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Tadashi Yamaguchi

Me levanté con dificultad, como si mis piernas fueran de plomo. El dolor en mi pecho era insoportable, y sentía que cada respiración era un esfuerzo monumental. Estaba en el suelo, envuelto en una maraña de emociones tan intensas que apenas podía distinguir una de otra: desesperación, culpa, tristeza. Todo se mezclaba en una vorágine que me consumía desde adentro.

De repente, escuché una voz familiar llamándome, quebrando el pesado silencio que me rodeaba. Levanté la cabeza, aún desorientado, y lo vi.

Kageyama.

Avanzaba hacia mí, pero algo en él estaba mal... algo terrible. Mis ojos se clavaron en su rostro, en la venda que cubría su ojo izquierdo. Sentí un nudo formarse en mi garganta, haciéndome casi imposible respirar.

—Kageyama...— murmuré mientras me acercaba lentamente, casi temeroso de lo que estaba viendo. Estiré la mano temblorosa hacia su rostro, mis dedos rozando la áspera tela de la venda. Su falta de respuesta, su mirada perdida, me hizo estremecer— ¿Qué pasó?

—Ya no está— respondió con una voz vacía, como si hubiera aceptado lo que yo aún no podía— Me quitaron un ojo.

Sentí que el mundo se me derrumbaba. Apreté mi puño con fuerza, como si de alguna manera eso pudiera contener el dolor y la culpa que me invadían. No pude evitarlo; me incliné hacia él, deseando poder deshacer lo que le había pasado, deseando haber estado allí para protegerlo.

—Perdóname...— musité, se quebró y una lágrima cayó por mi mejilla— No pude protegerte.

Kageyama, con una suavidad que nunca antes había mostrado, me abrazó. Sentí sus brazos alrededor de mí, su calor, y por un momento, todo el caos a nuestro alrededor desapareció. Pero eso no borraba lo que había pasado. No podía dejar de pensar en todo lo que habíamos perdido.

—Está bien...— murmuró con su voz tranquila, casi en un susurro— Ahora estamos bien.

Pero yo no lo estaba. Me rompí en su abrazo, el dolor finalmente escapando de mí en forma de sollozos desgarradores. No todos estábamos bien.

Y él necesitaba saberlo.

—No todos estamos bien...

Él me miró, una confusión momentánea en su rostro antes de que la comprensión comenzara a asentarse.

—¿De qué hablas, Yams?— preguntó.

—Shoyo...— fue todo lo que pude decir. La palabra salió como un lamento, un susurro que apenas pudo romper el silencio.

De repente, el sonido de pasos detrás de nosotros hizo que Kageyama me soltara, girando sobre sus talones hacia la fuente del ruido. Ambos nos congelamos al ver a Kenma, que avanzaba hacia nosotros con una expresión tan rota como la que yo sentía. Y en sus brazos, el cuerpo de Shoyo, pequeño y frágil, casi irreconocible bajo las cenizas y la sangre seca.

Kageyama soltó un grito ahogado, cayendo de rodillas junto al cuerpo de Shoyo en el instante en que Kenma lo depositó en el suelo.

Yo solo pude observar en silencio, sintiendo como si el suelo bajo mis pies se desmoronara, mientras el lamento de Kageyama llenaba el aire, mezclándose con el crepitar de las llamas y el zumbido distante de las explosiones. Su dolor era palpable, como una ola que amenazaba con arrastrarnos a todos hacia el abismo.

Y no había nada que pudiera decir o hacer para aliviar ese sufrimiento, ni el suyo ni el mío.

Todo lo que nos quedaba era la devastadora realidad de lo que habíamos perdido.

Partners in crime// Tsukiyama/kagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora