—Fue cuando teníamos diez años, poco después del comienzo de clases. Su Maestro era muy poco fino y elegante, algo así como un criador de cerdos en medio de un banquete real, destacaba mucho en tan prestigiada escuela. Imagínense lo cómico que fue cuando este personaje se equivocó en su poción sanadora de inflamaciones e hizo estallar el caldero dejando olor a podrido en todo el laboratorio. Ahora que lo pienso tú también oliste durante semanas a huevos podridos. Durante todo el resto del semestre Misael fue conocido por Misa el hediondo. Tendrían que haberlo visto, chiquito como era oliendo y refunfuñando todo el día.
—No hubiera estallado si no hubieras intercambiado las hierbas Saladín. Además tú que dices. Te paseabas con la nariz estirada creyéndote mejor que todos nosotros durante años. Eras detestado por todos excepto por tus sanguijuelas a los que hacías llamar amigos.
La mañana estaba resultando ser muy, muy larga para Mayra y Elio. Al principio, las peleas de Saladín y Misael eran divertidas, ahora sólo querían terminar los cetros y que los ancianos nunca más se enfrentaran en su presencia. Tenían más energía que Marina en un día de paseo.
Saladín había resultado ser un poco menos estirado que la primera impresión que tuvieron cuando atravesó las puertas del palacio, incluso les parecía simpático al lado del malhumorado de su Maestro. La mañana siguiente a su llegada, los dos adolescentes y Joy se reunieron en uno de los pequeños laboratorios del palacio y sacaron las reliquias que Mayra y sus amigos habían recolectado en su viaje, sumándole la reliquia de los gaeleanos. Hebras plateadas del pelo del Príncipe Mental, las astillas del cuerno de los battousanios, algunas de las campanas de los anunciadores de los eleutherianos, un trozo de corteza de los faerlingas y, finalmente, un trozo de tul de las Logias.
Saladín las examinó detenidamente, tomando una por una con extrema delicadeza, tomándose su tiempo con cada pieza. Luego hizo una lista de materiales que precisaba y los despachó a conseguirlas.
—No entiendo, ¿Cómo formaremos cinco cetros a partir de piezas tan pequeñas? –preguntó Elio desconcertado tomando en su mano la pequeña pieza del cuerno de valentía.
—El objetivo es encontrar aquello que realmente mueve a quienes los miran. Por ejemplo, puede que no sea la corteza del árbol madre en sí lo que hace la reliquia de los faerlingas, sino el olor a bosque que despide. Lo mismo con los anunciadores, no es que estén hechos de metal lo que importa, sino el sonido que hacen en el viento —respondió Saladín pensativo examinando las reliquias—. Los objetos no tienen alma, pero si tienen algo de esencia dentro de su composición y los Maestros de las formas controlamos esa esencia.
—Pffffffffff... desde cuando te volviste filósofo Saladín –se burló Misael.
Durante el resto de la semana, ayudaban todas las mañanas a Saladín lijando maderas, mezclando polvos y pastas, pisando hierbas u hirviendo sustancias. Todos excepto Joy claro está, que, luego del primer día de trabajo se aburrió de molestar a Misael y engranar a Saladín para que contara sus historias y anunció que sólo vendría a buscar un reporte para el Príncipe Mental todas las mañanas.
Más que molestar a los dos ancianos, Joy pasaba sus días haciéndole la vida imposible a sus dos guardias y siendo regañado por Murdock por su falta de seriedad. Al parecer, la sombra había deducido que Joy era el responsable de sus comunicaciones instantáneas y quien permitía que los pedazos de reliquias fueran transmitidos a un lugar seguro en lugar ser transportadas por la iluminada. Había sido atacado un par de veces por traidores y marionetas de la sombra, por lo que el Príncipe Mental había asignado una guardia permanente, algo que Murdock aprobaba con efusividad. Joy, siendo Joy, se divertía escapando de ellos cada vez que podía. Mayra sentía lástima por los pobres guardias.
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Maestra del Alma
FantasíaAlina despierta en un mundo diferente al suyo y mientras intenta determinar si está loca o no, se ve sumida en una guerra ancestral liderada por una enigmática chica llamada Mayra. Recorriendo este extraño mundo al que llaman Babia en busca de aliad...