capítulo 52

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carlos sainz

El tiempo con Sofía se me hizo corto. Todo el tiempo con ella se me hacía poco. Era posible que incluso aunque estuviésemos pegados todo el día pegados no me parecería suficiente.

¿Cómo podría hacerlo? Si es que ella era como un rayo de luz, y cada cosa que salía de su boca sonaba como una canción que no quería que terminase.

Si la canción se tratase de la anécdota más bizarra que puedas imaginar, claro. Eso me encantaba de ella, bueno, me gustaba todo. Desde el pequeño sonido que hacía cuando dormía, hasta ese movimiento nervioso que le hacía morderse los labios cuando se encontraba ansiosa.

Deseaba tanto verla, que después de la tristeza que irremediablemente llegó cuando la acompañé de vuelta al aeropuerto, los días pasaron rápido hasta la próxima carrera.

Todo estaba planeado: entrábamos de la mano, nos sacábamos unas fotos con fans, respondíamos a algunas preguntas de los periodistas y después cada uno a su garaje.

O esa era la idea, pero cuando la vi, por primera vez, con una gorra que claramente ponía mi número en la esquina, me quedé embobado mirándola. No era Charles. Ni Max. Tampoco Pierre. Era el mío.

—A ver, sé que hace mucho que no nos vemos y todo eso, pero mínimo esperaba un be...—Ni siquiera la dejé terminar, y mucho menos me preocupé por la cantidad de gente que podría vernos en el vestíbulo del hotel. Simplemente la besé, e incluso con sus labios contra los míos pude notar su sonrisa.

—Por favor, dime que vas a salir así vestida más veces.—Murmuré una vez separados, aunque aún con mis brazos alrededor de su cintura.

—¿Con un polo de Red Bull? Pues sí, probablemente toda la temporada.—Respondió con una mueca burlona, a lo que yo solo rodé los ojos.—Vamos a llegar tarde, bobo. Vamos.

Se soltó de mi agarre para caminar hacia fuera del hotel, donde nos recibieron varios flashes mientras recogíamos las llaves de la mano de un empleado.

Sin embargo, no todo fue de color de rosa. En la llegada al paddock no fuimos tan bien recibidos, especialmente ella.

Los empujones eran una cosa normal, pero esta vez, con ella a mi lado, parecía que se habían vuelto mucho más bruscos. Las preguntas, que en la mayoría de ocasiones se dirigían a mis malos resultados recientes, se habían vuelto más personales e hirientes. Y lo peor de todo, es que mi chica, usualmente extrovertida y elocuente cuando se trataba de estas situaciones, de repente parecía que se había hecho pequeña ante toda esa gente.

Incluso una vez cruzada la entrada del paddock, no me fue dirigido más que un pequeño adiós cuando nos tuvimos que separar, con la mirada inquisidora de Horner esperándola en la entrada del garaje de mi escudería rival.

Era como un constante examen, sólo que yo no me jugaba nada. Mi asiento y mi trabajo estaban asegurados, es más, estaba seguro de que nunca corrieron peligro. Ella, por otro lado, lo había perdido prácticamente todo. Por mí.

Y yo no había sido capaz de pararlo.

—Cualquiera diría que acabas de hacer unos libres de puta madre, tío. Alegra esa cara.—Charles me golpeó de forma amistosa el hombro.

—¿Ah? Perdona, Charlie. No te había visto. Tú también lo has hecho bastante bien.—Fingí una sonrisa lo mejor que pude.

—Mentir no está bien, Sainz... Tú has quedado primero, yo quinto... Pero bueno, aprecio tu esfuerzo.—Se sentó a mi lado, en el sofá de mi habitación en el garaje.—A ver, dime, ¿qué te pasa? Esa cara larga da lástima.

one night stand | carlos sainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora