22. Tormenta

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Era tarde en la noche cuando Alina se despertó sobresaltada sin saber por qué. No había tenido una pesadilla, ni había escuchado un ruido; simplemente se despertó nerviosa e incómoda sin razón alguna aparente. Sentía un nudo en la boca del estómago junto con un ligero cosquilleo, algo que no hacía más que aumentar su inquietud. Miró alrededor consternada pero sólo descubrió oscuridad, una oscuridad demasiado profunda y sin ese ligero color violeta que usualmente tenían las noches en aquel mundo. Dirigiéndose hacia la ventana observó que no había estrellas ni luna y sintió que no corría ni una brisa. Una nueva tormenta se acerca, pensó al oler la humedad en el aire, pero los anunciadores estaban en silencio.

Se dirigió hacia el ambiente común con el objetivo de salir por los ventanales hacia el balcón, intentando que sus ojos reconocieran los objetos a su alrededor para no chocar con nada y hacer el menor ruido posible. Al llegar, descubrió que el ambiente no estaba vacío. Dai se encontraba en uno de los mullidos sillones mirando fijamente la ventana como esperando algo.

—No creo que funcione pero por lo menos las aves van a pasar mal rato —murmuró.

¿La había visto? ¿De qué estaba hablando?

—Plumas volando por todas partes —continuó Dai intentando sofocar una risa haciendo caso omiso a Alina—. El único problema posible es enfermarse por la tormenta. Eso es peor que el daño que puedan hacer las gallinas —agregó seriamente.

—¿Sabes? De donde vengo hablar consigo mismo tanto como hablas tú no es una buena señal de estar bien de la cabeza —interrumpió Alina.

Dai se volvió bruscamente, sobresaltado por la aparición de la chica. La miró fijamente en un principio, cómo determinando si realmente estaba allí, y luego con desagrado.

—Y de donde yo vengo, espiar a las personas tampoco es bien visto, créeme, lo sé por experiencia.

—¿Qué haces despierto a estas horas de la noche?

—Espero la tormenta, escucha.

Unos segundos después, Alina escuchó los anunciadores sonar mientras sentía una ligera brisa que se escurría entre los ventanales creándole escalofríos en la espalda. Se sentó en uno de los sillones observando hacia afuera de la misma forma que lo hacía Dai. Tras unos minutos los anunciadores comenzaron a moverse más fuerte y de forma estruendosa al son de un viento cada vez más poderoso mientras un trueno retumbaba haciendo temblar el aire. Rayos comenzaron a caer iluminando la noche y el cielo violáceo, sería una tormenta incluso más potente que la de la mañana.

Gotas de agua comenzaron a caer, pocas al principio, abundantes unos segundos después, y Alina sintió como la temperatura bajaba dándole frio. Cuando Alina se estaba durmiendo nuevamente, el ventanal frente a ella se abrió con un fuerte golpe. Mientras la chica cerraba y abría los ojos desesperada por entender lo que estaba pasando sintió pasos apurados que entraban en la habitación.

—¡Despiértense! —gritó una voz— ¡Arriba!

Los ojos de Alina se estabilizaron justo cuando el resto de su grupo entraba al salón principal confundidos y con los ojos hinchados. Delante de ella, tapando el viento que entraba desde el ventanal, distinguió al vocero del comité cuyo nombre nunca supo, que miraba a todos con impaciencia. Su cabello, se encontraba suelto, despeinado y ligeramente mojado, esta vez no parecía tenerlo así por respeto. La chica pudo apreciar la hermosura del negro manto veteado de plata, largo hasta la cintura que volaba descontrolado por el viento e iluminado por la noche.

—Nos están atacando, agarren lo que tengan a mano y prepárense para partir de inmediato —explicó apuradamente mientras otros eleutherianos aterrizaban en el balcón formando un semicírculo protector.

—¡¿Pero cómo?! ¡Estamos a cientos de metros! ¿Cómo es posible que hayan llegado hasta aquí? —preguntó Emir cuya voz era más chillona que de costumbre.

—No hay tiempo de explicaciones, dense prisa —dijo mientras salía hacia el balcón.

El grupo de viajeros se apresuró a agarrar lo que estuviera al alcance y sin detenerse a cambiarse siquiera salieron al balcón dónde los eleutherianos los esperaban. Ian llegó entonces, tan apresurado cómo el resto y se dirigió al grupo sin decir una palabra siquiera.

—Vengan conmigo, los sacaré de la ciudad —comenzó a decir, pero fue interrumpido por un fuertísimo estruendo que hizo temblar el suelo y provocó el tambaleo de todos ellos. Los anunciadores dejaron de sonar.

—¡Váyanse ahora! Nosotros los distraeremos —gritó el vocero por encima del viento y el constante tintineo de los anunciadores.

Alina vio por primera vez las alas de los ángeles de la noche. El vocero y varios de sus acompañantes formaron dos perfectas hileras frente a ellos y desplegaron sus alas al viento y bajo la lluvia.

Eran tan negras como el más profundo de los abismos, más negras que las plumas de los cuervos y que el azabache. Pero entre ese abismo resplandecían más que nunca las plumas plateadas como pequeñas estrellas. Definitivamente los ángeles del día resplandecían mientras el sol se encontraba en el cielo, pero cuando la noche llegaba eran los ángeles de la noche los dueños del esplendor. Incluso las gotas de lluvia, a las que tanta repulsión tenían los eleutherianos, parecían esquivar su trayectoria para no tocar la belleza de las plumas.

—Buena suerte —dijo el vocero dirigiendo su mirada hacia ellos luchando con su cabello en el viento.

¡No podrá volar bien con su cabello suelto! Le impedirá ver, pensó Alina y en un momento de debilidad se quitó la cola que sujetaba su pelo.

—¡Hey tú, el que nos habló y nunca se dignó a decirnos su nombre! –gritó.

Cuando el eleutheriano se dio vuelta, la chica se dirigió corriendo hacia él y le tendió la cola de cabello apresuradamente intentando no mirar sus alas, recordando lo que le había advertido Ian en su primera conversación. Los ojos plateados y resplandecientes en la noche la miraron fijamente y desviaron su mirada a la cola de pelo que ahora el eleutheriano sujetaba.

—Es mejor que nada —dijo la chica con timidez arrepintiéndose de su acción al instante.

El eleutheriano la siguió mirando fijamente por unos segundos, haciendo que Alina se ruborizara ligeramente, para luego dirigirle una sonrisa y hacer uso de la cola de cabello rápidamente. Le dirigió una pequeña reverencia y junto a sus compañeros tomó carrera antes de levantar vuelo.

Alina pudo distinguir que varios grupos despegaban desde diferentes localidades de la ciudad y a los pocos segundos el cielo se encontraba lleno de cientos de alas, algunas más resplandecientes que otras, pero todas preparadas y sin un asomo de temor, repulsión o incomodidad ante la lluvia que caía sobre ellos.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora