Por otro lado, Céleste seguía siendo un misterio. La pequeña, con apenas cuatro años, mostraba una afinidad mágica inusual. A diferencia de su hermana, su magia parecía fluir de manera espontánea. Los objetos a su alrededor flotaban, brillaban o incluso se transformaban brevemente sin que ella siquiera lo intentara. Fleur estaba convencida de que esa conexión era parte de su herencia veela, una magia más instintiva, más visceral.
Una tarde, mientras las dos niñas jugaban en el jardín, Hermione observaba desde una ventana, pensando en cómo su vida había cambiado tanto. Fleur se acercó a ella, con una sonrisa, y ambas se quedaron en silencio, disfrutando del momento.
—Mira a nuestras niñas —dijo Fleur, apoyando la cabeza en el hombro de Hermione—. No puedo evitar sentirme asombrada cada vez que las veo juntas. Son tan diferentes, pero también tan cercanas.
—Es cierto —respondió Hermione, sonriendo—. Eléa tiene tu determinación, y Céleste... bueno, Céleste parece tener una magia completamente propia.
Fleur rió suavemente.
—Eso me preocupa un poco. Pero creo que, con el tiempo, encontraremos la manera de guiarla.
Unos días después, un incidente inesperado sacudió la tranquilidad de la casa. Eléa, que había estado practicando un hechizo de levitación, intentó sin éxito elevar una pesada caja en la sala de estar. Frustrada por no poder conseguirlo, dejó caer la varita de juguete que había estado usando y se cruzó de brazos.
—¡No puedo hacerlo! —exclamó con enfado—. ¡Nunca podré hacer magia de verdad!
Antes de que Fleur o Hermione pudieran intervenir, Céleste, que estaba jugando con sus muñecas cerca, miró a la caja con una curiosa inclinación de cabeza. Con un gesto suave de su mano, la caja se elevó lentamente en el aire, flotando con gracia ante la mirada atónita de su hermana.
Eléa se quedó boquiabierta. Aunque estaba impresionada por lo que había hecho Céleste, también sintió una punzada de celos. A pesar de ser la mayor y esforzarse tanto por aprender, su hermana pequeña parecía ser capaz de hacer magia sin siquiera intentarlo.
—Eso no es justo —murmuró Eléa, visiblemente molesta.
Fleur, que había estado observando todo desde la puerta, decidió intervenir. Se arrodilló frente a Eléa, poniendo una mano en su hombro.
—Cariño, no compares tu magia con la de Céleste. Cada una de ustedes tiene su propio ritmo y habilidades. La magia no es una competencia. Lo importante es que sigas aprendiendo y descubriendo lo que puedes hacer.
Hermione se acercó y abrazó a su hija, apoyando las palabras de Fleur.
—Tu magia será increíble cuando llegue el momento, Eléa. Tienes mucho potencial. Solo necesitas ser paciente contigo misma
Eléa asintió, aunque aún se sentía un poco frustrada. Pero la presencia tranquilizadora de sus madres la ayudó a calmarse, y en lugar de seguir enfadada, decidió tomar las palabras de Fleur y Hermione como una lección