Los meses continuaron pasando, y la vida de ambas se llenó de pequeños momentos que les recordaban el amor que compartían y la promesa de lo que estaba por venir. Fleur, aunque acostumbrada a la independencia, aprendió a dejarse cuidar más por Hermione. Por su parte, Hermione descubrió que la paciencia y el amor incondicional eran aún más importantes ahora que nunca.Una noche, mientras ambas estaban acurrucadas en el sofá, Hermione leyendo un libro y Fleur descansando con la cabeza en su regazo, sintieron el primer movimiento del bebé. Fleur se congeló, sus ojos se abrieron con asombro.
—Hermione, lo sentí... ¡El bebé se movió! —exclamó, su mano inmediatamente colocada sobre su vientre.
Hermione dejó el libro a un lado y colocó su mano junto a la de Fleur, esperando sentir el pequeño movimiento. Y allí estaba: una ligera presión, como un suave empujón desde el interior.
Hermione sonrió, sus ojos llenos de lágrimas.
—Es increíble —susurró—. Nunca pensé que algo así pudiera ser tan real, tan hermoso.
Fleur, emocionada y con lágrimas en los ojos, la besó suavemente.
—Vamos a ser una familia, Hermione. Una verdadera familia.
Con el paso del tiempo, Fleur y Hermione comenzaron a preparar su hogar para la llegada del bebé. La habitación que antes era una oficina se transformó en un cálido y acogedor cuarto infantil, con paredes en tonos suaves y muebles de madera clara. Ambas pasaron horas eligiendo pequeños detalles: libros para leerle al bebé, juguetes mágicos que volaban suavemente en el aire, y una cuna encantada que flotaba ligeramente, diseñada por Fleur para que el bebé se sintiera seguro y protegido.
Hermione, siempre la más práctica de las dos, había investigado y preparado todo lo necesario para el parto, desde hechizos de relajación hasta pociones seguras para Fleur. Mientras tanto, Fleur aprovechaba su experiencia como veela para crear un ambiente armonioso en casa, llenando el espacio con una energía tranquila y cálida que hacía que todos los que entraban se sintieran bienvenidos.