En las noches tranquilas, cuando el hogar estaba en calma, Hermione y Fleur a menudo se encontraban compartiendo un té o una copa de vino, recordando lo lejos que habían llegado.—Todavía recuerdo cuando no podíamos estar juntas en una habitación sin discutir —bromeó Hermione una noche.
Fleur rió suavemente, acariciando la mano de Hermione.
—Y míranos ahora. Todo ese fuego nos llevó aquí. A veces, las mejores cosas nacen del conflicto.
Hermione sonrió, inclinándose para besar a Fleur suavemente.
—Te amo —dijo, su voz llena de sinceridad.
Fleur respondió con otro beso, su corazón lleno de gratitud y felicidad.
—Yo también te amo, Hermione. Siempre lo haré.
En ese momento, supieron que no importaba lo que el futuro les deparara. Siempre estarían juntas, apoyándose y amándose, en un hogar lleno de magia y vida.
Los años pasaron y la casa de Fleur y Hermione se convirtió en un centro de risas, magia y, a veces, caos. Céleste y Eléa crecían rodeadas de amor, pero cada una mostraba un camino muy diferente en cuanto a sus habilidades y personalidades
Eléa, siempre curiosa y enérgica, había demostrado desde temprano su deseo de dominar la magia. Aunque aún era demasiado joven para tener una varita oficial, ya practicaba algunos hechizos simples bajo la supervisión de Hermione. Su inclinación natural hacia los encantamientos y su capacidad de aprendizaje rápido hacían que Hermione se sintiera orgullosa y, a veces, ligeramente preocupada por lo que pudiera ocurrir si no mantenía un ojo atento sobre su hija mayor