Con el paso de los días, Céleste se dio cuenta de que algo en ella había cambiado de manera definitiva. Su magia ya no se descontrolaba, incluso en momentos de tensión o ira. Había aprendido a canalizar sus emociones en su poder, y ahora todo fluía con una naturalidad que nunca antes había experimentado.Los comentarios malintencionados de otros estudiantes dejaron de afectarla. Ahora, cuando escuchaba susurros sobre su herencia veela, simplemente los ignoraba. Sabía quién era, y sabía lo que podía hacer. No necesitaba la validación de nadie más.
Incluso en los duelos, su magia era más precisa, más calculada. Ya no había explosiones accidentales de poder, sino hechizos controlados y elegantes. Los profesores empezaron a notar su progreso, y pronto Céleste se destacó como una de las mejores estudiantes de su año.
Pero lo que más valoraba era el apoyo constante de su hermana Eléa. Juntas habían superado muchos obstáculos, y ahora, con su poder bajo control, Céleste sentía que nada las podría detener.
Una tarde, mientras caminaban por los jardines de Hogwarts, Eléa se giró hacia ella con una sonrisa.
—Sabía que lo lograrías. Siempre supe que serías capaz de dominar tu magia.
Céleste sonrió de vuelta.
—No podría haberlo hecho sin ti —respondió sinceramente—. Me ayudaste a creer en mí misma cuando yo no podía hacerlo.
Eléa la abrazó, orgullosa de su hermana menor.
—Ahora que has dominado tus poderes, ¿qué sigue para ti? —preguntó Eléa con curiosidad.
Céleste miró hacia el horizonte, contemplando las infinitas posibilidades. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía miedo, sino emoción por lo que estaba por venir.
—Supongo que lo que siempre he querido: aprender más, mejorar, y ayudar a otros. Quiero usar mi magia para hacer algo significativo.
Eléa asintió, comprendiendo perfectamente ese deseo.
—Lo harás, Céleste. Estoy segura.
El año en Hogwarts continuó, pero para Céleste, ya no se trataba de sobrevivir o de luchar contra su propia naturaleza. Ahora se trataba de crecer, de explorar nuevas fronteras mágicas y de descubrir todo lo que podía lograr.
Había dominado su magia veela, y con esa victoria, había encontrado una nueva fuerza dentro de sí misma. Sabía que la vida le presentaría más desafíos, pero también sabía que estaba más que preparada para enfrentarlos.
Porque, al final, no se trataba solo de dominar la magia. Se trataba de dominarse a sí misma. Y en eso, Céleste Delacour ya era una verdadera maestra