capítulo 55

462 30 3
                                    

sofía ortiz | maratón (1/3)

Todo iba... Sorprendentemente bien. Cosa de mes y medio había pasado desde esa fatídica mañana en mi casa (con una gran noche).

Mi madre me había llamado, según ella, disculpándose por los dos  y con muchos "ya sabes cómo es" a los que contesté de forma seca.

Después de todo, aunque no fuera su culpa directamente, ella había permitido esto durante años.

Ese mismo día, tras la charla larga y tendida sobre la relación disfuncional con mi progenitor, el piloto de Ferrari me había propuesto la idea de ir a terapia, asegurándome que no creía que hubiese nada mal conmigo o algo parecido, sino que tras tanto tiempo sometida a menosprecio constante por parte de mi padre, estaba claro que había tenido un impacto en mí.

En ningún momento me presionó para hacerlo, pero en el fondo, sabía bien que tenía razón, por lo que acabé accediendo sin mucha objeción. Eso había sido de gran ayuda para mí, liberando algo del peso que, inconscientemente, había cargado años.

Sobre Carlos, su coche iba bien, al igual que el de Charles. Ganando de vez en cuando, con numerosos podios, pero aún no habían conseguido recortar la distancia con Red Bull, cosa que a Max le hacía especial gracia. De hecho, tanto a mí como a mi novio nos los recordaba habitualmente a modo de broma.

Mi trabajo era otra historia.

Christian optaba por la ley del hielo, aislándome del equipo  y de toda reunión con la excusa de que "mi vida personal estaba involucrada" al mismo tiempo que me ahogaba en tareas.

Creo que los chicos nunca habían hecho tantas entrevistas, vídeos, o fotos como esta temporada, y todo había sido orden directa suya. No me había costado mucho averiguar que lo hacía a propósito, llevándome al límite de lo que podía hacer para ver si renunciaba.

Incluso se había reunido con abogados para que le confirmaran que nuestro contrato era inquebrantable y que no podía echarme hasta el final de temporada.

En estos momentos, agradecía a lo precios de alquiler tan elevados de Barcelona que me habían hecho encontrarme con la compañera de piso de Lucía, porque sin ella, ahora mismo ya estaría de patitas en la calle.

Lo bueno, es que este período de tiempo me ha dado mucho tiempo de autorreflexión junto con mi psicólogo, las noches con el español, y las palabras que pronunció durante esa comida en Galicia.

Palabras que me habían llevado delante de la puerta en las oficinas de Brackley donde el nombre de mi jefe estaba rotulado de una forma que nunca me había parecido tan amenazante. Suspiré, repitiendo en mi mente los ánimos que mi pareja me había dado durante los últimos días.

Puse mi mejor faceta seria, la misma que me había llevado a aquel restaurante en España con el británico, esa personalidad que me había permitido negociar con él como si no hubiera una clara diferencia de poder e intereses.

Volví a aquella Sofía que ignoraba el temblor nervioso en mis piernas y lo achacaba a los tacones de aguja, esa que justificaba el sudor frío que recorría su espalda debajo del traje, con el aire acondicionado que estaba puesto demasiado fuerte.

Toqué la puerta con suavidad, apretando levemente el portafolio que llevaba en mi mano izquierda mientras esperaba una respuesta.

—Pasa.—Escuché su voz, respirando hondo por última vez antes de abrir la puerta, mis zapatos resonando en el suelo mientras la cerraba tras de mí y me sentaba en la silla delante de él, aparentando lo más confiada que pude.—Sofía, qué sorpresa... ¿Ya terminaste lo que te pedí?

one night stand | carlos sainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora