Alina comenzó a preocuparse cada vez más por su sanidad a medida que avanzaban por las pequeñas callejuelas entre las casas y comercios construidos con la misma piedra blanca que la muralla. Tenía que admitir que era una ciudad pintoresca y limpia aunque nunca hubiese visto nada similar. Gael, como había dicho Mayra que se llamaba esta ciudad, parecía estar estancada en una época medieval o algo parecido. Alina no era muy buena en Historia como para identificarlo.
Había escuchado hablar de festivales donde las personas pretendían vivir en la edad media durante unos días y se comportaban como caballeros y damas de antaño. Quizás había ido a parar cerca de alguno y realmente esperaba que fuese así, dado que la alternativa era mucho más preocupante que un grupo de personas viviendo en lo que creían ser tiempo mejores durante un par de días.
A lo lejos, detrás de las casas y comercios de dos o tres pisos, apareció una enorme estructura rectangular. Era el edificio más grande y esplendoroso de la ciudad blanca, hecho de mármol gris y madera clara, rodeado de un elegante y cuidado jardín lleno de flores. Cuando llegaron a las puertas de la gran reja que protegía el jardín, se comenzó a formar un cortejo de guardias hasta la puerta principal, cosa que, al parecer, no agradaba mucho a Mayra, quien dejó escapar un sonido de exasperación ante la pompa. Las enormes puertas se abrieron con un chirrido cuando estuvieron enfrentados a la escalera del edificio y dos figuras vestidas de gris se dejaron ver.
Una de ellas era una mujer, no muy imponente ni bella, pequeña y flaca, de cabellos oscuros que con una sonrisa cálida en el rostro, tomaba del brazo a la figura que dominaba toda la escena. Era un hombre que erguido miraba a los recién llegados expectante y cuyo aire extraño hacía sentir incómoda a Alina.
Los jinetes desmontaron de sus caballos y dos de los guardias procedieron a tomarlos y conducirlos fuera del camino principal hacia los establos. La compañía comenzó a subir lentamente los escalones, los ojos de Alina fijos en la figura al lado de la mujer intentando descubrir lo que la desconcertaba de ese personaje. Al avanzar, el corazón de la chica comenzó a latir más fuerte cuando pudo distinguir las facciones del hombre. Más que un hombre parecía una estatua de plata y marfil. Su tez era blanca e inmaculada, su cabello, largo hasta la cintura, consistía de finas hebras plateadas, pero lo más inquietante eran los ojos. Todo su iris consistía en un pequeño espejo y al mirarlos uno se veía a sí mismo.
A Alina siempre le había gustado mirar los ojos de las personas. El dicho "Los ojos son ventanas al alma" era uno de los pocos que verdaderamente consideraba en serio, pero al mirar a la figura plateada que tenía frente a ella no podía distinguir absolutamente nada en su interior. Era como mirar los ojos de un muñeco y la sensación le revolvió el estómago.
—Príncipe Mental, ¡sabes que odio llamar la atención de esta manera! ¡Diles a tus guardias que dejen de comportarse como si viniese el comité de los eleutherianos cada vez que llego! —reprochó Mayra suavemente.
—Mayra debo admitir que eso fue mi culpa. Había que darle la bienvenida a nuestra invitada después de todo —sonrió la mujer mirando a Alina.
—Veo que todo ha ido sin problemas —comentó el hombre mirando rígidamente a Alina—. Yo soy el Príncipe Mental, gobernante de todos los gaeleanos de Babia —dijo como si alguna de sus palabras fuesen a tener sentido para Alina—. Y esta es mi esposa Lauria.
—¡Mayra! ¡Mayra! ¡Mayra! —se sintió que gritaba una vocecita desde adentro del palacio.
Cual rayo, una niña de diez años vestida con volados y moños se lanzó hacia Mayra como si no la hubiese visto en una eternidad, abrazándola por el cuello. Seguidamente un niño de doce apareció también del interior del palacio con paso calmo, un libro bajo el brazo, y mueca de disculpas que dirigía a Lauria.
—Intenté detenerla, ¡pero es escurridiza! —dijo implorante el chico ante la mirada de reproche de quién seguramente era su madre.
—Marina, ¿qué te de dicho sobre tu comportamiento? ¿Especialmente con Mayra? —rezongó la madre olvidándose de todo protocolo real, si es que existía alguno.
—Está bien, Lauria —respondió Mayra acariciando la cabeza de la niña.
—¿Es ella la chica que fueron a buscar? —preguntó Marina aún colgada de Mayra mirando a Alina con una mirada traviesa.
—¿Podemos por favor entrar? Estoy cansado de estar aquí parado —comentó Elio desganado.
Todos siguieron al príncipe Mental hacia el interior del gran edificio, aún más elegante y detallado que el exterior, con escaleras de mármol y tallados en madera y plata por doquier. No tuvo mucho tiempo para contemplarlo pues un anciano de barba blanca hasta la cintura bajaba renqueando por una de las escaleras de mármol rápidamente con la mirada fija en ella.
—Mi nombre es Misael, soy el encargado de responder a todas tus preguntas —dijo simplemente mientras la analizaba con escrutinio.
Genial, pensó, sólo faltaba Dumbledore.
—¿Dónde demonios estoy y quienes son ustedes? —preguntó ella sin dar vueltas.
—No te preocupes que no es tan serio como parece —dijo Joy dándole una palmadita en su espalda.
—No me importa si es estricto, aburrido, amargado o si se viste de mujer en sus horas libres. Sólo quiero respuestas.
A su lado, Alina vio que Mayra se estaba sacando la capa que cubría toda su figura y por fin pudo ver sus rasgos. Era una chica de pelo castaño un poco más baja que ella, de ojos color miel pero de una profundidad y penetración que no parecían humanos. Debajo de la capa llevaba una simple solera blanca y al caminar, con pies descalzos, era como si lo estuviese haciendo sobre agua. Emanaba un brillo especial, aún más que el Príncipe Mental, que no sólo iluminaba la habitación sino también el corazón. La vio dirigirse hacia Lauria para devolver la capa prestada y agradecerle con su voz melodiosa. Intentando desviar la mirada, Alina se dio cuenta que no podía, estaba hipnotizada.
En seguida sintió las carcajadas de Elio que la miraba entretenido. Emir se acercó a ella y la sacudió nerviosamente ante la mirada de todos los presentes.
—No te preocupes, uno se acostumbra —dijo cuando pudo romper el trance—. Misael se encargará de explicarte todo.
Mayra, entendiendo lo que había sucedido bajó la mirada con vergüenza, haciendo sentir a Alina un poco culpable por observarla.
—Espera a verla enojada, es completamente lo opuesto —agregó Elio con una risita ahogada—. Es por eso que es preferible que use una capa cuando sale fuera del palacio, dejaría en trance a medio pueblo de lo contrario.
—¿Dónde diablos estoy? —fue lo único que salió de los labios de Alina, repitiendo una vez más la misma pregunta que había hecho desde el principio.
—Será mejor que te acompañen a tu habitación necesitas descansar –propuso Joy buscando con la mirada a algún sirviente.
—¡NO! ¡QUIERO QUE ME EXPLIQUEN DÓNDE ESTOY Y QUIÉNES SON USTEDES! —gritó Alina sin controlarse sintiendo su cara enrojecer del enojo— ESTOY CANSADA DE ESPERAR Y DE SEGUIR LA CORRIENTE, ¡LO EXIJO!
Todos la observaron sorprendidos por su ataque de ira y se miraron entre ellos buscando que alguno dijese algo. Misael fue quién tomó la iniciativa, acercándose Alina.
—Que temperamento que tiene la nueva... —susurró Elio a Emir.
—Tranquila muchacha, acompáñame y comenzaré a explicarte todo. Pero no alcanzará con unas pocas horas.
Alina ignoró a todos excepto al anciano, y mirándolo fríamente y sin decir una palabra logró que la dirigiesen por uno de los largos pasillos del palacio hacia un pequeño salón.
—Bueno niña, presta atención. Te encuentras en un lugar a mitad de camino entre la realidad de tu mundo y la imaginación de quienes lo habitan —comenzó el anciano yendo directamente al grano del asunto.
—¿Eh? —fue el único sonido que salió de la boca de Alina.
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Maestra del Alma
FantasyAlina despierta en un mundo diferente al suyo y mientras intenta determinar si está loca o no, se ve sumida en una guerra ancestral liderada por una enigmática chica llamada Mayra. Recorriendo este extraño mundo al que llaman Babia en busca de aliad...