45. El rival de Misael

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Elio y Mayra esperaban para recibir a Saladín con ansiedad, escondidos detrás de una de las grandes columnas del vestíbulo. Habiendo crecido con Misael insultando cada vez que escuchaban su nombre, tenían mucha curiosidad de conocer al enemigo de su tutor pues, aunque su reputación lo precedía, nunca lo habían visto. Todos los allegados a Misael sabían de su enemistad, pero nadie conocía en concreto la verdadera historia. Los rumores iban desde asesinatos hasta mujeres, desde traiciones hasta mero disgusto. Hikaru estaba con ellos, aunque no conocía a Misael en profundidad, la historia había llamado su atención y despertado su curiosidad, no podía esperar a conocer a Saladín.

Habían estado esperando durante un par de horas luego de cenar, cuando un mensajero había informado que Saladín estaba en camino y llegaría durante la noche en forma discreta. El palacio estaba en silencio, y no había mucha luz que ayudara, pero sabían que Misael era el encargado de recibirlo a pesar de sus insultos y amenazas.

—Entonces, ¿creen que tiene cuernos o algo así? ¿Por qué Misael lo odia tanto? –preguntó una voz finita en susurros detrás de ellos.

Los tres saltaron en sorpresa, pero se relajaron al ver a Marina acercándose. La niña era como una ráfaga de viento, a pesar de sus travesuras y su energía, era tan sigilosa como un gato cuando así lo quería.

—Marina, ve a tu cuarto, es tarde –susurró Elio.

No era una persona afín a los niños y estaba seguro que los delataría de alguna forma u otra.

—Deja que se quede, ha tenido a Misael de Maestro como nosotros —reprendió Mayra haciéndose a un lado para que Marina se escurriera con ellos.

—¿Por qué traes una capa? Es la mitad de la noche –preguntó a Hikaru.

Hikaru retrocedió un paso quedando medio escondido detrás de Elio sin responderle, esta muestra de timidez hizo sonreír a Elio pensando en lo ruidoso que era Hikaru cuando entraba en confianza.

—¿Quién eres? No te conozco –siguió insistiendo Marina, que presentada con un desafío no haría más que insistir hasta tener respuesta de Hikaru.

—Hikaru, ella es Marina, hija del Príncipe Mental. Marina, él es Hikaru —presentó Elio, intentando cortar el hielo.

Marina se acercó a un más a Hikaru, y él más se alejó.

—¡Quédense quietos, nos va a descubrir el guardia! –regañó Elio.

—Déjame ver tu rostro, lo tienes todo cubierto —ignoró la niña.

Con la agilidad propia de una niña de diez años con mucha energía, se disparó hacia la capucha de la túnica de Hikaru, generando un grito por parte de todos para que se detuviese. Mayra tomó su mano extendida gentilmente separándola de Hikaru mientras éste se escondía aún más de Marina.

—Marina, Hikaru es de las logias, no puede quitarse la ropa —explicó Mayra.

—Oh, perdón –dijo, con un poco de lastima –¿tienes que usar eso todo el tiempo?

—Si –fue la única respuesta de Hikaru, pero Marina sonrió triunfante al escuchar el sonido de su voz.

—Marina, deja de asustar a cada persona nueva que llega al palacio de otros pueblos. Ahora hagan silencio, escuché a uno de los guardias avisar que Saladín estaba llegando –dijo una voz masculina detrás de ellos.

Nuevamente todos se sobresaltaron, mirando hacia la oscuridad, al momento que un chico aparecía corriendo agachado hacia ellos. Opal, hermano de Marina y también hijo del Príncipe Mental hizo su lugar empujando suavemente a su hermana.

—¿Alguien más va a unirse? –preguntó Elio a nadie en particular.

En ese momento, Misael junto con dos guardias llegaron alumbrados mediante un farol. Como si se hubiesen sincronizado, las puertas se abrieron y escoltado por dos guardias Saladín entró al hall seguido de un baúl en madera. Cinco pares de ojos inmovilizados lo observaban detrás de una columna.

El hombre era alto, extremadamente delgado, y caminaba de forma erguida, como si tuviese un palo en la espalda. Era viejo, al igual que Misael, pero sin barba y con el pelo cortado al ras de su cráneo. Sus ojos de un frío color celeste pálido miraban a su alrededor como buscando algo desagradable.

—Sigues vivo, eso sí es una sorpresa –espeto a modo de saludo sacándose su saco y dándoselo a Misael como si fuese un sirviente.

—Moriré bailando sobre tu tumba, te llevaré a tu habitación, pero no desempaques. Cuando te avergüences intentando hacer algo que no puedes tendrás que irte. Recomiendo las cavernas rocosas del Norte, ahí nadie conocerá como te has humillado —dijo tirando el saco como si fuese algo sucio arriba del baúl.

—Pensaría que siendo el Maestro oficial del palacio te habrían dado este trabajo, claramente conocen tus limitaciones. Quizás me dejen tu puesto cuando todo esto acabe.

—Cuando esto acabe estarás llorando pidiendo limosna en las calles.

Unos sirvientes se acercaron de forma cautelosa y cogieron el baúl, los guardias también habían empezado a caminar por el pasillo hacia la habitación designada para Saladín pero los dos Maestros no se movieron. Saladín desvió su mirada hacia la columna donde estaban escondidos.

—Niños, si quieren, puedo contarles todas las historias embarazosas de su Maestro desde que tenía diez años —dijo con una sonrisa simpática cambiando por completo su postura estirada—. Seguramente sea un amargado que no les deja ningún respiro y pasa todo el día rezongando.

—Aléjate de los niños Saladín, les contagiarás algo –amenazó Misael –Ustedes vuelvan a la cama, bastante trabajo tienen como para andar espiando a los adultos.

Con estas palabras se voltearon y se alejaron por el pasillo dejando a cinco impresionados niños y adolescentes detrás de una columna sin saber qué responder.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora