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Tadashi Yamaguchi

Estaba nervioso, dando vueltas sin cesar por mi estudio. Mis pensamientos se arremolinaban, y cada paso parecía amplificar el latido frenético de mi corazón.

Kageyama, sentado en el sillón, me miró con irritación— Yams, quédate quieto, ya llegará.

—Podría estar en peligro— el nudo en mi estómago parecía apretarse cada vez más.

—Quizás no es nada tan grave— intentó tranquilizarme Shoyo, su voz suave pero firme, aunque noté la preocupación en sus ojos— Tsukishima suele exagerar.

Ninguno entendía lo que sucedía.

¿Por qué Tsukki tenía que ser tan malditamente misterioso? ¿Costaba mucho contar todo por llamada?

En ese momento, el timbre sonó, y todo mi cuerpo se tensó. Vi cómo Shoyo cargaba su arma mientras Kageyama se acercaba a la puerta con cautela.

—Ten cuidado— murmuré.

Kageyama asintió y, con una respiración profunda, abrió la puerta. Tsukki entró al instante, con su rostro tenso y su mirada grave.

—Cierra la puerta— ordenó.

Me apresuré hacia él, y en el momento en que nuestros cuerpos se encontraron, lo abracé con fuerza. Sentí sus brazos envolverse alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él.

El mundo exterior desapareció por un instante, dejando solo la sensación de su calor y su fuerza.

Podía oír el latido de su corazón, fuerte y constante, y sentir el familiar olor a su perfume que siempre llevaba consigo.

Cerré los ojos, dejando que la sensación de seguridad se filtrara a través de mi ansiedad.

Pero el momento se rompió con la voz de Shoyo— ¿Qué sucede?

Se separó del abrazo, sus manos se deslizaron por mis brazos hasta soltarme. Vi en sus ojos algo que me hizo temer lo peor.

—El Pentágono ha caído —dijo, su voz baja pero firme.

El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor. Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies, y una ola de miedo y desesperación se apoderó de mí. Esto era mucho peor de lo que había imaginado.

No sólo peligraba la vida de Tsukki, sino la de todos nosotros.

Sentí como si el mundo se desmoronara a mi alrededor. Mi respiración se volvió rápida y superficial, el pecho me dolía como si una banda de acero me oprimiera. Un sudor frío comenzó a cubrir mi piel, y mis manos temblaban incontrolablemente. Mi visión se nubló, y me di cuenta de que estaba al borde de un ataque de pánico.

Intenté mantenerme firme, pero mis piernas se volvieron torpes y débiles, como si de repente hubieran perdido toda su fuerza. Me tambaleé y tuve que sostenerme de Tsukki para no caer al suelo. Su brazo fuerte me sostuvo, y aunque me ofrecía un ancla en medio del caos, no podía evitar sentirme como si estuviera a punto de desmoronarme por completo.

—Lo siento, lo siento tanto. Intenté ser suficiente...— logré decir, mi voz quebrada y entrecortada. Mis pensamientos se arremolinaban, cada uno más oscuro y desesperado que el anterior. Sentía una culpa abrumadora, una sensación de haber fallado a todos. A ellos. A nosotros.

—¿De qué hablas, Yamaguchi?— preguntó Kageyama con un tono confundido y preocupado.

—¡Como líder! —grité, mis palabras saliendo en un torrente incontrolable. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, calientes y amargas— Debería haber sido mejor. ¡Debería haber sido suficiente para protegernos!

Mis manos se aferraron con fuerza a la camisa de Tsukki, buscando estabilidad mientras mi cuerpo temblaba. Sentía que todo lo que habíamos construido se derrumbaba y que era mi culpa por no haber sido lo suficientemente fuerte o inteligente.

—He tratado... he tratado de serlo, pero no fue suficiente. Nunca es suficiente— continué— Debería haber sabido, debería haber previsto esto...

El silencio en la habitación era pesado, cada uno de ellos procesando mis palabras, mi confesión de fracaso.

—No es tu culpa, Yams. Hicimos lo mejor que pudimos con lo que teníamos— dijo Tsukki mientras me envolvía con su brazo.

Pero sus palabras, aunque reconfortantes, no podían calmar la tormenta que rugía dentro de mí. Solo podía pensar en todas las veces que podría haber hecho algo más, algo mejor, para evitar esta situación.

—Yamaguchi, todos hemos cometido errores. Pero estamos juntos en esto. No eres el único responsable— dijo Kageyama.

—Nos arriesgamos mucho...— murmuré— Por mi culpa nos aventuramos al barranco y estamos cayendo.

"Sin riesgo no hay historia"— dijo Shoyo citando a Ukai— Los Ravens siempre nos arriesgamos, solo que no contamos con tanta suerte— colocó sus manos acunando mi rostro— Aún quedamos nosotros, reconstruiremos todo de cero pero seguiremos de pie. Lo prometo, todos juntos lo superaremos.

 Lo prometo, todos juntos lo superaremos

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Hitoka Yachi

El frío metal de las rejas se clavaba en mi piel mientras la soledad me envolvía como una mortaja helada. El encierro provisional se había convertido en mi hogar, una celda individual por mi propia protección, decían. Protección de ¿qué?, me preguntaba, si ya estaba muerta en vida.

Un leve chirrido interrumpió el silencio sepulcral. La puerta se abrió, expectante, creí que era la hora de la escasa comida que me traían. Pero la figura que se recortó contra la luz no era la del guardia habitual. Un grupo de mujeres, con miradas viperinas y sonrisas sádicas, se adentró en la celda.

—¿Es la hora de comer?— pregunté con un hilo de voz, más por inercia que por esperanza. La que parecía líder del grupo, una mujer alta y corpulenta con una cicatriz que le surcaba el rostro, se acercó con paso decidido.

—No, Cibersombra— dijo con voz ronca, cargada de rencor— Ha llegado la hora de pagar por lo que hiciste.

—¿De qué hablas? He hecho muchas cosas en mi vida, sé más específica.

Una mueca cruel se dibujó en sus labios— Engañaste a mi esposo, lo estafaste y lo humillaste. Por eso vas a pagar.

—Tu esposo y tú eran unos traficantes de personas— repliqué— Lo mínimo que pude hacer fue quitarles algo de su dinero sucio. Era justicia, no robo.

Las otras mujeres se abalanzaron sobre mí, cerrando la puerta con un golpe seco. Supe que este era el final.

La líder se acercó, su mirada helada me taladraba. Un destello metálico me cegó por un instante. El frío del metal se coló en mi carne, un dolor punzante recorrió mi cuerpo. El color rojo tiñó mi visión, el aire se escapaba de mis pulmones con cada jadeo.

En mis últimos momentos, mis pensamientos se remontaron a los Ravens. A la promesa que les hice de quedarme con ellos, de animarlos desde la banca. Mi identidad revelada me había quitado mi oportunidad, la de vivir mi sueño junto a ellos.

Entre lágrimas y sangre, murmuré una disculpa— Lo siento, Ravens. No pude quedarme...

La oscuridad me envolvió por completo, llevándome consigo la promesa incumplida y el sabor amargo de la injusticia.

Partners in crime// Tsukiyama/kagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora