Los días en la cabaña de Bretaña continuaron como una burbuja de felicidad y paz. Fleur y Hermione se sumergieron en una rutina placentera, lejos de las tensiones del mundo mágico y sus respectivas responsabilidades. Cada momento que compartían parecía acercarlas más, creando una intimidad más profunda y estable que nunca. Sin embargo, en medio de esa calma, ambas sabían que eventualmente tendrían que regresar a la realidad.Una tarde, mientras paseaban por la costa cercana, el viento del mar agitaba el cabello de ambas, y Hermione, mirando al horizonte, decidió abordar un tema que había evitado por unos días.
—Fleur, he estado pensando en algo —dijo Hermione, su tono serio pero sin perder el calor que siempre transmitía cuando hablaba con ella.
Fleur la miró de reojo, sintiendo la seriedad en su voz.
—¿Qué pasa, amor?
Hermione tomó aire, sin apartar la vista del mar.
—Volveremos pronto a Londres, y no quiero que todo lo que hemos construido aquí desaparezca cuando regresen nuestras responsabilidades, nuestros trabajos... y las personas que podrían despertar esos celos otra vez.
Fleur se detuvo en seco, volviéndose hacia Hermione con una mirada preocupada. Sabía que lo que estaban viviendo en la cabaña era como un respiro, un paréntesis en sus vidas reales, pero temía que regresar lo complicara todo.
—No quiero que vuelvan los celos. No quiero arruinar esto —admitió Fleur, apretando las manos de Hermione—. Aquí, siento que tengo todo bajo control, pero... temo que al regresar todo se desmorone.
Hermione sonrió con ternura, viendo la vulnerabilidad en Fleur que pocas veces salía a la luz.
—No tiene por qué ser así. Hemos aprendido mucho estando aquí. Lo importante es que confiemos en nosotras mismas y en lo que sentimos. Podemos enfrentarnos a lo que venga, Fleur, pero tenemos que hacerlo juntas.
Fleur asintió lentamente, tomando las palabras de Hermione como una promesa.
—Tienes razón —dijo finalmente, suspirando—. Solo necesito recordar eso cuando volvamos. Aquí, todo parece más fácil.
Hermione sonrió, acercándose para abrazarla.
—Te lo recordaré cada vez que lo necesites.
Se quedaron así, abrazadas junto al mar, mientras el sonido de las olas rompía contra las rocas. En ese momento, ambas supieron que, aunque las cosas no siempre serían fáciles, habían alcanzado una conexión y una comprensión mutua que las fortalecería en lo que fuera que estuviera por venir