Ropas rasgadas

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Sé que en realidad no pertenezco a su mundo, y a veces me confundo cuando alguno de ellos me habla, me ilusiono y me agrada que noten mi presencia, pero siempre es lo mismo, se burlan y se alejan.

Con sus bromas tan pesadas, y sus dedos señalando, con sus miradas de odio y repudio ante mi llanto, poco a poco me levanto de este frio y duro suelo, para así darles la espalda y alejarme mientras puedo.

Otro día calcinado por la cruel indiferencia, de mi vida y mi apariencia, de mi familia y su nombre, que no pesa ni se oye en los círculos sociales.

Es la hora del recreo, y los veo tan felices, juegan, cantan, bailan, ríen y no notan mi presencia, mientras juego con la tierra que en mi llanto se hace lodo.

Esas bellas vestiduras que lucen finas marcas, brillantes los carruajes que esperan su llegada, al ocaso de este día, y el comienzo de mañana, yo siempre visto igual, y camino hacia mi casa.

¿Por qué no juegan conmigo? ¿Por qué no tengo amigos? ¿Acaso debo estar solo? Si siempre que los veo son tan solo otros niños, que juegan y que ríen como yo y cualquier otro, diferencia tan marcada, solo por tejidos finos, y mis ropas tan gastadas.

LaberintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora