Tatiana
No sé dónde estoy ni cuánto tiempo ha pasado, pero sé que esto no es normal. Estoy en la casa donde crecí, pero algo no cuadra. No hay nadie aquí, ni mamá, ni los gritos de mi hermano jugando en el patio. El silencio pesa, demasiado. Las paredes amarillas de la sala parecen más viejas, pero el televisor funciona, y tengo internet... ¿esto es una clase de broma? Me acerco a la ventana, la misma que daba al jardín donde mamá colgaba la ropa. Quiero abrirla, pero no puedo, está sellada. Todo está sellado.
El sofá, ese viejo sofá beis donde mamá y yo nos sentábamos a ver La hija del mariachi cada tarde, sigue ahí. Recuerdo cómo mamá solía bromear que yo podría ser igual de testaruda que Rosario, pero que si aparecía mi Emiliano, mejor que fuera con caballo y todo. Sonrío un poco al pensar en eso. Tantas tardes, con la brisa entrando por la ventana y las risas de mamá resonando a mi lado. Pero ahora... es distinto. No hay brisa. No hay risas.
De repente, oigo algo. Una voz. ¿Es mi imaginación? No. Es real, es... ¡Zai! Mi corazón salta de alivio al escucharlo.
- Tati, ¡no te hagas la tonta! - Su voz es clara, como si estuviera en otra habitación, pero lo siento lejos, casi inalcanzable. - ¿Otra vez estás en problemas? Te necesito para reírme de tus desgracias, ya sabes cómo soy. Si no estás tú, ¿quién me va a hacer reír con sus ocurrencias?
Cierro los ojos y me imagino su sonrisa, esa forma en la que siempre transforma mis tragedias en pequeñas comedias, haciéndolas ver menos graves.
- ¿En serio? ¡Ya basta! Regresa. Esto no es un chiste, ¿ok? Necesito a mi cómplice. ¿Recuerdas cuando nos escapamos del colegio? ¡Eso fue oro! ¿Y qué hay de esa vez en la que juraste que ibas a lograr que nos hicieramos un tatuaje y terminamos con el mismo? Vamos, Tati, siempre salimos de las peores juntos. No me dejes solo con esto.
Trato de gritarle, de decirle que estoy aquí, que quiero salir. Pero no puedo. No hay puertas que abrir, no hay ventanas que romper. Sólo la casa vacía y esa sensación de estar atrapada en algún lugar entre el pasado y algo más profundo.
- Te necesito, amiga - su voz se suaviza, casi suplicante - No te puedes quedar ahí. ¡No sin mí! Tienes que volver, Tati. Tenemos mucho por hacer todavía.
Mi pecho se aprieta. Quiero regresar, quiero que esto acabe. Pero todo sigue igual.
•••
Cesar
Ha pasado un mes y medio desde el accidente, y la impotencia me consume. Tatiana sigue sin despertar. Cada día que pasa se siente más pesado, más insoportable. He ido a Phoenix dos veces desde que llegué aquí, pero todo en esa ciudad me recuerda a ella, y regresar al hospital solo reafirma que nada ha cambiado. Me estoy quedando en un hotel a unas cuadras del hospital; al menos puedo caminar de ida y vuelta, como si eso me diera algún control sobre esta situación que parece fuera de mis manos.
Cristhian viene seguido. La última vez me trajo el bajo quinto. Me miró con esa sonrisa torcida suya, la misma que pone cuando sabe que tiene razón y yo no quiero admitirlo.
- Te hará bien, gemela - me dijo mientras colocaba el estuche frente a mí. No le contesté de inmediato. Solo lo miré, con el corazón encogido, porque no quería admitir que tal vez tocar me ayudaría, aunque fuera por un momento.
- No sé si sirva de algo - le dije en voz baja.
- No tiene que servir para nada más que para hacerte sentir algo que no sea solo esto, César. Tócala para ella.
La voz de Cristhian fue más suave de lo habitual, casi paternal, como si supiera que esas palabras iban a tocar algo dentro de mí. Sabía que él sufría viéndome así, pero también sabía que él la quería a Tatiana.
Lillian también ha venido, aunque a veces no puede por Dylan. La entiendo; tiene a su hijo que necesita de ella, y sé que también carga su propio dolor. La última vez que la vi, la noté más flaca, con el cansancio reflejado en sus ojos.
- ¿Cómo estás? - me preguntó en uno de los pocos momentos en que nos quedamos solos en la habitación donde estaba ella.
- Ya no sé, Lillian - le contesté mientras me pasaba las manos por el rostro, como queriendo borrar la fatiga acumulada - A veces siento que ni siquiera estoy aquí, ¿sabes? Todo esto parece una pesadilla de la que no puedo despertar.
Lillian me miró con esa tristeza que llevaba días reflejada en su rostro.
- Ella es fuerte. Sabes que si alguien puede salir de esto, es Tatiana. No debes perder la esperanza - su voz tembló, pero se mantuvo firme.
Asentí, pero mi mente seguía dándole vueltas al mismo pensamiento. ¿Y si nunca despierta?
Con Zaith, las cosas han estado mejor. Después del primer mes en el que apenas podíamos mirarnos a los ojos sin que hubiera una tensión palpable entre nosotros, finalmente logramos hablar más tranquilos. Él también se la pasa en el hospital cada vez que tiene descansos de sus turnos. El otro día, mientras tomábamos un café en la cafetería del hospital, se sinceró.
- Es difícil, ¿sabes? - me dijo, mirando el vaso de café como si fuera la cosa más interesante del mundo - Yo debería poder salvarla. Soy su amigo y soy médico, pero no puedo hacer nada más de lo que ya se está haciendo.
Lo escuché en silencio, porque sabía que él estaba lidiando con su propia culpa, igual que yo.
- No es tu culpa, Zaith. Estamos todos en el mismo barco aquí.
- Lo sé. Pero eso no lo hace más fácil, ¿verdad?
No, no lo hacía. Nada lo hacía más fácil.
El bajo quinto ha estado aquí en la habitación con nosotros desde hace unos días, apoyado contra la pared junto a la cama de Tatiana. Ayer, después de que Cristhian se fue, decidí tomarlo por primera vez.
La melodía salió sola, como si mis dedos supieran exactamente qué hacer, aunque mi mente estuviera perdida. Comencé a tararear una vieja canción que solía cantar con mi gemelo, cuando todo estaba bien.
- Sé que puedes escucharme - le dije en un susurro - Sé que estás ahí, Tatiana.
La miré, esperando que, tal vez, un pequeño movimiento en su rostro me indicara que me escuchaba, que me entendía. Nada. Solo el sonido de la máquina monitoreando sus signos vitales.
- Me haría bien verte sonreírme de nuevo. Solo una sonrisa, una pequeña señal... No hay día que no le pida a Dios, y a Carlos también, que te ayuden, que te traigan de vuelta.
Mis dedos seguían tocando las cuerdas mientras le hablaba, como si la música pudiera llenar el vacío que su silencio había dejado.
- Recuerdo cómo te burlabas de mi al principio, pero luego terminabas en la cama conmigo. Me encantaría escucharte otra vez, aunque sea solo para corregirme cuando me equivoco en mis acciones.
Una lágrima cayó sobre la madera del bajo quinto, pero no dejé de tocar.
- Tatiana, por favor... Solo te pido una señal de que estás aquí, conmigo.
La canción terminó, pero el silencio permaneció.
¿Que voy hacer si no despierta?
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solo en sueños
Fanfictionde tu boca podría esperar cualquier cosa, pero jamás pensé que tus caricias me mintieran