Una tarde de primavera, mientras Fleur descansaba en el jardín, rodeada de flores que parecían responder a su naturaleza veela, Hermione se unió a ella. Se sentó a su lado en el césped, observando cómo la brisa suave acariciaba el cabello dorado de Fleur.—Nunca dejas de sorprenderme —dijo Hermione suavemente, rompiendo el silencio.
Fleur la miró con curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—A cómo llevas todo esto —respondió Hermione, señalando con una mano el vientre de Fleur—. Estás tan serena, tan radiante. Es como si estuvieras en perfecta armonía con el mundo.
Fleur sonrió y tomó la mano de Hermione, entrelazando sus dedos.
—Tal vez sea porque, por primera vez en mi vida, me siento completamente en paz. Hemos creado algo hermoso juntas, y este bebé es una extensión de ese amor. No hay nada más que desee en este momento.
Hermione sintió una oleada de emoción mientras miraba a su esposa. La paz que mencionaba Fleur no era solo interna, sino que irradiaba en todo lo que las rodeaba
—Yo también me siento así —dijo Hermione—. Este es el lugar donde siempre quise estar, y contigo todo tiene sentido.
Se besaron suavemente bajo el sol de la tarde, disfrutando de ese momento compartido. A pesar de las responsabilidades y los desafíos que tenían en su vida diaria, estos instantes de calma les recordaban lo afortunadas que eran de haber encontrado un amor tan profundo