64. Dudas

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—¡Emir! ¡Basta ya! Sabes que no te atacaremos –suplicó Mayra sofocando el llanto.

El suelo comenzó a temblar, varias grietas abriéndose con un estruendo levantando polvo y haciendo que pedazos de piedra cayeran de las paredes. Mayra y Elio se llevaron los antebrazos a la boca para intentar no respirar el polvo, pero comenzaron a toser de todas maneras.

—No estoy bromeando, la sombra a compartido parte de su energía conmigo lo que me permite ser cien veces más poderoso que antes –anunció haciendo que las antorchas estallaran en altas llamas–. Puedo controlar más elementos.

Los ojos de Emir estaban desencajados de la excitación y sonreía ampliamente ante la muestra de su propio poder. Elio extinguió las llamas nuevamente a su fuerza normal y se acercó unos metros hacia Emir posando la mano en la empuñadura de su espada.

—Al menos uno de los dos está comenzando a tomarme en serio —dijo victoriosamente Emir.

Posando su mirada en Mayra la analizó detenidamente buscando algo en su rostro y estudiando cada uno de sus movimientos.

—Realmente existe alguna conexión entre ustedes dos. Me encantaría poder estudiarlo a fondo, son pocas las personas que llegaron a conocer tanto a la iluminada como a la sombra. Me pregunto por qué no hay registros sobre esta evidente semejanza... —dijo Emir con su antigua voz estudiosa y aguda bajando un poco la empuñadura.

—Emir, Alina ha logrado controlar su poder, ¡podemos ayudarte a quebrar tu vínculo con la sombra! –explicó Mayra un poco desesperada sin escuchar del todo lo que decía el chico.

—Mayra, ¿por qué querría hacerlo? La sombra me ha dado poder, con su ayuda podré dominar todos los elementos –dijo nuevamente Emir desenfocando su mirada y volviendo a la posición de ataque.

—Porque somos tus amigos, porque no queremos luchar contigo –respondió Elio.

—¿Amigos? Me trataban como un pequeño payaso. Usaban mi mente cuando lo creían conveniente pero luego simplemente se reían de mi ambición y mi personalidad. Nunca dieron ni dos gramos de esfuerzo para alentarme, desde que llegó Elio, siempre ha sido así. La tercera rueda —espetó Emir con rabia.

—No te atacaremos —concluyó Mayra dejando caer sus lágrimas negándose a rebajarse.

—Entonces tendré que empezar yo.

Emir se abalanzó sobre Elio con la espada en el aire, con más destreza y energía que la que había demostrado durante toda su vida junto a Mayra. La energía que le compartía la sombra y su aumento en el uso del poder ayudaban a su confianza provocando una mejora en otros aspectos. Elio era un excelente espadachín, pero luchar con alguien a quien aún consideraba amigo afectaba su ímpetu de manera desmedida, cuidándose para no hacerle daño.

Estaba claro que el caso opuesto no se estaba dando, Emir abatía a Elio sin piedad, buscando estocarlo fieramente. Mayra lloró, su convicción escapando por los poros de su piel. Perfectamente podía atacar a Emir y terminar con todo esto, pero realmente no quería hacerle daño. No era como los demonios a los que había enfrentado hacía unos minutos, este era Emir, un chico que conocía desde la infancia, ¿Cómo había ido a parar su relación en este odio? ¿Qué había hecho durante el camino para que Emir tuviese tanto rencor acumulado?

¿Sería cierto que se había dejado llevar por la actitud cómica de Emir ante ciertas situaciones y actuado de forma arrogante frente a él? ¿Cómo podía ella, un ser creado puramente por energía positiva, haber lastimado tanto a alguien sin darse cuenta? ¿Era ella realmente un ser puro y sin maldad?

Las dudas la consumieron y Mayra sintió nuevamente hundirse en un pozo, toda su realidad tambaleándose frente a ella.

—Emir, lo siento –fue lo único que pudo decir.

—Mayra esto es lo que quiere la sombra, no te dejes ganar –le dijo Hikaru sacudiéndola de un brazo saliendo de su estupor.

—Es un poco tarde para eso. Déjame decirte Mayra, la sombra no tiene actitudes tan crueles como las tuyas –dijo Emir aún luchando con Elio.

Era peor que la sombra. ¿Qué significaba esto?

—Mayra, no lo escuches. Emir, ¡detente! Realmente no sientes lo que estás diciendo —afirmó Elio entrando en pánico.

—No, realmente lo siento y he esperado mucho para decirlo –contestó Emir.

Elio se turnaba entre mirar a Mayra y luchar con Emir, pero no podía continuar haciendo ambas. No cuando el brillo de Mayra estaba disminuyendo ante cada una de las afirmaciones de su antiguo amigo, o cuando Emir no daba señales de querer terminar de luchar. Otra vez, Elio tenía una gran decisión que tomar frente a él sin nadie que lo guiase y cuyo resultado afectaría a otras personas. ¿Lo odiaría Mayra por lo que estaba a punto de hacer? ¿Importaba sabiendo que la chica desaparecería en unas horas?

Gritando para obligarse a actuar, Elio dejó de defenderse y atacó la muñeca de Emir que aferraba la espada. Emir gritó de dolor sosteniendo únicamente un muñón sangrante, su espada y mano cayendo al suelo con un leve estruendo metálico.

—Lo siento, lo siento, Emir, pero esto va más allá de nosotros –imploró Elio intentando no lanzar el contenido de su estómago —Hikaru intenta parar el sangrado, por favor. Mayra, tenemos que seguir adelante.

Elio levantó la espada de Emir, intentando no mirar la mano cortada del chico yaciendo a su lado y se encaminó hacia Mayra intentando limpiar la sangre que lo había salpicado. La iluminada se había acuclillado ante el grito de dolor de Emir y miraba un punto fijo con ojos perdidos, lagrimas cayendo silenciosamente por sus mejillas.

Hikaru se acercó hacia Emir, intentando tomar el muñón en sus manos, pero Elio podía sentir como era apartado bruscamente por el chico que gemía de dolor. Elio se acuclilló frente a Mayra y la sacudió al principio levemente, luego con un poco más de fuerza como había hecho Alina tiempo atrás, pero el brillo de la iluminada continuaba aplacándose.

—Mayra perdóname pero tienes que seguir adelante, por favor, despierta –le susurró Elio abrazándola fuertemente–. Sabes que tampoco quiero esto, pero escapa a nosotros, vamos Mayra, levántate.

—¡ELIO, CUIDADO! –escuchó gritar a Hikaru desesperadamente a su espalda.

Volteándose espada en mano, con todos sus reflejos funcionando por instinto, Elio se defendió. Si hubiese tenido dos segundos para pensar, su actitud hubiese sido distinta, pero su cuerpo se movió sólo, recordando años de entrenamiento. Sintió el impacto antes de entender lo que estaba pasando, y el corazón se le encogió de arrepentimiento incluso antes de levantar la vista. Emir lo miraba con ojos vacíos, sangre burbujeando en su boca, su estómago empalado en la larga espada de Elio y una de sus manos soltando un fino puñal al piso haciendo eco en la caverna.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora