El tren siguió su trayecto y, a medida que se acercaban a su destino, el nerviosismo de ambas fue reemplazado por una expectación creciente. Finalmente, después de varias horas, la voz del conductor anunció que estaban por llegar a la estación de Hogsmeade.
Cuando el tren se detuvo, los estudiantes comenzaron a bajar, y Eléa y Céleste siguieron a la multitud hacia los carruajes tirados por thestrals, criaturas fantasmales que solo algunos podían ver. Para su sorpresa, Céleste notó que podía ver claramente a los thestrals, mientras que su hermana no.
-¿Puedes verlos? -preguntó Eléa, frunciendo el ceño-. Yo solo veo un espacio vacío...
Céleste asintió en silencio, sintiéndose aún más extraña al darse cuenta de que su percepción era diferente. Había leído sobre los thestrals: solo aquellos que habían presenciado la muerte podían verlos, pero Céleste no recordaba haber experimentado algo así. ¿Era su magia veela lo que la hacía ver las criaturas?
No tuvieron tiempo de discutirlo más, ya que pronto llegaron a las puertas de Hogwarts. El castillo se alzaba majestuoso sobre una colina, iluminado por luces cálidas que invitaban a todos los estudiantes a entrar. Eléa y Céleste, junto con los demás alumnos de primer año, fueron conducidos al Gran Comedor por la profesora McGonagall, ahora directora del colegio. Las inmensas puertas de madera se abrieron, revelando un salón espléndido con cuatro largas mesas y un techo encantado que reflejaba el cielo estrellado de la noche.
-¡Es incluso más asombroso de lo que imaginaba! -susurró Eléa con asombro, mientras se abrían paso entre los estudiantes mayores que ya estaban sentados en sus mesas respectivas.
Céleste, aunque igualmente impresionada, no podía evitar sentirse cada vez más nerviosa. El momento de la selección de casas se acercaba, y sus manos comenzaron a sudar mientras caminaban hacia el frente del comedor, donde el viejo Sombrero Seleccionador reposaba sobre un taburete.
-Cuando llamen tu nombre, solo ponte el sombrero -le susurró Eléa, intentando calmar a su hermana-. No hay nada de qué preocuparse.
Eléa fue llamada primero, y se acercó al Sombrero Seleccionador con confianza. El sombrero no tardó mucho en hacer su elección.
-¡Gryffindor! -anunció el Sombrero con una voz grave, y la mesa de Gryffindor estalló en aplausos mientras Eléa corría hacia ellos, radiante.
Céleste observó a su hermana con una mezcla de orgullo y ansiedad. Finalmente, su nombre fue llamado: Céleste Granger-Delacour.
El Gran Comedor quedó en silencio mientras ella se acercaba lentamente al taburete. Sentía todas las miradas sobre ella, y su corazón latía con fuerza. Cuando se colocó el sombrero sobre la cabeza, escuchó una voz suave que hablaba directamente en su mente.
-Interesante... -dijo el Sombrero-. Veela, pero con una magia única. Poderosa, pero inestable... Mucha duda, pero también valor. ¿Dónde te colocaré?
Céleste apretó los dientes, su mente inundada por el miedo de no ser lo suficientemente buena.
-Quiero encajar... -pensó, intentando no desesperarse.
El sombrero pareció reflexionar durante un momento más antes de hablar en voz alta.
-¡Ravenclaw!
El anuncio resonó en el comedor, y la mesa de Ravenclaw estalló en aplausos. Céleste dejó escapar un suspiro de alivio, se quitó el sombrero y caminó rápidamente hacia su nueva mesa, donde fue recibida con sonrisas cálidas y miradas curiosas
Esa noche, mientras Eléa y Céleste se acomodaban en sus respectivas salas comunes, ambas se dieron cuenta de lo diferente que sería su vida a partir de ese momento. Aunque estaban en casas separadas, sabían que siempre tendrían el apoyo mutuo. Céleste, en particular, se sentía un poco más tranquila al haber sido aceptada en Ravenclaw, donde sabía que su curiosidad y habilidades mágicas encontrarían un lugar adecuado para crecer.
Pero mientras cerraba los ojos esa primera noche en Hogwarts, una pregunta persistente rondaba su mente: ¿qué otros secretos sobre su magia estaban aún por descubrir?