El piso se sentía frío bajo mis rodillas. El olor a sangre y sudor inundaba mis fosas nasales. Y el dolor de cabeza no me permitía centrarme.
Ella me observó desde arriba con asco y malicia. Su semblante casi siempre era el mismo. Era tan aterrador.
Una patada llegó a mí estómago, cortando todo el aire posible, obligándome a inclinarme hacía adelante.
No se detuvo allí, siguió repartiendo patadas y golpes en todo mí cuerpo. Aunque grité, aunque traté de cubrirme lo más que pude, varios golpes llegaron a mí cuerpo haciendome daño. Contuve mis lágrimas lo más que pude, eso solo empeoraría todo.
Luego de unos interminables minutos, el cinturón que utilizó cayó a mí lado. Solo se escuchaba su respiración agitada y mis quejidos debido al dolor.
-¡Inútil! Tienes diez minutos para limpiar este desastre o volveré a golpearte ¡¿Entendido?!.- Gritó mi abuela.
Se inclinó y tomó mí pelo con ambas manos para obligarme a ponerme de pie y me arrojó contra la mesa de la cocina.
Últimamente las golpizas de mí abuela eran por razones totalmente estúpidas. En esta ocasión, el vaso de agua que estaba tomando se me resbaló de las manos y se rompió en el impacto dispersando todo su contenido por el piso de la cocina.
Cuando mí abuela vio ese pequeño desastre no tardó en hacerme pagar el daño. No reparó en hacerme cortes superficiales con los vidrios restantes desde los hombros hasta los codos. No sangraban mucho, pero si ardían bastante.
Dibujó entre cinco y seis líneas en cada brazo. No conforme, me dio una fuerte paliza.
Había otras ocasiones en que las golpizas no las provocaba yo, si no que mí abuela se descargaba conmigo por haber tenido un mal día o haber tenido una pelea en el bar que frecuenta.
Desde que empezó a beber se transformó en un ser totalmente violento.
Esperé unos minutos hasta que me sentí segura de poder estabilizarme recargando mí peso sobre la mesa de la cocina tratando de regular mí respiración y me puse a limpiar el desastre.
No pude contenerme más y las primeras lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.
No podía darme el gusto de llorar frente a mí abuela, no le gustaba en absolutos, decía que era para débiles. Pero el dolor en mí cuerpo y en mí corazón fueron más fuertes que mí esfuerzo.
Comencé a limpiar lentamente la cocina entre lágrimas y sollozos, y cuando todo estuvo en orden, me dirigí al baño arrastrandome por las paredes para no perder el equilibrio.
Llené la bañera y comencé a quitarme lentamente mí manchada y dañada ropa y me adentré lentamente en ella, dejando que el agua tibia aliviara mis doloridos músculos. Aunque el alivio solo iba a ser temporal, sabía que mañana el dolor sería el doble de insoportable.
Pasé el jabón por mí cuerpo para limpiar el sudor y la sangre tiñiendo el agua de rojo. Me quedé un largo rato en la bañera, hasta que el agua se enfrió y mis dedos se arrugaron.
Quité el tapón de la bañera y limpié los restos de sangre procurando que la vieja toalla que tenía reservada para estas ocasiones no se me cayera.
Las otras toallas no las utilizaba cuando había demasiada sangre en las palizas, no quería arruinarlas.
Del botiquín tomé algodón y desinfectante, y comencé a limpiar los heridas suavemente.
Pensándolo bien, mí abuela había sido suave esta vez. Pudo ser mucho peor.
En mí habitación, terminé de secar mí cuerpo y me puse mí pijama, que consistía en un viejo short y una vieja camiseta de mí difunto primo. Cepillé mí pelo y me acosté en mi "cama", si es que así se puede llamar ya que era una gastado colchón sobre el piso con sólo una sábana.
No soy pobre en lo absoluto, mis padres trabajan en una importante empresa con cargos muy altos y cada mes enviaban una transferencia con suficiente dinero para sobrevivir dos o tres meses. Pero mí abuela me había sacado casi todas mis pertenencias. Otro de sus métodos de tortura.
Me había quitado mí escritorio, mí cama, mí computadora, que solo me devolvía si debía hacer trabajos en la escuela, la mayoría de las prendas, accesorios y otros objetos de valor que a mí mamá le gustaba regalarme. Mí abuela me los quitó a todos.
Y en cuanto al dinero que enviaban mis padres, mí abuela se lo quedaba. En muy pocas ocasiones lo utilizaba para algo realmente importante. La mayoría de las veces lo gastaba en botellas de alcohol de su preferencia y algún que otro alimento muy básico.
Cuando hacía las compras en la casa era la señal que me daba para saber que mis padres vendrían de visita y que también debía mentalizarme para mentirles sobre cualquier pregunta que me hicieran. De lo contrario, podría llegar a lastimarme de maneras inimaginables .
Solo una vez intenté decirle la verdad a mis padres junto a mí primo, pero no nos creyeron y fueron con mí abuela para preguntarle. Por supuesto, ella lo negó todo y cuando mis padres se fueron, nos golpeó a los dos. Nos dejó tan débiles que ni siquiera fuimos capaces de subir las escaleras del sótano sin la necesidad de hacerlo a gatas. Ese día nos mantuvo parte de la tarde y toda la noche encerrados allí ya que sabe que ese lugar me aterra.
Tambien nos privó el alimento por dos días, hasta que me descompuse en la escuela y tuvo que ir a buscarme.
Luego de eso no volvimos a intentarlo. Sentíamos que le hablaríamos a una pared. Ellos no nos escuchaban y no queríamos arriesgarnos.Lentamente y con mucho cuidado me acosté boca arriba en mí cama, procurando no afectar mis magulladas costillas y me cubrí con mí sábana.
Respiré profundo varias veces para que las punzadas de mí espalda no me hiciera llorar del dolor y miré por mí ventana.
El clima frío iba estaba por comenzar y eso realmente me angustiaba. Debía rogarle a mí abuela para que me permitieran tener una cobija más abrigada o moriría de hipotermia, o rezar para tener chance de escabullirme por las noches para dormir en la sala, ya que allí hay calefacción. Mí plan de todos los años aún funcionaba. Iba entrada en la noche para dormir en el sofá y despertaba más tempranos para volver a mí habitación. De esa forma descansaba menos, pero al menos no me arriesgaba a enfermarme de gravedad por el frío.
Recosté mí cabeza en mí almohada pensativa con la mirada fija en la ventana.
Mí último día de vacaciones terminó. Mañana debía volver a clases. Sería mí último año en Brooklyn Heights. Era un gran alivio para mí, porque significaba que todo acabaría. Tenía grandes oportunidades de conseguir una buena beca en la universidad de mí preferencia. Podía comenzar una nueva vida alejada de los golpes y torturas de mí abuela. Tendría mí propia vida, tranquila y en paz.
Solo un año más Jake. Solo uno más.
-Mañana será un nuevo día.- Susurré.
Y con ese pensamiento en mente me dispuse a dormir.
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¡Esto Es Vida!
RomanceTodos tenemos secretos, no importa de que clase, todos los tenemos. Angelina tiene su propio secreto, uno muy oscuro, pero jamás lo comentó con nadie ya que si lo revela su vida correría riesgo, y pasó por mucho como para tirar todo por la borda...