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Cesar

La noche había sido especial, una mezcla de emociones que me habían dejado sin palabras. Tatiana me miraba con esos ojos que parecían entender todo de mí, hasta lo que nunca había dicho en voz alta. Después de todo lo que compartimos con mi familia, de los recuerdos y los suspiros, estábamos solos. La llevé hasta su departamento, y aunque había pensado despedirme en la puerta, algo en su mirada me detuvo.

Ella me tomó de la mano, con una suavidad que electrizó mi piel, y me atrajo hacia adentro. Cerré la puerta detrás de mí, sintiendo la expectativa en el aire. No hablamos, pero no hacía falta; todo estaba dicho en esos gestos y miradas.

se giró hacia mí, y el roce de sus manos sobre mis brazos envió una chispa que recorría cada fibra de mi cuerpo. Ella estaba radiante, vestida con aquel vestido rojo que Lillian le había dado, pero ahora, con la luz suave de su sala, parecía brillar.

Me acerqué y le aparté un mechón de cabello que caía sobre su rostro. Mis dedos rozaron su piel, y ella cerró los ojos un segundo, inclinándose ligeramente hacia mí. Fue un gesto tan pequeño, tan sutil, pero me decía que estaba completamente presente, aquí y ahora, conmigo. Sin dudarlo, acerqué mis labios a los suyos, y al fin, el beso que había estado esperando todo el día se hizo realidad.

El beso fue suave al principio, como si ambos estuviéramos saboreando el momento, reconociendo el terreno. Pero poco a poco, se hizo más profundo. La atraje hacia mí, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío, y ella enredó sus manos en mi cabello, intensificando ese contacto. Me perdí en ella, en su aroma, en la manera en que sus labios se movían con los míos, como si estuviéramos hechos para esto.

Nuestros movimientos se volvieron más urgentes, y sin dejar de besarla, la guié hacia su habitación. El ambiente estaba cargado de una energía palpable; cada paso parecía encender aún más el deseo que había estado conteniéndose durante tanto tiempo. La suavidad de su risa entre besos, el sonido de nuestras respiraciones aceleradas, todo parecía un eco de lo inevitable.

La recosté suavemente sobre la cama, y el vestido negro que había estado admirando toda la noche comenzó a deslizarse mientras mis manos exploraban su cintura y su espalda. Ella me miró con una mezcla de ternura y deseo, y en ese instante supe que estaba entregándome una parte de ella que jamás había compartido con nadie. El tiempo se detuvo mientras nuestros cuerpos se unían, y cada caricia, cada suspiro, parecían hablar en un lenguaje propio, uno que no necesitaba palabras.

Mi nombre escapó de sus labios en un susurro, y me incliné hacia ella, capturando ese sonido con mis besos. No había prisa, solo un deseo profundo de disfrutar cada segundo, de memorizar cada detalle. Nos movíamos al ritmo de nuestros latidos, sincronizados en un vaivén que parecía natural, como si hubiéramos estado esperando este momento toda una vida.

Cuando finalmente llegamos a ese instante en que el mundo entero desapareció, solo existíamos nosotros, unidos en una conexión que iba más allá de lo físico. La abracé fuerte, sintiendo su respiración acompasarse a la mía, y en ese silencio, supe que esta noche quedaría grabada en mí para siempre.

Después, con ella en mis brazos y el sonido suave de nuestras respiraciones como único testigo, sentí una paz profunda, una certeza de que nada en el mundo se compararía a tenerla así, cerca de mí, compartiendo no solo este momento, sino también todo lo que somos y seremos.

•••

Tatiana

La luz suave de la mañana comenzó a filtrarse entre las cortinas, bañando la habitación en un resplandor cálido y tranquilo. Aún entre sueños, sentí el peso de un brazo envolviendo mi cintura y el calor de un cuerpo que se acoplaba al mío con una familiaridad que me hizo sonreír. Sin abrir los ojos, me dejé llevar por la sensación, disfrutando del silencio, de esa paz que parecía llenar cada rincón.

Cuando finalmente abrí los ojos, allí estaba César, mirándome con una ternura que hacía que mi corazón latiera más rápido. No dijo nada; simplemente me acarició el rostro, sus dedos rozando mi mejilla con una suavidad casi reverente, como si aún estuviera asimilando que estaba aquí, a su lado. Sus ojos, cafés y profundos, parecían querer memorizar cada detalle, como si este fuera un momento que quisiera guardar para siempre.

- Buenos días - murmuró, con esa voz ronca y suave que me hizo sonreír aún más.

No tuve tiempo de responder, porque sus labios ya habían encontrado los míos en un beso lento y lleno de cariño, como si quisiera darme los buenos días a su manera, sin prisa alguna. Se acercó más, rodeándome con sus brazos y atrayéndome hacia él. Me reí suavemente al sentir su barba raspar contra mi piel, y él me devolvió la sonrisa, sus ojos brillando con esa chispa que me hacía sentirme especial.

- ¿Dormiste bien? - preguntó, con sus labios apenas a centímetros de los míos.

- No podía haber dormido mejor - le respondí, y él me abrazó aún más fuerte, como si quisiera asegurarse de que mis palabras eran reales.

Entonces comenzó a dejar pequeños besos en mi rostro, primero en la frente, después en la punta de la nariz, y finalmente en mis mejillas, entre risas que ambos compartíamos, enredados en un juego suave y cariñoso. Sentí sus manos deslizarse por mi cabello, acariciándolo, y luego bajaron lentamente hasta mi espalda, dibujando círculos con sus dedos, una caricia que me hizo suspirar.

Se quedó mirándome un momento, como si quisiera decir algo, pero en lugar de eso me atrajo hacia él y volvió a besarme, esta vez con más intensidad. No había palabras, solo ese intercambio de miradas, de caricias y de besos que decían todo lo que sentíamos, todo lo que significaba estar así, juntos, al inicio de un nuevo día.

- No me canso de verte despertar - me susurró al oído, su voz llena de emoción contenida.

Apoyé mi cabeza en su pecho, escuchando el latido constante de su corazón, y por un momento cerré los ojos, sintiéndome completamente en paz. Los brazos de César me rodearon de nuevo, como si quisiera protegerme de todo, como si este fuera nuestro pequeño refugio del mundo exterior.

Me tomó la mano, y entrelazó sus dedos con los míos, mientras me miraba con esa mezcla de adoración y gratitud que hacía que todo valiera la pena. Sonreí, y me acerqué para darle otro beso, y él me respondió con el mismo cariño. Me quedé así, entrelazada a él, pensando que si cada mañana era así, entonces estaba en el lugar exacto donde siempre había querido estar.



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