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Kei Tsukishima

El sonido de las sirenas policiales se acercaba cada vez más, rasgando la noche como un cuchillo afilado.

Kageyama y yo corríamos sin parar, esquivando peatones y saltando obstáculos, con la adrenalina bombeando en nuestras venas. La ciudad se convertía en un laberinto de calles estrechas y callejones oscuros, y nosotros en dos ratas desesperadas por encontrar un refugio.

De repente, me detuve en seco. La sirena era demasiado cercana, demasiado fuerte. Era imposible que no nos atraparan si seguíamos juntos.

—Kageyama— dije con voz firme— Corre, ve con Shoyo y Yams, encuéntralos. Yo los distraeré.

Se giró hacia mí con los ojos llenos de ira— ¡No seas estúpido, Tsukishima! ¡No voy a dejarte aquí solo!

Por primera vez en mucho tiempo, vi el miedo reflejado en sus ojos. No era el miedo a la policía, ni a las consecuencias de nuestras acciones, sino el miedo a perderme. Y en ese momento, comprendí que, a pesar de nuestras diferencias, realmente se preocupaba por mí.

Sonreí con una mezcla de amargura y satisfacción— No te preocupes por mí. Yo sé cómo cuidarme. Tú solo corre y no mires atrás.

Sin darme tiempo para responder, se dio la vuelta y echó a correr, desapareciendo entre las sombras. Me quedé solo, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho y una extraña sensación de vacío en mi interior.

Saqué mi teléfono y rápidamente envié un mensaje a Yamaguchi.

"Fuimos acorralados. Kageyama y yo estamos huyendo. Cuídate.

Gracias por todo. Espero que algún día podamos volver a vernos.

No dejes de huir, Yams, todo mejorará pronto. Te amo demasiado, quizás este no era nuestro momento pero en otra vida lo será."

Apreté el botón de enviar y me despedí de mi teléfono. Sabía que las probabilidades de que la policía me atrapara eran altas, pero no me importaba. Lo único que importaba era que Kageyama estuviera a salvo y llegara con los demás.

Me adentré en el callejón más oscuro que encontré y me acurruqué en la esquina, esperando lo inevitable. La sirena se acercaba cada vez más, y yo solo podía cerrar los ojos y rezar por un milagro.

 La sirena se acercaba cada vez más, y yo solo podía cerrar los ojos y rezar por un milagro

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Tadashi Yamaguchi

El corazón me latía con fuerza en el pecho mientras Shoyo y yo empacábamos nuestras cosas a toda prisa. La noticia nos había llegado como un rayo, sembrando el pánico en nuestras almas.

Sabíamos que no podíamos quedarnos quietos, que la policía no tardaría en llegar a nuestro escondite.

Con manos temblorosas, metimos ropa, comida y algunos objetos esenciales en nuestras mochilas. La adrenalina corría por nuestras venas mientras nos mirábamos con una mezcla de miedo y determinación.

Partners in crime// Tsukiyama/kagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora