LXXIII

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César

Tan pronto como leí el mensaje de mi chula, el peso en mi pecho se esfumó y una sonrisa se me dibujó en el rostro. Por fin se había reportado, y hasta me invitaba a cenar. Eran las seis de la tarde, y aunque todavía tenía tiempo, quise alistarme con calma. Fui al cuarto, me bañé rápido y me puse una camisa que sabía que le gustaba. Un par de jeans, un toque de perfume, y listo. Miré al espejo una última vez y sonreí; no me gusta andar fodongo, mucho menos cuando se trata de Tatiana.

Antes de salir, bajé a la cocina, donde estaba mi mamá lavando algunos trastes.

- Ama, esta noche no llego a dormir - le dije, intentando sonar casual, aunque la emoción se me notaba.

Ella volteó y me miró con una sonrisa pícara, secándose las manos con una toalla.

- Ah, entonces las cosas con Tatiana están bien, ¿verdad? Me alegra mucho, mijo.

- Sí, ama. Hoy vamos a cenar. Me mandó mensaje y ya todo está en paz.

Se acercó y me dio una palmada en el hombro, mirándome con esa ternura que solo las madres saben dar.

- Tatiana es una buena mujer, César. Cuídala, no la vayas a hacer enojar otra vez.

Sonreí y la abracé, agradeciendo el consejo.

- Lo sé, ama. Gracias por todo - Le di un beso en la mejilla y, justo antes de salir, pensé en pasar por un ramo de flores.

Fui directo a la florería de mi compa Santi, el lugar donde siempre iban mis hermanos. Cuando llegué, él me saludó con una sonrisa y me dio un apretón de manos.

- ¡César, hermano! ¿Qué andas buscando hoy?

- Un ramo especial, compa. Hoy es una buena noche.

Él asintió con una sonrisa cómplice y me mostró algunas opciones hasta que encontré el ramo perfecto, rosas y algunas lilis que sabía que a Tatiana le encantaban. Me despedí de Santi y tomé camino directo a su departamento.

Al llegar, el corazón me latía un poco más rápido de lo normal. Toqué la puerta y, apenas se abrió, ahí estaba ella, con una sonrisa radiante pero también nerviosa. Su expresión me decía que algo andaba en su cabeza, pero no me dio tiempo para preguntar nada; apenas la vi, le extendí el ramo y le di un beso.

- Estas son para ti, mi amor - le dije, y ella sonrió, tomando las flores con cuidado.

- Gracias, amor. Están preciosas.

Entramos al departamento y noté que la mesa estaba decorada con velas y algunos detalles que le daban un toque especial. Sonreí, admirando todo el esfuerzo que había puesto, y comenzamos a platicar mientras nos sentábamos.

Hablamos de cosas cotidianas, de su día, de cómo le había ido, pero noté que, de vez en cuando, me miraba como si estuviera preparando algo importante. Finalmente, llegó el momento en que respiró hondo y me miró con seriedad.

- César, quiero darte algo - dijo, señalando una caja en la mesa.

La miré, un poco confundido.

- ¿Qué es esto? - le pregunté, y entonces comenzó a explicar.

- Últimamente no me he sentido bien, como que he estado mareada y algo débil... Así que hoy fui al médico.

Al escuchar eso, sentí una punzada de molestia. ¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué no me dejó acompañarla?

- ¿Y por qué no me avisaste? Yo te habría llevado - le reclamé, tratando de controlar mi tono.

Ella me miró, con una calma que casi me hizo sentir culpable.

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