27. El pueblo de las ilusiones

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Estoy en el país de las hadas, fue lo primero que pensó Alina. A medida que avanzaban se iban haciendo más numerosas las sencillas moradas hechas de madera entre y sobre los árboles del bosque. Firmes puentes colgantes y escaleras hechas de cuerda y troncos conectaban los grandes árboles los unos a los otros y con el suelo. Todo había sido fabricado para no desentonar con la naturaleza que rodeaba la ciudad; más que estar construida en ella, parecía formar parte.

Llegaron finalmente a lo que Alina supuso que era el centro de Faerl, un no muy grande claro donde el césped parecía más verde y suave de lo normal, y donde flores de varios colores crecían en millares. Alina respiró hondo y disfrutó del olor a jazmín y menta que impregnaba Faerl.

Ante la llegada del grupo, los faerlingas que se encontraban en los alrededores hicieron una reverencia a los recién llegados y luego de una sonrisa se fueron. Gair les indicó que tomaran asiento sobre el césped y les dirigió unas agudas y rápidas palabras a las faerlingas que los acompañaban. Éstas brincaron rápidamente hacia una casa de madera en uno de los extremos del claro y pronto volvieron con bandejas repletas de bellos aperitivos y bebidas que dispusieron en el centro del círculo que habían formado al sentarse.

—Bueno, mientras disfrutamos de unos bocadillos por qué no conversamos sobre las noticias que nos traen de los otros pueblos —comenzó Gair con sencillez.

—¿Aquí? —preguntó un desconfiado Elio mirando los abiertos alrededores y la cantidad de personas que había en la reunión.

—Muchacho, aunque soy el gobernante electo de Faerl todos compartimos una misma mente y cada uno colabora con su parte de una manera que ni te imaginas para mantener nuestra forma de vida. Digas lo que digas, sea aquí o encerrado, el pueblo lo sabrá eventualmente —explicó un faerlinga que no parecía ser mayor a Elio.

—Bueno, pero no creo que sea conveniente tener esta conversación frente a él —dijo Elio señalando con un movimiento de su cabeza a Daesuke.

—Por supuesto. Lorien, tú eres el más indicado, por qué no llevas a nuestro invitado a dar un paseo por la ciudad —recomendó Gair.

—Pero Gair, no me gustaría perderme de la conversación para hacer de niñera. —protestó.

—Ve —insistió el gobernante.

—Pero no más de cincuenta metros pues está atado a mí —aclaró Alina antes de que Lorien terminara de levantarse con desgana.

—Oh, pobre bella, atada a un monstruo —bromeó Lorien—. Ahora ven pequeño, vamos a jugar.

Ante la sorpresa de Alina, Daesuke se levantó sin protestas más que un silencioso "Cállate, cucaracha", y una mirada de asco a los aperitivos.

—No comas nada –susurró al oído de Alina antes de irse.

—Como seguramente habrá sido informado, recientemente se ha descubierto que varios de los ataques realizados por el enemigo tenían como objetivo destruir los símbolos emblemáticos de los diferentes pueblos —comenzó Mayra cuando los dos chicos se hubieron alejado lo suficiente.

—Sí, uno de ellos fue el de hace unos años en el bosque del norte. El enemigo destrozó la fuente de la vida —lamentó Gair mientras los otros faerlingas bajaban la mirada con tristeza.

—No habíamos considerado ese ataque, ¿desde hace tanto que están planeando esto? –dijo Emir.

—Estos ataques se realizaron con el propósito de bajar nuestra moral, de entristecernos y deprimirnos, o por lo contrario generar el sentimiento oscuro de venganza —continuó Mayra.

—Una táctica despreciable —comentó una faerlinga sentada al lado de Gair.

Aunque probablemente Gair ya supiera todo, les permitió que relataran el plan de las reliquias como si lo estuviese escuchando por primera vez, interrumpiendo sólo lo necesario. Lo que sí era nuevo para sus oídos fue el reciente ataque a Eleutheria, algo que pareció sorprenderlos por completo.

—¿Eleutheria? ¿Pero cómo? Las ciudades eleutherianas son prácticamente imposibles de alcanzar. ¡Los ataques contra ellas pueden ser contados con los dedos de las manos en toda la historia! —dijo sin salir de su asombro.

Emir se encargó de explicarle con detalles la estrategia seguida por el enemigo, y para cuando hubo terminado, todos los faerlingas tenían su risueño rostro decidido.

—Por supuesto que el pueblo Faerl aportará su parte en esta batalla. Haremos entrega de parte del cuerpo de nuestra querida madre hoy en la noche durante la fiesta que estamos realizando en su honor —dijo Gair, nuevamente con su sonrisa en el rostro, mientras se levantaba dando por terminada la pequeña reunión.

—Los acompañaremos a un lugar donde podrán ponerse cómodos y asearse —dijo otro faerlinga.

¿Parte del cuerpo de nuestra madre? Oh, por favor, que no vayan a torturar a nadie, pensó Alina alarmada, pues ya nada la sorprendía. Su preocupación se debe de haber hecho visible ya que Mayra se acercó con disimulo y al oído le dijo "Luego te explico".

***

—¿Entonces? ¿Alguien piensa explicarme que es todo eso de cortar un pedazo de la madre?

Estaban en una pequeña cabaña, una simple habitación con hamacas colgantes a modo de cama dónde algunos del grupo descansaban, excepto Elio que roncaba profundamente, balanceándose rítmicamente. Dai, la miró con exasperación pero no dijo una palabra, se había rendido de preguntar la razón por la cual Alina parecía no conocer hechos básicos de Babia.

Snooooooorrrrr... —roncó Elio.

—Los faerlingas son... desagradables... pero no son carniceros. Ni siquiera comen carne —dijo Daesuke mirando con molestia a Elio dándole una patada.

—No es una persona, es un árbol —dijo Mayra desde una de las hamacas.

—¿Eh?

—Según la creencia faerlinga, la madre de todo aquello en este mundo se sentía sola pues ninguna de las razas la entendía, ni tenían el interés de aprender el lenguaje de la naturaleza. Un día, tras mucho deliberar, hizo que nacieran los faerlingas e hizo que por instinto se juntaran en el corazón del bosque más grande. En dicho centro, se encontraba el árbol padre del bosque, y en él decidió hacer su morada la madre para poder estar cerca de sus hijos y vencer la soledad —explicó Emir rápidamente.

—¿Nos darán parte de su corteza entonces? —preguntó Alina con alivio.

—Eso suponemos —respondió Mayra.

—Junto con una demostración de cuán maravillosos son mediante un espectáculo lleno de pompa y esplendor y mentiras. —aclaró Daesuke haciendo énfasis en la última palabra.

Snooooooorrrrr... —roncó Elio.

—Ya cállate Elio —gritó Mayra haciendo temblar la hamaca del chico tan fuertemente que casi se cae.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó adormilado el chico acomodándose nuevamente para volver a dormir.

—No sé cómo puedes dormir. ¡Estoy tan emocionado de la fiesta de hoy de noche! Dicen que las actuaciones de los faerlingas son inolvidables y no muchos tienen el honor de estar presente en una. ¡Menos aún en una dentro de su propio territorio! ¡Seguramente participen todos los del pueblo! —dijo Emir emocionado.

—Cálmate, no te mojes los pantalones, son sólo cosas bonitas que ponen dentro de tu cabeza para ocultar lo que realmente te rodea —explicó Dai.

—Oh, tú dices eso simplemente porque sabes que son mejores que tú. Apuesto que la envidia no ha parado de comerte desde que llegamos a su territorio —espetó Emir comenzando a enojarse.

—No creo que sea yo el que últimamente siente envidia —respondió Dai en un murmullo que sólo Alina pudo oír.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora