Un día, mientras caminaba hacia la clase de Transformaciones, escuchó a un grupo de estudiantes de Slytherin susurrar a su paso.-Ahí va la veela. Apuesto a que puede hacer que cualquiera se enamore de ella con un solo pestañeo -dijo uno de los chicos con tono burlón.
Céleste apretó los puños, sintiendo cómo la ira comenzaba a burbujear en su interior. No quería que su magia se descontrolara, pero las emociones eran difíciles de contener.
Por suerte, Eléa apareció de nuevo, como siempre, al rescate.
-¿Tienes algún problema? -dijo su hermana con un tono desafiante, dirigiéndose al grupo de chicos-. Porque me parece que ustedes son los que están obsesionados con ella.
Los Slytherins se marcharon rápidamente, dejando a Céleste y Eléa solas en el pasillo
-Gracias -murmuró Céleste, aun tratando de calmarse.
-Sabes que siempre estoy aquí para ti -dijo Eléa, sonriendo con cariño-. Pero no puedes dejar que esos idiotas te afecten. Eres más fuerte que eso.
Céleste asintió, pero en su interior sabía que la clave no era solo enfrentar a los demás, sino encontrar su propia paz con quien era.