—¿Por qué no mejor hablas con alguna de las mujeres que te has follado desde que llegué?
Chasqueo la lengua. Ojalá me las hubiera follado, así no tendría está puta necesidad de tomarla del cuello y follarla contra la pared.
—¿De dónde coño sacas tanta información?, llevas un maldito mes aquí y exterminaste a todo el ejército.
—Aún no termino —se intenta soltar—. Me faltan otros cuatro idiotas.
—¿Ah sí?, ¿Quienes?
Eleva la comisura. Su maldita actitud no hace más que calentarme.
No es la Rachel de hace años. No se deja pisotear por nadie, mira por encima del hombro a todos, pone en su lugar a quien intenta rebajarla.
Y jodidamente me encanta.
—Empecemos por una castaña —permite que la acorrale contra la pared, y sé que lo permite, por qué de otra forma ya estaría peleando por qué la suelte—, la misma que afirma que estará a tu lado el día que ganes la campaña —su mano comienza a subir por mi abdomen—. No es más que un estorbo que pronto se va a cansar de que no dejes de empujarla cada que se ponga delante de ti para intentar darte un maldito beso... Al igual que su querida amiguita, temo por mis peces, coronel —sus ojos parecen oscurecerse—. Seguimos con Bratt. Tu querido mejor amigo. Me debe un golpe y es otro que no le va a gustar alguna situación... Por cierto... Deberías tener un ojo en él, al menos hasta que lo mate... Sobre todo si ves que tiene planes de ir a Manchester.
¿De qué mierda habla?
—¿Qué coño dices?
—Y terminamos por la arrastrada de Meredith... No quiero terminar con la droga en mi sistema por ter... Segunda vez en mi vida —se inclina, dejando un beso en mi mandíbula—. Me faltan esos cuatro. Ahora déjame ir, que tengo mucho trabajo que hacer.
—¿De que coño hablas? —siseo.
Estoy a nada de morderle los labios.
—Tómalo que es... Un aviso de La Rachel del futuro —se burla de mi—. ¿Me vas a dejar ir?
El como sus ojos se clavan en los míos me da la misma respuesta que quiero.
No quiere que la deje ir. Y un mes es suficiente martirio. No puedo
—¿Quieres que te deje ir? —susurro.
El azul en sus ojos se hace más claro.
—Depende... Si me vas a tratar como tú puta personal, la verdad es que prefiero que me sueltes. Si me vas a tomar en serio, quiero quedarme.
—¿Y que es para ti "en serio"? —mascullo.
—Sabes perfectamente que es —regresa entre dientes—. No es mucho lo que pido, simplemente que me des mi maldito lugar y no me trates como a un trozo de carne.
Es un ganar-ganar para mi.
Siguen exigiendo la cara de la primera dama y yo gano teniéndola a mi lado. Sé bien que dijo y jure odiarla, pero solo pierdo el tiempo engañándome a mi mismo.
Desde el maldito día que la vi en el juicio supe que era una perdida de tiempo intentar seguir odiándola.
La quiero mía y solo para mí.
—No te quiero cerca de nadie más —establezco—. Si eres mi mujer, eres solo mía, ¿Queda claro?
Enarca una ceja.
—¿Quien es "Nadie más"? —susurra.
—Nadie —rodeo su cintura con mi brazo, pegándola a mi—. Si a caso, tus amigas. Nadie más.
Una sonrisa se forma en sus labios.
—En ese caso, solo puedes hablar con Patrick y los chicos. Nadie más. Igualdad de condiciones.
—Nadie más —asiento, inclinándome hasta apenas rozar sus labios con los míos—. Imposible, estoy en una campaña, preciosa.
Se humedece los labios.
—Entonces creo que tampoco puedo cumplir mi parte —se encoge de hombros—. Ya sabes, por la campaña...
—Sabes perfectamente que...
—Dijiste que no me querías cerca de nadie, si acaso mis amigas, ¿O no? —parpadea, casi con inocencia—. Pero es que yo soy una teniente destacada en el ejército que está metida en tu campaña por ser uno de tus soldados más fieles —otro encogimiento de hombros—, así que por la campaña tampoco puedo... Pero quizá, solo quizá... Solo permita a periodistas mujeres hacerme preguntas... Acercarse a mi —su mano sube lentamente por mi pecho—, pero quizá no —la deja caer.
Sujeto su mano nuevamente.
—No se te quita la maldita costumbre de jugar con mi paciencia —siseo—. Bien, igual de condiciones —repito.
Sonríe.
—¿Ves que fáciles son las cosas? —rodea mi cuello—. Mi lugar. Tienes el tuyo si me aseguras el mío.
Asiento. No es una tarea imposible.
—Lo tienes.
Está vez nuestros labios se tocan, es un beso furioso del que intenta tomar el control, pero no lo permito. Clavo las manos en sus caderas, logrando que su cabeza golpee la pared. Me muerde y la muerdo de regreso. Sus uñas se clavan en mi cuello, molesta, claro, pero no me importa.
—Tienen que recoger el cuerpo para llevarlo al crematorio —susurra—. Vámonos de aquí antes de que nos vengan a sacar.
Suelto un bufido, pero accedo. Me inclino, colocando un brazo detrás de sus rodillas para arrojarla sobre mi hombro.
—¡¿Que te pasa?! —chilla. Dejo caer mi mano en su trasero.
—No me gusta lo corta rollos que eres —señalo—, así que te llevo a mi casa para follarte y no me pongas excusas para hacerlo.
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