LXVIII

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César

Esta noche es la noche. Han pasado tres semanas desde que Tatiana me pidió que la ayude a recordar. Es raro, nunca pensé estar en una posición así, pero ver cómo su actitud ha cambiado, incluso con sus límites, me da esperanza. Sé que no puedo acelerar nada; tengo que ser paciente, y eso estoy haciendo. Con cada día, me convenzo más de que valdrá la pena.

Hoy he decidido que le voy a pedir que sea oficialmente mi novia otra vez. Para mí, nunca dejó de serlo, pero si eso es lo que hace falta para que estemos bien, para que ella sienta que las cosas están claras, lo haré. Sé que no fui la mejor persona, y sé que le hice mucho daño. Pero eso queda atrás. Esta vez, no la voy a dejar ir.

Le pedí ayuda a Lillian para organizar todo. Ella está emocionada, casi tanto como yo. Vino a mi casa esta tarde. No han dejado de hacerme bromas desde que llegaron. Lillian se ríe, y aunque nunca lo dice, sé que me mira y piensa en Carlos. Es inevitable, sobre todo en momentos como este. Me lo imagino perfectamente, burlándose de mí si estuviera aquí. Seguro diría algo como.

- ¿A poco el plebe César Parra ahora sí quiere ponerse serio? ¿Quién diría que el ‘rebelde’ de la familia andaría haciendo todo esto por amor?.

Lillian se ríe mientras organiza la mesa en el jardín, que Cristhian y yo decoramos con flores y luces que parpadean suave. Ella suelta una carcajada y dice.

- No puedo creerlo, César. Jamás pensé verte tan… ¿cómo decirlo? ¿Dedicado? ¿Romántico? - Cristhian se suma a las burlas y añade.

- Si Carlos estuviera aquí, seguro te diría que te dejaste atrapar. Que el César de antes se nos fue y nos quedamos con este César todo enamorado, todo blandito.

Es raro, pero siento a Carlos con nosotros, como si me estuviera mirando desde algún rincón, sacudiendo la cabeza, riéndose. Lillian y Cristhian hablan de él con cariño y nostalgia.

- gemela, jamás creí ver esta versión de ti. Y aunque a Carlos le hubiera gustado decírtelo el, estoy seguro de que estaría orgulloso de ti. De verdad.

Mientras termino de arreglar las luces y reviso que todo esté perfecto, me detengo un momento para pensar en lo que quiero decirle a Tatiana esta noche. Me repaso en el espejo y decido que quiero un look elegante pero relajado. Me pongo una camisa blanca de lino, sin corbata, con un pantalón oscuro y unos zapatos que me regaló Carlos en nuestro  último cumpleaños. Un toque de colonia y listo. Estoy nervioso, pero me miro al espejo y sonrío. Por primera vez en mucho tiempo, me siento… bien. Es como si, a pesar de todo, hubiera encontrado algo de paz.

Lillian, viendo que no me muevo del espejo, se ríe y me lanza una broma.

- Ándale, Don Perfecto, no va a notar si te pusiste colonia o no - Cristhian, soltando una carcajada, agrega.

- ¿Qué pasó, César? ¿Tan enamorado estás que hasta te pones nervioso por algo tan sencillo? - Me río, pero en el fondo saben que estoy temblando. La idea de que Tatiana pueda decir que sí, o que no, me tiene con el corazón en la garganta.

Cristhian y Lillian terminan de preparar el lugar y yo repaso el discurso en mi mente. En el fondo, pienso en cómo desearía que Carlos estuviera aquí para verlo, para estar conmigo en este momento. Pero, a su manera, siento que sí está. Sus risas y su amor están en cada palabra, en cada broma que hacemos esta noche. Sé que donde quiera que esté, está feliz por mí.

Esta vez, lo haré bien. Y aunque no me esperaba estar rodeado de risas y nostalgia antes de pedirle que sea mi novia, me siento lleno de esperanza. Porque aunque el César del pasado ya no está, el César que está a punto de pedirle otra oportunidad a Tatiana, finalmente ha aprendido lo que significa el verdadero amor.

•••

Tatiana

No puedo mentir, este César es otro desde hace tres semanas. Hay algo casi irreal en cómo me trata, en lo atento y detallista que es ahora, como si cada gesto estuviera cuidadosamente pensado para hacerme feliz. Sé que son secuelas de la amnesia, que está redescubriéndose y, por extensión, redescubriéndonos. Pero, al mismo tiempo, tengo miedo. Miedo de que en algún momento vuelva a ser el de antes, ese hombre enojado que alguna vez me lastimó sin querer y que no sabía cómo lidiar con sus propios demonios.

No quiero juzgarlo ahora que está haciendo las cosas bien, eso lo tengo claro. Pero no puedo evitar sentirme cautelosa, como si mantuviera una parte de mí en guardia. Sin embargo, cada día, a medida que me muestra esa faceta tan dulce y entregada, esa parte de mí se va rindiendo. Estoy enamorada, sin duda, aunque… he sido algo ruda con él, lo admito. Me gusta verlo esforzarse, quizás hasta un poco de sufrimiento en su expresión cuando trato de mantenerme fría. Es como un recordatorio de que esto no siempre fue así, de que, si bien lo quiero, debo cuidarme.

Hoy me invitó a cenar. Lillian, en su eterna complicidad, me trajo un vestido rojo precioso. Es ceñido a la cintura, con un escote en forma de corazón que se ajusta sin ser exagerado y una falda de tela suave que cae con gracia hasta la rodilla. Me puse unos pendientes de plata que complementan el vestido y dejé mi cabello suelto, con ondas ligeras que enmarcan mi rostro. Opté por un maquillaje suave, solo un toque de color en los labios y algo de brillo en los ojos. No quiero verme excesivamente arreglada, pero sí especial. Son las 6:50, y él debería llegar pronto.

Al sonar el timbre, mi corazón se acelera. Cuando abro la puerta, ahí está él, demasiado guapo, con un aire despreocupado pero elegante que me deja sin aliento. Lleva un conjunto oscuro, con una camisa de botones ligeramente arremangada y un ramo de rosas rojas en una mano y una pequeña caja de chocolates en la otra. Me sonríe con esa expresión casi infantil, y por un momento me dan ganas de lanzarme a sus brazos.

- Para la mujer más bella que conozco - me dice, ofreciéndome los chocolates con una sonrisa cálida, y no puedo evitar reír.

- Vas a hacer que me ponga más roja que este vestido - bromeo, mirándolo a los ojos, y él se inclina para darme un beso suave en la mejilla, tan tierno y tan lleno de cariño que hace que mi corazón se acelere aún más.

- No tienes idea de lo hermosa que te ves - me dice en un susurro, y siento que el calor se extiende por mi rostro. Yo también aprovecho para alagarlo, diciendo que está tan guapo que nadie diría que somos pareja, y él se ríe.

Nos dirigimos al auto, y aunque intento mantenerme relajada, la anticipación me consume. Después de unos minutos, llegamos a una especie de jardín privado que parece de cuento. Las luces de colores colgadas entre los árboles y la mesa decorada con delicadeza me hacen sentir en una película. Pero lo que más me sorprende es cuando César se gira hacia mí, con una expresión traviesa.

- Tengo una sorpresa - me dice, extendiendo una venda suave y oscura para cubrirme los ojos - Quiero que disfrutes de cada segundo sin saber qué viene.

Siento sus manos en mi espalda mientras me guía, y aunque no veo nada, puedo sentir la calidez de su mano, la firmeza con la que me cuida en cada paso. Me habla de manera tranquila mientras caminamos, describiendo algunas pequeñas pistas que solo aumentan mi curiosidad.

- Vas a amarlo - me dice al oído, y su voz baja, grave y dulce, me hace sonreír.

Finalmente, nos detenemos, y cuando me quita la venda, mis ojos se llenan de asombro. Frente a mí, una mesa perfectamente dispuesta, decorada con velas y pétalos de rosas. Hay luces colgando de los árboles y una botella de vino tinto esperando a ser servida. Es… perfecto.





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