20. El origen de los Eleutherianos del sol

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—Permítanme guiarlos por la ciudad durante el transcurso de la reunión, hay hermosos lugares que definitivamente tienen que conocer —dijo Ian completamente indiferente a lo que acababa de ocurrir.

Alina lo miró con enfado. Aunque Ian no era parte del comité durante la conversación había sentido que él estaba totalmente de acuerdo con los de su raza respecto a la discusión y sólo con mirarlo la furia volvía a sus entrañas. Desvió su mirada del eleutheriano, ignorando sus palabras y divisó una escultura rodeada de flores y bancos a unas decenas de metros. Se encaminó hacia ella con paso firme y veloz sin mirarla detenidamente y se sentó en uno de los bancos para calmar su enojo. Miró hacia la puerta del castillo y descubrió que Emir se encontraba hablando sin parar con Ian señalando edificios, Alina casi podía oír su tono chillón en la distancia. Daesuke caminaba con paso veloz insultando entre dientes en su dirección.

—¿La próxima vez que decidas salir disparada a algún lado podrías tener la decencia de avisarme? ¡El poder que nos une me arrastró unos diez metros antes de darme cuenta lo que estaba pasando! —gritó con furia mientras se dirigía al banco a su derecha y se acostaba en él seguramente con la intención de dormir una siesta.

El sólo hecho de imaginarse al inmaculado Dai siendo arrastrado diez metros por una fuerza que nadie podía ver le hizo soltar una carcajada tan alta que varios eleutherianos que pasaban se voltearon a mirarla con desaprobación.

—¿Te atreves a reírte de mí? —respondió entre dientes mientras se incorporaba lanzándole su furia a través de sus ojos.

—Awwww, pero si hasta pareces un perrito con correa —continuó Alina aún entre risas.

Por un momento la chica sintió un breve sacudón a su alrededor, como si el espacio hubiese temblado por alguna fuerza desconocida. Dai se levantó de golpe seguramente con la intención de agredirla, tomando con cierta sorpresa a Alina, pero se interrumpió de golpe y miró a su alrededor. Los eleutherianos lo observaban expectantes, como esperando la acción de Dai antes de tomar una medida represiva al respecto, pues Alina sentía en su corazón que a pesar de la soberbia y altanería que la raza les había demostrado, su sentido de la justicia y honor era grande. Una interesante cultura, pensó, existe mucho más detrás de la apariencia de altaneros que presentan.

Retrocediendo a su banco nuevamente, Dai se sentó y desvió su mirada tanto de Alina como de los eleutherianos.

—¿Gaeleana, por qué no tienes alas? —preguntó una vocecita con cierta impertinencia.

Alina se sorprendió al ver a una niña eleutheriana del sol, el primer infante que veía de esa raza. Era la más pura representación de un ángel que había visto en su vida; su pálida tez era inmaculada y sus ojos eran brillantes y pícaros, parecidos a los de Joy. No debía de tener más de seis años calculó Alina. Tan sorprendida estaba, que su mente quedó en blanco y le fue imposible responder.

—¿No te duele no poder volar con el viento? ¿No estás triste por ser incompleta? —continuó la niña persistente.

—¡Ada! ¡No te he dicho que no se debe refregar los defectos y las inhabilidades de los demás en sus caras! No todos tienen nuestra suerte —rezongó una eleutheriana mientras agarraba firmemente la mano de la niña sin siquiera mirar a Alina.

Así es como veían los eleutherianos a las criaturas terrestres: como inválidas, poco evolucionadas razas con la cadencia de no poder volar, como a seres inferiores. Por eso desviaban su mirada o lo hacían sólo furtivamente, porque sentían que estaban mirando a una persona incapacitada, y en su gran ego, creían que era descortés mirar fijo a tales personas. Aunque entendía en parte la reacción de éste pueblo, Alina estaba enojada y dolida, no sabía si contestarle a la madre que la indecorosa era ella o enseñarle a la niña verdaderos modales.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora