LXIV

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Cesar

Esa noche ya no pude más. Todo esto, todo lo que ha pasado, me tiene hasta la madre. Agarré todas las botellas que pude encontrar en la casa y me encerré en el cuarto de Carlos. No quería ver a nadie, no quería escuchar a nadie, así que cerré la puerta con seguro, puse música a todo volumen y empecé a tomar sin medir. Sentía el ardor del alcohol en la garganta, un fuego que parecía al menos opacar el que tenía en el pecho.

En un rincón de la habitación estaba su bajo, el mismo que nunca dejaba de tocar. No sé qué me empujó a tomarlo, pero antes de darme cuenta, mis manos ya estaban rasgueando las cuerdas, recordando esos acordes que él me enseñó. Comencé a tocar y a cantar, como si de alguna forma, la música pudiera deshacer el dolor.

Te soñé, fue la primera canción que salió. Me rasgaba la voz cada vez que pronunciaba las letras, cada palabra tenía el peso de su ausencia. Después, le siguió Por un amor como el tuyo, porque en el fondo, sentía que todo este caos que traía adentro era también por Tatiana. Y finalmente, canté No hay novedad. En cada estrofa, en cada nota, sentía cómo el dolor y la rabia se mezclaban, me invadían hasta el punto de perder la conciencia.

No sé en qué momento me quedé dormido. Lo último que recuerdo es la habitación girando, la música sonando lejana, y el bajo deslizándose de mis manos, cayendo al suelo. Y de repente, ahí estaba él, mi carnal.

•••

Estábamos en el sofá, como si el tiempo no hubiera pasado, como si todo estuviera en su lugar. Carlos se veía igual que siempre, con esa sonrisa burlesca y los ojos brillantes de inocencia. Él estaba jugando en el televisor, y yo trataba de concentrarme, aunque sentía una opresión en el pecho que no me dejaba en paz, una tristeza que no entendía. ¿Por qué estábamos aquí? ¿Cómo era posible? Quería decirle tantas cosas, pero antes de que pudiera articular una sola palabra, él volteó hacia mí, riéndose.

- Eh, pendejo, vas a perder, no andes llorando después - me dijo con esa forma suya de burlarse y de darme ánimos al mismo tiempo. Y, como un reflejo, agarré el control, comencé a jugar junto a él, aunque la mente no dejaba de darme vueltas.

Mientras jugábamos, Carlos empezó a hablar, soltando palabras que no esperaba escuchar en este sueño.

- Te la devolví - dijo de pronto, con una sonrisa entre traviesa y seria.

Lo miré, confundido. No entendía a qué se refería, pero antes de que pudiera preguntarle, él me miró directamente a los ojos, y entendí que estaba hablando de Tatiana.

- Le dije que tenía que volver, que tú la necesitas - continuó, sin dejar de mirarme - No te preocupes, cabrón. Ella está confundida, pero yo te voy a ayudar.

- ¿Cómo, Carlos? ¿Cómo vas a ayudarme? - le pregunté, intentando agarrarlo del brazo, como si tuviera miedo de que desapareciera, pero él se limitó a sonreír, esa sonrisa tan suya que tanto extraño.

•••

Justo cuando iba a decir algo más, algo que seguramente me habría dado una pista, una respuesta… comencé a despertar. La imagen de Carlos se desvaneció, y me encontré de vuelta en el cuarto, con un dolor de cabeza brutal, el bajo tirado a un lado y las botellas vacías alrededor. Escuché golpes en la puerta, alguien gritaba mi nombre.

Me costó un esfuerzo tremendo levantarme, pero me acerqué a la puerta, tambaleándome. Al abrirla, ahí estaban Cristhian y Lillian, con los rostros llenos de preocupación y cansancio. Mi ama venía subiendo las escaleras con una taza de café en las manos, mirándome con esa mezcla de angustia y paciencia que solo una madre puede tener.

solo en sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora