.EXTRA 2.

150 19 1
                                    

EXTRA 2:

MADRE DE SHOYO

Kageyama estaba en posición, observando desde la distancia a través de la mira de su rifle de francotirador. Su objetivo se movía lentamente por la calle, ajena a la mirada vigilante que la seguía desde las alturas.

El día estaba nublado, lo que proporcionaba la cobertura perfecta para el francotirador mientras se mantenía oculto en el techo del edificio, esperando el momento preciso para actuar.

A través del auricular en su oído, escuchó la voz de Yamaguchi— ¿La encontraste?

Kageyama no despegó la vista del objetivo mientras respondía con firmeza— Sí, la tengo en la mira.

—Prepárate, Tobio. Solo esta vez, haremos un trabajo sucio.

Sabía que lo que estaban a punto de hacer no era simplemente una venganza, sino justicia.

Esa mujer, la madre de Shoyo, había cometido atrocidades que iban más allá de lo imaginable. Su crueldad no solo había arruinado la vida de Shoyo, sino también la de otras personas inocentes. Ahora era el momento de poner fin a su reinado de terror.

Kageyama escondió el rifle con cuidado en una mochila, asegurándose de que nadie lo viera mientras descendía del techo del edificio usando las escaleras lo más rápido posible.

Su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por la determinación de hacer lo que sabía que debía hacerse. Bajó hasta el nivel de la calle y se dirigió al punto de encuentro donde Tsukishima y Yamaguchi lo esperaban.

—¿Todo listo?— preguntó el rubio haciendo más frío de lo habitual.

—Todo listo.

Sin más palabras, los tres comenzaron a moverse, cada uno con un papel claro en el plan. Yamaguchi se adelantó para cortar la electricidad del edificio donde la madre de Shoyo residía, un paso necesario para evitar cualquier posible alarma. Tsukishima, por su parte, se encargó de manipular las cerraduras y las cámaras de seguridad, asegurándose de que nadie pudiera detectarlos mientras se infiltraban en el lugar.

Cuando todo estuvo en su lugar, se acercaron sigilosamente a la entrada principal. Kageyama tomó la delantera, avanzando con la seguridad de alguien que había entrenado para este momento.

Encontraron a la mujer en su sala de estar, ajena a lo que estaba a punto de ocurrir, su cabello estaba teñido de negro, como si quisiera ocutar su identidad.

Esto solo hizo que la ira de Kageyama aumentara, el cabello...

El cabello era lo único que evitaba que se abalanzara sobre la mujer, porque el cabello le recordaba a él.

A Shoyo...

Cuando la mujer levantó la vista y los vio, su expresión pasó de la sorpresa a la ira.

—No deberían estar aquí— dijo con voz fría, pero su tono no intimidó a Kageyama ni a los demás. Ella había perdido su poder sobre ellos— ¿Por qué ustedes, niños, buscan venganza?

—No hacemos esto por venganza— dijo Kageyama con la voz firme— Sino por justicia. Por todo lo que le hiciste a Shoyo, y a los demás.

Ella apenas tuvo tiempo de responder antes de que Kageyama diera la señal. Yamaguchi se movió con precisión, neutralizándola de manera rápida y eficaz.

No hubo espectáculo, no hubo gritos. Simplemente, la madre de Shoyo dejó de ser una amenaza, eliminada de este mundo por sus propias acciones.

Intentaron reducir la cantidad de sangre, que la muerte no sea tan grotesca como para los policías investigaran de más. Simplemente Yamaguchi colocó un arma en la cabeza de la mujer y disparó.

No solo un arma...

Una de las armas de Shoyo.

Luego de cumplir con su cometido, se dirigieron rápidamente hacia las habitaciones donde sabían que estaban los dos niños, Denki y Fuyi.

Los encontraron acurrucados, asustados, pero indemnes. Tsukishima, que normalmente se mantenía distante, se acercó a los pequeños con suavidad inusitada y les aseguró que todo estaba bien ahora.

—Vamos a llevarlos a un lugar seguro— sugirió Kageyama mientras miraba a los niños— Deberíamos llevarlos a un orfanato.

—No. Los orfanatos no son lugares seguros. No para niños como ellos— dijo Tsukishima con una firmeza que no admitía réplica.

—Entonces...— suspiró su líder— Los llevaremos con Mei, ella los cuidará.

Así que, con los niños a salvo entre ellos, salieron del edificio y se dirigieron a la casa de Mei. Sabían que ella era la única persona que podría darles el hogar y el cuidado que merecían.

Cuando llegaron, Mei los recibió en la puerta, su rostro palideció al verlos, entendiendo de inmediato lo que había sucedido.

—Lo hemos hecho— dijo Kageyama— La madre de Shoyo ya no está.

Mei cubrió su boca con las manos con sus ojos llenándose de lágrimas— Ustedes... ustedes lograron lo que yo intenté hacer hace años. Gracias. Gracias por liberar a estos niños de su tiranía.

Los invitó a entrar, y mientras se sentaban en la sala, con los niños a su alrededor, Mei los miró con gratitud, aunque también con un toque de tristeza.

—¿Puedes cuidar de ellos?— preguntó Yamaguchi.

—Por supuesto que cuidaré de ellos. Al fin y al cabo, son mis sobrinos. Trataré de darles lo mejor, como lo hice con Natsu y Shoyo.

Mientras Mei preparaba el té, Kageyama, Tsukishima, y Yamaguchi observaron cómo Denki y Fuyi comenzaban a relajarse, integrándose poco a poco con los hijos de Mei, Haruto y Souta, y la hermana menor de Shoyo, Natsu.

La risa de los niños llenó la casa, una señal de esperanza en medio de la oscuridad que los había rodeado durante tanto tiempo.

Al ver a los niños adaptarse, Yamaguchi no pudo evitar sonreír, aunque su mente seguía cargada de la gravedad de sus acciones. Habían hecho lo que debían, no solo por Shoyo, sino por todos los que habían sufrido bajo la mano de aquella mujer.

Finalmente, Mei les sirvió el té y, con una mezcla de alivio y tristeza en su voz, les dijo— Ustedes han hecho lo imposible. Han dado paz a estas almas jóvenes. No sé cómo podré agradecerles por lo que han hecho."

—No es necesario— respondió Tsukishima— Ahora están a salvo, y eso es lo que importa.

Kageyama, con la taza de té en la mano, observó a los niños jugar y, por un momento, permitió que su mente descansara. Sabía que el camino que tenían por delante sería difícil, pero también sabía que, juntos, podían superar cualquier obstáculo. Y aunque Shoyo ya no estaba con ellos, su legado vivía en cada acción que emprendían, en cada vida que salvaban.

Antes de partir, Mei los despidió en la puerta con una sonrisa agradecida y les prometió que haría todo lo posible para que los niños crecieran en un ambiente de amor y seguridad.

Kageyama, Tsukishima, y Yamaguchi se marcharon, sabiendo que habían cumplido una promesa, una que Shoyo habría aprobado.

Partners in crime// Tsukiyama/kagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora