LXXIV

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César

La luz de la mañana se colaba suavemente por la ventana y me desperté con una sensación de paz indescriptible. Ahí estaba ella, Tatiana, mi hermosa novia, profundamente dormida en mis brazos. La miré y no pude evitar sonreír. Sentí una alegría tan pura, un amor tan profundo, que por un momento me quedé mirándola, pensando en cómo habíamos llegado hasta aquí.

Lentamente, mi mano descendió hacia su vientre. Apenas una suave curva por ahora, pero allí estaba, nuestro bebé, creciendo dentro de ella. "Voy a ser papá", pensé, y el corazón me dio un vuelco de felicidad tan intensa que creí que mi pecho no iba a soportarla. Comencé a acariciar su vientre con delicadeza, sintiendo que con cada caricia le decía lo mucho que lo amo ya, aunque aún no lo he conocido.

Estaba tan absorto en mis pensamientos que no me di cuenta de que Tatiana había comenzado a despertarse. La sentí moverse, y sus ojos comenzaron a abrirse despacio. Me miró, con esa dulzura que siempre me desarma, y sonrió. Esa sonrisa me daba la vida.

- Buenos días, mi amor - le dije, inclinándome para besar su frente.

- Buenos días, bebé - susurró, aún adormilada, pero con una ternura que me derritió por completo - ¿Hace cuánto estás despierto?

- Hace un rato. No quería despertarte, estabas tan tranquila… - le respondí mientras deslizaba mi mano suavemente por su vientre. Ella me miró, adivinando en mis ojos toda la felicidad que sentía.

Se llevó las manos a la cara, riendo suavemente, y luego acarició mi mejilla.

- No puedo creer que estemos aquí - murmuró, con los ojos brillando - Todo esto… tú, yo, nuestro bebé…

- Es lo más hermoso que me ha pasado, cosita. No sabes cuánto te amo… cuánto los amo a los dos - le respondí, mirándola directamente a los ojos. Mi voz sonaba algo ronca por la emoción, y sentí un nudo en la garganta.

Tatiana se acercó más a mí y envolvió mis hombros con sus brazos. Me besó con suavidad, un beso largo, como si quisiera grabar en mí toda la dulzura de ese momento. Cuando nos separamos, nuestras frentes se quedaron pegadas, y ella suspiró, sonriendo.

- Te quiero, César - me dijo, y no hubo duda en sus palabras, solo amor puro.

La apreté con más fuerza, sin dejar de acariciar su vientre, sintiendo cómo ese pequeño ser ya lo cambiaba todo para nosotros.

- ¿Te parece si vamos a desayunar antes de ir al hospital? - le propuse, entrelazando mis dedos con los suyos.

- Sí, creo que lo necesitamos - respondió, riéndose, y su risa me hizo sentir más vivo que nunca.

Nos levantamos juntos y, mientras ella se alistaba, la miraba y no dejaba de sonreír. El día de nuestra primera ecografía. No era solo un chequeo más, era el primer vistazo al regalo que nos habíamos dado mutuamente. Al amor que habíamos creado juntos.

•••

Tatiana

César me llevó a desayunar a un lugar precioso, un pequeño restaurante con vistas al lago, donde las mesas estaban cubiertas de manteles blancos y flores frescas adornaban el centro. Desde que me senté, pude notar que la emoción se le desbordaba en los ojos. Me hacía reír solo con verlo tan entusiasmado.

- ¿Y ya pensaste a quién le vamos a contar primero? - preguntó, sirviéndome un poco de jugo.

Me tomé un segundo para decidir cómo decírselo, jugando con el borde de mi taza de café. Finalmente, le confesé.

- La verdad… ya le conté a alguien - le dije, observando su reacción con una mezcla de nervios y esperanza.

Él arqueó una ceja, un poco sorprendido, pero sus ojos seguían cálidos.

solo en sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora