19. Eleutheria

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Se encontraban en el extremo del saliente que se juntaba con la ladera de la montaña. Unos metros dentro del semicírculo una gran muralla que parecía estar formada por la misma roca del suelo se levantaba siguiendo la concavidad del saliente, tan alta que era imposible distinguir si quiera un esbozo lo que ocultaban. Alina pudo vislumbrar que la cuerda que trepaba por la ladera continuaba subiendo hasta una pequeña abertura en la ladera de la montaña y entraba en ella. La chica dedujo que dentro de esta abertura habría alguna habitación de control del ascensor y la cuerda terminaría en alguna campana o alguna forma de alarma. Con un ligero temblor, la cabina comenzó su descenso.

Caminaron por un largo tiempo a lo largo de la muralla, guiados por Ian hasta finalmente se acercaron a un enorme arco. Sólo con mirarlo Alina tuvo un pequeño indicio de lo que se iba a encontrar. Estaba grabado con arabescos en toda su longitud y en la parte más alta un par de alas de piedra resaltaba. Frente al arco, un grupo de personas aguardaba.

Cuando los detalles de las siluetas comenzaron a ser visibles, a Alina se le escapó una exclamación de sorpresa al notar que más de la mitad de los eleutherianos que componían el grupo eran completamente diferentes en apariencia física a Ian. ¡Casi podría decirse que eran opuestos! Cuatro de las diez personas presentes en el comité poseían el mismo cabello de oro y ojos color ocre que Ian. La única diferencia era la elegancia de la vestimenta. La blanca faja se encontraba adornada con medallas de oro que presentaban el mismo grabado del par de alas que el arco a sus espaldas. Alrededor de su frente poseían una fina banda, también de oro, con un pequeño dije que caía hasta la altura de las cejas y en su cuello, sujetando su capa, descansaba una piedra color ámbar. Alina también se percató de un hermoso brazalete en sus brazos derechos que se enroscaba como una serpiente. Si éstos le recordaban a Alina del sol, los otros seis individuos le recordaban la noche. Sus cabellos eran de un negro azabache veteado con mechones plateados, sus ojos eran de un gris brillante y sus capas eran de color gris perla. Alina pudo distinguir ocultas tras ellas plumas de color negro y plata. Aunque poseían los mismos adornos que sus compañeros, estos eran de oro blanco, y el broche en su cuello parecía hecho de obsidiana. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, el grupo poseía la misma piel blanca como la nieve y la postura de elegancia y altura característica de su raza. Alina se percató de que todos llevaban el pelo suelto lo que, de acuerdo a lo que Emir le había contado antes de llegar, era una muestra de respeto y confianza.

Al llegar al grupo, Mayra, Emir y Elio hicieron las reverencias mientras que Alina hizo los gestos que se acordaba del discurso de Ian, dándoles poca importancia. Por el rabillo del ojo notó una fugaz mirada de Dai que inmóvil intentaba disimular una sonrisa. Ian miraba a ambos desaprobadoramente. Sus anfitriones, sin embargo, permanecieron inmóviles y erectos como tablones de madera.

—Sean bienvenidos a la capital de Eleutheria, permítanos escoltarlos al pabellón de conferencias donde podremos conversar con tranquilidad —dijo uno de los eleutherianos de la noche.

Alina sintió una breve punzada al escuchar esa voz; era calma, suave pero calculadora, y con un cierto tono de desprecio, ¿o era soberbia? Dándoles la espalda antes de que siquiera uno de los recién llegados pudiera responder, el comité comenzó su entrada a la ciudad y tras ellos siguieron unos silenciosos Mayra y Elio, un expectante Emir, un Dai con una no disimulada irritación, un indiferente Ian y una incómoda Alina.

El lenguaje es imperfecto, fue lo primero que pensó Alina al entrar en la ciudad, pues no podía encontrar palabras para describir con precisión lo que veía y sentía en aquel preciso instante. Majestuoso pensó que podría acercarse a lo que quería decir. También soberbio y supremo cruzaron por su mente, pero no bastaba para comunicar lo que estaba frente a sus ojos o la sensación de opresión y cosquilleo que sentía en su pecho.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora