04. Un Pacto con Alicia.

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Mi madre me miraba con los ojos desencajados, desde el umbral de la puerta. Yo estaba acogotando mi verga, con tanta fuerza como me era posible. Algunas gotitas de semen ya estaban saliendo, podía sentir la presión de todo lo que aún quedaba adentro. Sabía que debía aliviarla, de lo contrario mi pene estallaría.

―¡Nahuel! ¿Se puede saber qué mierda estás haciendo?

Dijo Alicia, con la voz demasiado elevada. Tenía miedo que los gritos de mi madre despertaran a todas las personas de la casa y que mis hermanas vinieran a ver qué ocurría.

―¡Mamá... yo... em!

Sus ojos estaban clavados en mi verga, la miraba como si se tratase del cadáver de algún animal extraño, algo de lo que tendría que deshacerse. Empecé a sentir contracciones en la boca de mi estómago, una mezcla de dolor y placer; se trataba del clímax de la eyaculación, que aún no había terminado. Estaba caliente, necesitaba sacar todo lo que quedaba dentro, de lo contrario podría morirme... o peor: podría quedar impotente.

Mi madre entró al cuarto de Macarena, como si quisiera detener lo que yo estaba haciendo; quería explicarle que ya era demasiado tarde.

―¿Cómo se te ocurre hacer esto en el cuarto de tu hermana? Salí de acá, ahora mismo, antes de que Macarena se entere.

―Pero, mamá... ―dije, avergonzado.

Fue inútil, ella no quería escuchar mis palabras. No serviría de nada explicarle que Macarena ya sabía lo que yo estaba haciendo. La desesperación de Alicia era tan grande que cometió un grave error. Me sujetó de los hombros y tiró de mí, como si quisiera arrancarme de la cama.

―No, mamá... esperá ―supliqué, aún ahorcando mi verga.

Los últimos segundos eran decisivos. Debía alejarme de ella antes de...

Me puse de pie sobre la misma cama, mi intención era correr fuera del dormitorio y refugiarme, no sé donde, para liberar el semen que clamaba por salir. Sin embargo mis intentos fueron frustrados. Alicia no me dejaría huír tan fácil. Como una tigresa se lanzó sobre mí, sus ojos estaban llenos de rabia. Con mi mano izquierda intenté apartarla, mientras hacía equilibrio en el colchón. Di un par de pasos y sentí un tirón en mi brazo izquierdo. Mi madre me tenía bien sujeto, giré, quedando justo frente a ella. Estaba dispuesto a decirle la verdad: Estuve haciéndome la paja y necesitaba acabar... con suma urgencia.

Antes de que alguna palabra pudiera escapar de mi boca, ella me agarró la muñeca derecha y dio un fuerte tirón, como si quisiera hacerme bajar de la cama. Éste fue su segundo gran error.

El tirón fue lo suficientemente fuerte como para que yo soltara mi verga, pero no tanto como para sacarme de la cama. Quise volver a apretar mi miembro erecto, pero ella me lo impidió.

Como yo estaba de pie sobre la cama, y ella abajo, mi verga había quedado en una posición sumamente desfavorable: justo a la altura de la cara de mi madre. Sentí una fuerte contracción, ya no podía hacer nada para evitarlo. Con los ojos chispeando de bronca, ella me miró y dijo:

―Ahora mismo me vas a explicar...

Se quedó muda a mitad de la frase, pasó lo que tenía que pasar. Al liberar la sujeción, mi verga empezó a escupir potentes chorros de semen, los más intensos que largué en toda mi vida. Llevaba días acumulando toda esa leche y salió con una furia bestial, cayendo en toda la cara de mi madre. Ella no fue capaz de soltarme las muñecas, eso hubiera ayudado un poco. Intentó apartarse, giró la cara hacia un lado, luego hacia el otro, como si quisiera esquivar los disparos de semen. Fue inútil. La cara se nos puso blanca, a mí por el terror, y a ella por toda la leche. Incluso pude notar que varios chorros fueron a parar a su boca, la cual estaba abierta porque la interrumpí mientras hablaba. Mi pija se sacudió con violencia espasmódica y más chorros de semen saltaron, sobre sus mejillas, el puente de su nariz, cruzando su frente, en el pelo, los labios, el cuello... todo formaba parte de la zona de impacto. Y por más culpable que me sienta por haberle hecho eso a mi propia madre, fue una de las acabadas más placenteras que experimenté en mi vida.

Aislado Entre MujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora