Dijo Cristela.

Estefanía no fue capaz de distraer mucho tiempo a la abuela y estuvo cerca de verme regresar desnudo a mi cuarto para vestirme. De milagro no me vio. Ahora Fernanda estaba allí, tan pulcra y maquillada como siempre, con una sonrisa de labios rojos carmesí y pelo platinado que en lugar de hacerla parecer vieja, le restaba años. No sé qué pensarán los demás, pero en mi opinión mi abuela no aparenta la edad que tiene, parece una hermana mayor de Cristela y Alicia, con un cuerpo tan voluptuoso como el de ellas. Creo que es la primera vez que le miro el escote a mi abuela y tengo pensamientos perversos. Dios, las tetazas que tiene esa mujer. Ya sé de dónde las heredaron Gisela y Pilar.

Aislado Entre MujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora