11. Las tres flores de Battousania

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Al tercer día luego de su noche en la casa de la vieja Grundel, llegaron al caos ordenado del campamento de los battousanios, donde todo era en grande. Incluso las personas.

Los battousanios eran fornidos y de piel cobriza, un pueblo guerrero por dónde se los mirase. No medían menos de un metro noventa y sus músculos se encontraban marcados por lo que se notaba eran años de ejercicio y luchas. La mayoría llevaba el pelo largo y oscuro en finas trenzas adornadas con tiras de tela de colores, algunos incluso adornaban su barba en el mismo estilo. La temperatura no parecía tener efecto sobre ellos; parecía que la moda era tapar lo menos posible su cuerpo con ropas de cuero. Alina no podía evitar encontrarse observando fascinada a algún battousanio, para luego ruborizarse violentamente y desviar la mirada ante las carcajadas de ellos. Incluso algunos parecían posar, tensionando sus músculos y flexionando los abdominales con el sólo propósito de llamar su atención y conseguir que se sonrojara.

Sin embargo, más que los fornidos hombres del pueblo guerrero, lo que causó mayor impresión a Alina fueron las mujeres. Había tanta cantidad de mujeres como de hombres en el campamento y parecían llevarse bien en el caos, como si fuese lo más natural del mundo. También eran altas, fornidas y musculosas, pero no dejaban de ser sumamente femeninas. Si había alguna definición de mujer sensual, seguramente una mujer Battousania pertenecía a ella. Sus curvas eran pronunciadas y se movían entre los hombres provocativamente sin dejar de ser eficientes en sus tareas.

Al llegar, fueron recibidos por una compañía de varios soldados battousanios que acompañaban a una mujer cuya sola presencia imponía tanto respeto como admiración femenina. Era hermosa y fuerte como las historias de las mujeres Amazonas. Les sonrió sinceramente y cuando habló, su voz no delató ni una sola vacilación ni inseguridad.

—Sean bienvenidos, nos sentimos honrados de tener a la iluminada y sus amigos con nosotros, mi nombre es Rashieka, líder de los battousanios. Sean tan amables de acompañarnos a la tienda principal para poder conversar e invitarlos con un refrigerio.

—¿La líder del pueblo guerrero es una mujer? –susurró Alina a Elio que miraba embobecido a Rashieka.

—Nunca juzgues a una mujer de Battousania por su apariencia. No todo es lo que parece –respondió, pero fue distraído por un fuerte codazo de Mayra cuando notó que el muchacho parecía babear mirando a Rashieka.

La siguieron hasta el centro del campamento e ingresaron a una gran tienda con estandartes rojos, negros y dorados.

El golpe del aire rancio y viciado que había dentro de la carpa no fue una de las cosas más agradables que sintió Alina, pero luego de pasar más de una semana sin las comodidades básicas no pretendía quejarse. Las gruesas pieles que formaban la carpa no dejaban correr el aire y la cantidad de gente dentro hacia que el aire fuese oloroso, pegajoso y caliente. Varios battousanios con su piel cobre y cuerpos bien formados se encontraban amontonados sobre una gran mesa de madera en la que había apoyado un mapa. Al ver que Rashieka entraba le hicieron paso al mismo tiempo que golpeaban su pecho fuertemente con su mano derecha, seguramente una muestra de respeto. A la iluminada simplemente le inclinaron la cabeza, pero por unos segundos mantuvieron su mirada en ella hipnotizados.

—Estos son mis asesores, los guerreros más fuertes y expertos de nuestro pueblo. Los centinelas acaban de llegar y nos traen novedades de los movimientos del campamento del Demonio Supremo.

—En realidad, señora, los vigilantes han llegado pero apenas si podían andar a caballo. Creo que fueron descubiertos por el demonio y básicamente convirtió sus cerebros en nada más que pulpa —acotó un gran hombre escupiendo de forma despectiva en el piso.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora