XXXXVIII

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Tatiana

Hasta cuando vas a humillarte maldita sea, es lo único que sonaba en mi cabeza una y otra vez, sin saber porque cesar me culpa del accidente de lillian, no se como está ella, no sé qué pasó, no se porque tengo la culpa.

Todo se veía borroso. Mis manos temblaban en el volante mientras manejaba por la autopista hacia Los Ángeles. El cielo estaba gris, como si supiera lo que estaba pasando dentro de mí. Llevaba horas conduciendo, sumida en mis pensamientos, incapaz de escapar de la tristeza que me envolvía. No podía dejar de pensar en César, en todo lo que había pasado, en cómo en un segundo todo había cambiado, y en lo rota que me sentía por dentro.

Mis ojos estaban llenos de lágrimas, apenas podía ver la carretera. Sentía un nudo en el pecho que me aplastaba, y no había manera de quitarlo. El dolor era tan fuerte que parecía físico, como si mi cuerpo ya no pudiera soportarlo más. Cada kilómetro que recorría parecía alargar ese tormento.

Todo fue tan rápido, pero al mismo tiempo, tan lento. Un momento estaba en la autopista, tratando de calmarme, y al siguiente, vi las luces del coche que venía hacia mí, demasiado cerca, demasiado rápido. Frené, pero era demasiado tarde.

El sonido del impacto fue ensordecedor. Sentí cómo mi cuerpo se estrellaba contra el cinturón de seguridad, cómo el metal del coche se retorcía a mi alrededor. El dolor explotó en todo mi cuerpo, como si cada parte de mí estuviera siendo despedazada al mismo tiempo. Mi cabeza golpeó algo con fuerza, y la visión se me nubló aún más. Todo comenzó a moverse en cámara lenta.

Pude ver los cristales del parabrisas volando en el aire, como si flotaran a mi alrededor. Sentía el aire salir de mis pulmones, y cada segundo se estiraba como si el tiempo me estuviera castigando. No podía moverme. El dolor era tan abrumador que apenas podía pensar, pero una frase resonaba en mi mente.

- Desearía no haberte conocido, César Parra.

Esas fueron las últimas palabras que dije antes de que todo se apagara.

•••

ZAITH

El día había comenzado como cualquier otro turno interminable en el hospital. Revisé mi teléfono rápidamente entre pacientes y vi un mensaje.

Armani💀

- Voy para allá.

No pensé mucho en ello. Era raro, pero con Tatiana siempre había esas idas y venidas, y asumí que probablemente se quedaría con César. Sonreí por un segundo, imaginando su típica excusa de última hora.

- Ya le mandaré mensaje a la sapa esa más tarde - pensé, mientras volvía a enfocarme en mis pacientes.

Horas más tarde, llegó el aviso de un accidente de tráfico, uno grave. Las ambulancias empezaron a llegar en cuestión de minutos, el personal estaba en completo movimiento. Me preparé, como siempre lo hacía, para recibir a los heridos y llevar a muchos directamente a cirugía. Era un caos, gritos, camillas rodando por los pasillos. Pero a pesar de todo, sentía una sensación extraña en el pecho. No sé por qué, pero en medio de toda la locura, no podía concentrarme. No me enfocaba en ningún paciente en particular, como si estuviera buscando algo... o a alguien.

Y entonces la vi.

No su rostro, no su cuerpo, sino algo mucho más pequeño. El tobillo de una mujer herida, asomando en una de las camillas que traían de la ambulancia. El tatuaje que compartíamos, *WE*, estaba ahí, en su piel, tal como lo habíamos decidido cuando éramos adolescentes. El aire salió de mis pulmones. Tatiana. Mi mejor amiga, mi confidente, estaba en esa camilla, inconsciente y destrozada.

Me quedé congelado por un segundo, incapaz de procesar lo que estaba viendo. Pero la realidad me golpeó de inmediato, y el médico en mí tomó el control.

- ¡Rápido, un quirófano! - grité, mientras me movía al frente, tomando el control de la situación. Todos esos años de estudio, las noches sin dormir, todo lo que habíamos compartido, ahora tenían que significar algo. Tenía que salvarla.

La miré, intentando mantener la calma. No era solo una paciente. Era mi....otra mitad.

El sonido de mis pasos resonaba en el pasillo, más rápido de lo que debía. Mi mente estaba en otra parte, mi corazón tamborileando tan fuerte que apenas escuchaba lo que me decían los demás. Iba a entrar al quirófano para estar con Tatiana. No me importaba que fuera mi amiga; necesitaba estar ahí, necesitaba verla y asegurarme de que todo se haría bien. Ella confiaba en mí. Pero cuando llegué a la puerta, mi residente de guardia me bloqueó el paso.

- Ortega, no puedes entrar - me dijo, con firmeza pero con un tono comprensivo - Es personal, no podrás ser objetivo.

- Por favor... - supliqué, tratando de mantener mi compostura - Déjame entrar. No haré nada que comprometa el procedimiento. Solo quiero asegurarme de que todo salga bien. De que se haga correctamente.

Me miró con una mezcla de empatía y autoridad, pero no cedía. Sabía que tenía razón, pero el dolor en mi pecho era insoportable. Ella no era cualquier paciente, era mi Tatiana. La chica que siempre estuvo ahí, la que me levantaba el ánimo cuando todo parecía derrumbarse. Recordé sus palabras una y otra vez, "Zai, mereces más que ese idiota." Su voz resonaba en mi cabeza como un eco lejano, y la idea de no volver a escucharla me destrozaba.

- Solo déjame entrar a supervisar - insistí - Si veo algo que no está bien, puedo intervenir, pero no interferiré. ¡Por favor! Te lo ruego...

Finalmente, tras lo que parecieron horas de súplica, accedieron. No porque estuvieran convencidos, sino porque veían el dolor en mis ojos, el terror de perder a alguien que significaba tanto para mí. Me dejaron pasar, pero con la condición de que no tomara decisiones a menos que fuera absolutamente necesario.

El quirófano estaba frío, aséptico. Un espacio tan lleno de vida y muerte al mismo tiempo. Y ahí estaba ella, acostada en la camilla, rodeada de monitores, tubos y batas quirúrgicas. Cada centímetro de su cuerpo estaba cubierto de heridas. El accidente había sido brutal. Tenía varias fracturas, múltiples costillas rotas, una lesión en la cabeza, y lo peor, un pulmón colapsado que había causado una hemorragia interna. El impacto había sido devastador.

Cada vez que veía el monitor, sentía que el aire me faltaba. Tatiana, mi amiga de toda la vida, luchaba por respirar. Luchaba por sobrevivir, y yo estaba allí, impotente, observando cómo otros hacían todo lo posible para salvarla.

Las lágrimas comenzaron a caer sin que me diera cuenta. No podía contenerlas. Me vi obligado a alejarme un poco, apartándome de la línea directa de visión de los cirujanos. Todo lo que podía pensar era en cómo ella siempre estaba ahí para mí, diciéndome que merecía más, que era más de lo que yo pensaba.

- Amigo, estás loco... - su voz aún resonaba en mi mente, pero ahora era un eco hueco, una memoria dolorosa. No podía soportar la idea de perderla.

Me acerqué al jefe de cirugía, la persona en quien más confiaba en ese momento.

- ¿Cómo está? - pregunté con la voz temblorosa.

- Es un caso muy complicado, Zaith - respondió - Tiene muchas fracturas, algunas hemorragias internas, y su cabeza ha sufrido un trauma severo. Estamos estabilizándola, pero las próximas horas serán críticas.

Sentí cómo el suelo se desvanecía bajo mis pies. Todo el control que había intentado mantener se quebró. No podía permitir que ella se fuera. No podía perder a mi mejor amiga.



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solo en sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora