37. La debilidad de la iluminada

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Dolía. Mucho. Eso fue lo primero que sintió Alina cuando estaba despertándose de su ensueño. Cualquier pequeño movimiento que hacía le generaba un estallido de dolor en la espalda y náuseas, por lo que decidió quedarse quieta.

Se encontraba recostada boca abajo en una mullida y blanda cama con un poco de olor a humedad. Frente a ella sólo veía una pared de piedra y por un momento no le importó mirar otra cosa. Sentía algo pesado y húmedo sobre su espalda.

Cuando encontró la fuerza de voluntad para girar su cabeza de lado, evitando gemir de dolor mientras lo hacía, se encontró con una silla antigua y grande en donde dormía, retorcido y emitiendo ronquidos suaves, Dai. En seguida de la silla venía otra pared de piedra que tenía una puerta de madera maciza con pestillos de hierro. Al otro extremo de la pequeña habitación podía ver un leve reflejo de una ventana, pero no mucho, todo estaba en penumbra.

Con cuidado estiró su brazo derecho hacia la silla y tiró gentilmente de la trenza de Dai, su espalda se quejándose si intentaba hacerlo de forma más brusca. El chico se despertó sobresaltado alejándose en seguida de su contacto.

—Al fin, pensamos que no despertarías más —dijo mientras se desperezaba y bostezaba.

—¿Dónde estamos? —fue lo único que pudo pensar Alina en decir.

—En las Logias, logramos llegar lo suficientemente rápido, pensamos que te ibas a desangrar antes pero el encapuchadito tiene talento después de todo.

—¿Qué tan malo es?

—Depende a lo que llames malo, ¿te encuentras viva no es así?

—Detalles Dai, detalles.

—Tienes un corte de hombro derecho a cadera izquierda y una apuñalada en el hígado. Sangraba mucho. Los hermanos de la razón te están tratando pero dicen que te quedará una cicatriz. Más fina de lo usual, pero no podrán eliminarla por completo. Has estado dormida durante un par de días y con fiebre.

—¿Hay alguna esperanza para Emir?

—No —respondió simplemente Dai.

En ese momento la puerta se abrió rechinando y Hikaru entró tambaleándose por el peso de un balde de agua, unos trapos y unos potes con un olor ácido y fuerte. Al verla despierta inclinó la cabeza y suspiró.

—Bueno, esa es una buena señal, la fiebre debe haber disminuido. Voy a cambiarte los vendajes —le dijo mientras bajaba la manta que la cubría hasta su cadera.

Alina razonó que, aunque se encontraba boca abajo, no tenía nada que cubriera su pecho y por instinto llevó los brazos a sus costados para cubrirse mientras se ruborizaba preguntándose qué habrían visto Dai y Hikaru mientras ella se encontraba dormida.

—Quédate tranquila que no tenemos mucho para ver, tienes cuerpo de escoba —exclamó Dai al notar su reacción—. Voy a dar unas vueltas a ver si puedo encontrar ropas limpias.

Con estas palabras se fue de la habitación dejando al niño encapuchado trabajando rápidamente sobre su espalda quitando los vendajes viejos y limpiando la herida ignorando los gemidos de Alina. Antes de salir de su campo visual, a la chica le pareció ver manchas rojas sobre las prendas de Dai.

—Sabes, no tuvimos tiempo a hacer una camilla, Dai te cargó en sus brazos durante todo el trayecto.

Entonces sí eran manchas de sangre.

—Cuando llegamos estaba agotado, pero dijo que no confiaba en los "encapuchados", que para nosotros todo era un experimento y exigió estar presente mientras te tratábamos. Te ha acompañado estos días la mayor parte del tiempo, en esa silla.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora