XLIX

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Cesar

Habían pasado un par de horas desde que nos dijeron que Lillian había despertado. Aunque me sentía algo aliviado, la tensión no se había ido. La estaban terminando de examinar, y los médicos aseguraban que solo había sido un susto horrible. Cristhian y mis papás no dejaban de decirme que la había cagado. Mi hermano no paraba de repetírmelo cada cinco minutos, mientras mis papás me lanzaban miradas llenas de desaprobación. Ellos no tenían que decirlo en voz alta, ya sabía que me había dejado llevar por la ira y había actuado como un completo idiota.

Vanessa, la esposa de Cristhian, le había marcado varias veces a Tatiana, pero su teléfono sonaba apagado. Eso solo alimentaba más mi frustración. Me dejé consumir otra vez por el enojo. Tatiana… la mandé a la fregada cuando solo trataba de ayudarme. No puedo perderla, no después de todo lo que hemos vivido. Soy un pendejo, lo sé, pero no podía evitar sentir que todo se me estaba escapando de las manos.

Cristhian se acercó, esta vez con más calma.

- César, la cagaste… pero puedes arreglarlo. No es tarde, ve a buscarla. Sabes que Tatiana siempre te ama no puedes dejar que esto acabe así - me dijo, con una seriedad que me desarmaba por completo.

Mis papás no decían nada, pero con sus miradas me lo decían todo. Sabían que la regué, y la culpa que sentía me aplastaba el pecho. No había sido justo con Tatiana. Todo por lo que habíamos pasado, y yo la traté como si fuera la culpable de algo que ni siquiera había hecho.

Finalmente, entramos a ver a Lillian. Estaba sentada en la cama del hospital, conectada a varios monitores, pero con una pequeña sonrisa en el rostro.

- ¿Cómo están? - preguntó con esa sonrisa que siempre lograba tranquilizarnos, aunque esta vez se notaba que estaba agotada.

Mis papás no esperaron ni un segundo para rodearla, llenándola de besos y caricias. Desde el accidente de Carlos, Lillian había sido una hija más para ellos. Mi mamá la abrazaba como si no quisiera soltarla, mientras mi papá le acariciaba la cabeza, intentando contener las lágrimas. Lillian lo era todo para nosotros, y el susto que nos había dado solo reforzaba lo frágil que era la vida.

Hubo un momento de silencio incómodo cuando Lillian me miró a los ojos y preguntó.

- ¿Dónde está Tatiana?

Mi estómago se revolvió, y sentí el peso de todas las miradas sobre mí. ¿Qué le podía decir? Sabía que había sido un imbécil, pero ahora tenía que enfrentar las consecuencias.

- La mandé a chingar su madre - solté, y de inmediato vi cómo las expresiones de todos cambiaban. Cristhian me miraba con una mezcla de incredulidad y reproche. Mis papás me veían como si no pudieran creer lo que acababa de salir de mi boca, tal vez no fueron las mejores palabras

Lillian, sin perder su compostura, me miró fijamente.

- Habla ya, ¿qué pasó?

Me quedé sin palabras por un segundo. El peso de lo que había hecho comenzaba a aplastarme. Finalmente, respiré hondo y le conté todo. Le dije que le grité a Tatiana, que la traté horrible, que la culpa y el enojo me cegaron por completo. Lillian se quedó en silencio por un momento, antes de estallar.

- ¡Idiota! - gritó, tan fuerte que los monitores emitieron un pitido. Mis papás intentaron calmarla, pero Lillian estaba furiosa - ¡No puedo creer que le hayas hecho eso a Tatiana, César! Ella no tiene la culpa de nada. Todo esto es por ese pendejo de Thiago, ¡él me ha estado siguiendo y molestando! Yo solo intentaba pedirte ayuda, y tú la corriste. ¡Idiota!

Sus palabras me golpeaban como una avalancha. No tenía idea de lo que estaba pasando con Thiago. No sabía que Tatiana estaba en medio de todo eso… y yo la alejé. Me quedé callado mientras Lillian seguía gritándome. Tenía razón.

Lillian intentó llamarla también, pero el teléfono de Tatiana seguía apagado. La preocupación crecía más y más. Cristhian se levantó.

- Tienes que ir a buscarla, César. No puedes dejar esto así.

No sabía dónde buscarla. Su apartamento estaba vacío, y no contestaba el teléfono. Me sentía completamente perdido, pero sabía que tenía que encontrarla. Mi mente seguía dándole vueltas a la última vez que la vi, a cómo la lastimé con mis palabras.

- Llama a sus amigos - dijo mi mamá, tratando de ser la voz de la razón - Seguro uno de ellos sabe dónde está.

Lillian tenía el número de Zaith, su mejor amigo. Luna, mi hermana menor, ya le había mandado un mensaje, pero él no había respondido. Sabíamos que era doctor, por lo que probablemente estaba de turno.

Ahora solo quedaba esperar. Maldita sea, César, ¿cómo pudiste dejar que todo llegara a esto?.

•••

Tatiana

Estoy en una especie de limbo, atrapada entre la vida y la muerte, deseando profundamente morirme. No hay razón por la cual vivir. Me encuentro en una oscuridad abrumadora, como si me hubiera sumergido en un océano profundo, donde cada ola es un recordatorio de mi tristeza, de todo lo que he perdido y de lo que nunca tendré.

Pienso en el suicidio a menudo, pero nunca he tenido el valor de llevarlo a cabo. Hay algo que me frena, una voz interna que me dice que sería una cobarde si lo hiciera. No quiero que mi familia, las personas que amo, piensen que he abandonado la lucha, que no fui lo suficientemente fuerte como para soportar el dolor. La idea de que se enteren de que decidí dejarlo todo me aterra más que la propia muerte. Prefiero permanecer en este limbo, aunque me consuma, que enfrentar el juicio de los demás.

En medio de esta negrura, hay momentos en los que la bruma se disipa un poco y aparece una luz tenue. En esos instantes, veo a mi mamá. La imagen de aquella mujer valiente, que luchó contra el cáncer durante 15 años, llena mi mente. La recuerdo en sus días buenos, riendo, con su cabello brillante y su sonrisa cálida. Pero también la recuerdo en sus días malos, cuando el dolor era más fuerte que cualquier otra cosa, cuando el cansancio se dibujaba en su rostro, pero ella nunca se rendía.

La veo tan real, como si estuviera justo frente a mí, y no puedo evitar que las lágrimas fluyan. Me gustaría poder abrazarla, decirle cuánto la extraño, cuánto la amo. Pero nuestra relación fue complicada; siempre hubo palabras que no dije, sentimientos que nunca expresé. La amé profundamente, más de lo que jamás le pude demostrar. A menudo, me reprimía al hablar con ella, como si expresar lo que sentía fuera un signo de debilidad. Nunca le dije cuán orgullosa estaba de ella, de su fortaleza, de cómo luchó sin rendirse a pesar de todas las adversidades. La veía pelear, pero también la vi sufrir. Y en medio de todo eso, nunca supe cómo consolarla o cómo decirle que la admiraba.

Ahora, mientras estoy atrapada en esta oscuridad, me pregunto si ella supo lo que sentía. ¿Sabría que cada vez que sonreía, mi corazón se llenaba de amor? ¿Entendería que la imagen de su fuerza es lo que me ha mantenido en pie, incluso ahora, en este limbo?

Siento que su presencia se aleja, y el vacío se apodera de mí de nuevo. El limbo me envuelve, y me deja con un deseo incontrolable de volver a tener la oportunidad de hablarle, de mirarla a los ojos y decirle.

- Mamá, eres lo más hermoso de mi vida, y te extraño tanto, Desearía poder encontrar las palabras, desearía que los momentos difíciles no me hubieran frenado.

Mientras me dejo llevar por la tristeza, un nuevo pensamiento se asoma, quizás el hecho de que ella haya luchado con tanto coraje sea un recordatorio de que yo también debería intentar ser fuerte, aunque a veces sienta que no puedo. Quizás no todo esté perdido, tal vez, de alguna manera, ella sigue a mi lado, dándome el empujón que necesito para seguir adelante. Pero ahora, aquí, en esta oscuridad, no sé si tengo la fuerza para hacerlo.




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solo en sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora