LXXVI

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Tatiana

La ansiedad me estaba comiendo. Era el día en que por fin sabríamos si nuestro bebé sería niño o niña después de siete largos meses. Durante todo este tiempo, el bebé se las había arreglado para esconder su identidad, como si también tuviera algo de mi terquedad. Pero, aunque ahora mismo quisiera mantener la distancia de César, debía ser responsable; no quiero que nuestro bebé sienta la tensión que hay entre sus padres ni que algo le afecte.

Decidí llamar a Cristhian. Él es mi cuñado y sé que siempre está dispuesto a escuchar, y tampoco quería molestar a Lillian, que tiene tanto en qué pensar.

Cuñado 🧔🏻

- Hola, Cristhian. ¿Tienes un momento? - pregunté, insegura, mientras jugueteaba con el borde de la mesa.

- ¡Claro, cuñada! ¿Todo bien? - respondió él, siempre con ese tono amigable.

- Sí… bueno, no realmente. Necesito hablar con alguien y pensé en ti.

- Dime dónde y llego, sin preguntas - dijo con esa calidez que tan bien le caracteriza.

Fin de la llamada.

Nos encontramos en un café cerca del centro comercial, y cuando llegué, él me ayudó a sentarme, siempre atento.

- ¿Cómo va mi sobrino o sobrina? - me preguntó, con una sonrisa de genuina curiosidad.

Sonreí y le conté que el bebé estaba bien, creciendo como debía. Luego, sin mucha demora, empecé a hablarle de todo lo que había pasado con César, la discusión, cómo me fui de la casa. Cristhian escuchaba en silencio, y algo en su expresión cambió; no estaba haciendo los típicos chistes con los que suele bromear cuando habla con su hermano.

- Cuñada, el César te ama. Jamás pensé verlo así, menos después de la muerte de Carlos… - murmuró, recordándome aquel dolor que todavía llevaba consigo.

Suspiré, recordando también cómo era él cuando nos conocimos, con esa barrera de desconfianza tan alta.

- Lo sé, Cristhian. Me gritó… me dijo oportunista - respondí, tratando de contener la risa que al final los dos soltamos juntos.

Estuvimos hablando por casi una hora, hasta que revisé la hora y noté que era tiempo de la cita. Encendí mi teléfono, y decidí escribirle a César.

- Te espero en el hospital.

Nada más; no quería dar lugar a malentendidos ni extender la conversación por mensaje. Cristhian me acompañó hasta el auto, asegurándose de que estuviera bien, y después de despedirnos, tomé camino hacia el hospital.

Al llegar a la sala de espera, lo vi ahí, sentado con la cabeza agachada y sus manos juntas. Respiré hondo, tratando de calmarme, y caminé hacia él.

- Hola - murmuré, sentándome a su lado. En cuanto me vio, me rodeó con los brazos, como si temiera perderme.

En ese momento me di cuenta de cuánto lo amaba. A pesar de las diferencias, de los gritos y el dolor, él seguía siendo el hombre que elegí.

Momentos después, nos llamaron para entrar al consultorio. La doctora, que ya nos conocía de las consultas anteriores, nos saludó con una sonrisa amable. Nos hizo recostar y, con la pantalla encendida, comenzó el ultrasonido.

- ¿Listos para conocer al bebé? - preguntó, mientras movía suavemente el aparato sobre mi vientre. Sentí cómo César apretaba mi mano, un gesto que a la vez me tranquilizaba.

Observamos la pantalla, y de pronto, la doctora sonrió ampliamente.

- Aquí está su bebé… y es una niña - anunció con emoción.

Miré a César, quien se quedó en shock, con los ojos abiertos de par en par, hasta que las lágrimas comenzaron a caer por su rostro. Entre sollozos, se inclinó hacia mí y me besó, susurrándome al oído.

- Gracias… gracias, amor.

Y en ese instante supe que, a pesar de todo, nuestra pequeña iba a crecer rodeada de amor.

•••

Cesar

Salimos del hospital en silencio, pero un silencio cómodo. Caminábamos juntos hacia el auto, y mientras le abría la puerta, sentía un nudo en la garganta. ¿Cómo podía expresar todo lo que había pasado por mi mente en estos últimos meses, la culpa y el miedo que había sentido? Apenas subimos al auto, lo intenté.

- Tatiana… siento mucho todo lo que ha pasado - empecé, eligiendo cada palabra con cuidado - He sido un tonto y… no he estado a la altura de lo que necesitabas, de lo que nuestra bebé necesita.

Ella me miró con una ternura que me desarmaba, y apenas esbozó una sonrisa. No dijo nada al principio, simplemente me dejó hablar.

- No quería que te sintieras sola, y en cambio, fui hostigante creó,Es que… después de lo de Carlos, me sentí tan perdido… Perdí a mi hermano y casi siento que me pierdo a mí mismo. No he sabido cómo manejar nada de esto, y luego te conocí  - confesé, sintiendo que las palabras me pesaban más de lo que pensaba.

extendió su mano y la apoyó sobre la mía, apretándola suavemente.

- César, no tienes que disculparte por el dolor que llevas. Sé cuánto te ha dolido lo de Carlos, y sé también que a veces yo puedo ser muy exigente contigo, es nuestra primera vez siendo padres y se que lo quieres hacer bien.

La escuché, sorprendido. Me esperaba que estuviera molesta, que me reclamara por todo lo que le había hecho, pero ella no lo hacía.

- Es solo que… - continué, luchando con mis pensamientos - en mi cabeza no puedo dejar de pensar que, si te fallo a ti o a nuestra hija, voy a perderlo todo otra vez. Y el miedo a perder me está volviendo… loco, irritable. Incluso llegué a pensar que estarías mejor sin mí, se que no necesitas de nadie, Pero quiero que me necesites para estar a tu lado.

Ella sonrió con dulzura, una sonrisa que siempre había sido como un refugio para mí. Se giró hacia mí y me miró directo a los ojos.

- César, eso no es verdad. No quiero que ni por un segundo pienses que estaríamos mejor sin ti. Nadie más podría ocupar el lugar que tienes en nuestras vidas. Lo que quiero es que aprendas a confiar, a dejar de pensar que todo depende de ti. Yo también estoy aquí para ti, y nuestra niña también lo estará, somos un equipo.

Me quedé en silencio, procesando lo que me decía. Tenía razón. Había asumido tanto, llevado tanta culpa y miedo, que no me había permitido ver que también ella cargaba con su propio dolor, con sus propias inseguridades. Solté un suspiro, y ella comenzó a rascar suavemente mi nuca, como si supiera exactamente lo que me hacía falta.

- Tatiana… me has soportado tanto, y aquí estás…  - murmuré, intentando no emocionarme de nuevo - Siento que no merezco todo esto.

Ella soltó una leve risa, rodando los ojos.

- César Parra, ¿sabes cuántas veces he pensado lo mismo de mí? Todos tenemos nuestras cosas, nuestras batallas. Pero, en serio, deja de disculparte. Si hoy estamos aquí, juntos, es porque ambos hemos querido estar aquí, no porque uno esté "soportando" al otro.

Asentí, sonriendo apenas, sintiendo el peso de sus palabras. Y durante el resto del camino a casa, me permití disfrutar de la paz que ella traía consigo, la paz de saber que estábamos juntos en esto, y que nuestro amor, tan lleno de fallas y de errores, también era lo suficientemente fuerte para sostenernos.

Cuando llegamos a casa, me ofrecí a abrirle la puerta.

- ¿Ves? Así me gusta verte, sonriendo, no preocupado.

Nos quedamos unos segundos mirándonos, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que, a pesar de las dificultades, estábamos bien.




solo en sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora