10. Grundel, la sabia

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A Alina no le costó más de unas horas concluir que una travesía a caballo no era nada parecido a como pintaban las películas, donde la protagonista permanecía maquillada y espléndida durante interminables días. No habían pasado ni dos horas cuando los músculos de las piernas le dolían y la ropa le raspaba la piel. En la noche Mayra le dio un ungüento que supuestamente ayudaba pero lo único que hacía era que la ropa se le pegara y oliese a hierbas fermentadas, cosa que definitivamente era peor. A su vez, viajar acompañada de un batallón de tres mil personas era lento y la ansiedad de Alina no lo soportaba. Sentía que no avanzaban más de un par de kilómetros por día y que la gente estaba siendo lenta a propósito. Por último, estaba el tema de la higiene personal. El sol pleno de verano hacía sudar a cualquiera, y un batallón sudado luego de días sin bañarse definitivamente olía horrible, sin mencionar las idas al baño y las letrinas. Alina no se podía soportar ni a sí misma. Se sentía pegajosa, grasosa, olorosa y, por supuesto, sucia.

Mayra, notando su desagrado y malhumor, se ofreció a usar el poder del agua para crear una ducha rudimentaria, pero seguía resultando incómodo y nunca se sentía del todo limpia. Tampoco podía darse el lujo de lavar seguido sus ropas. Varias veces se preguntó si no sería mejor volver al palacio y rogarle a Joy que la contratara como ayudante en su investigación dejando toda esta campaña, de la cual nada tenía que ver, detrás. Pero por alguna razón siguió adelante.

Luego de cinco días de viaje, Mayra anunció que sería buena idea adelantarse al batallón para llegar más rápido y comenzar a realizar planes con los battousanios. Alina lo agradeció con efusividad sin importarle lo ofendidos que se sentían los soldados y la compañía de cuatro adolescentes partió a caballo hacia el primer pueblo de camino.

Resultó ser pequeño y sombrío, y no fueron del todo bien recibidos. La gente los miraba de detrás de las cortinas de las casas de madera con recelo, sin ofrecerle asilo a la iluminada, algo que supuestamente era un gran honor.

—Creo que deberíamos seguir camino y acampar en el bosque más adelante –propuso Elio mirando a su alrededor viendo que nadie intentaba recibirlos o cruzar su camino.

Ante esta sugerencia, Alina estuvo a punto de salir y llamar a la primera puerta, para pedir en llantos que por favor le dieran alojo. Quería un baño y una cama y no se iría de allí hasta conseguirla.

—No es necesario Elio, alguien viene derechito hacia nosotros, ¿ves? ¿Allí? Al lado de esa cabaña de madera, donde está el caballo —señaló Emir emocionado.

—La vemos, la vemos, Emir –interrumpió Mayra mirando la renga figura que caminaba hacia ellos.

Era una anciana que caminaba dificultosamente con un bastón, meneando la cadera con cada paso. Su cabeza estaba cubierta con un pañuelo descolorido violeta y su cara estaba cubierta de gruesas arrugas y una gran nariz un poco deforme como una papa. Su mirada, sin embargo, era gentil y sonriente, Alina estuvo a punto de salir corriendo, abrazarla y rogarle de rodillas que la dejara quedarse en su casa pero la anciana se le adelantó.

—Bueno, bueno, si es la iluminada y sus amigos. Han pasado setenta años desde que la anterior iluminada pasó por este mismo pueblo, aunque en ese momento mis vecinos ERAN MAS HOSPITALARIOS –dijo levantando la voz en las últimas palabras y frunciendo el ceño hacia las casas cercanas, enojada–. Vengan conmigo, los alojaré en el mismo lugar que hace setenta años. Nunca pensé que viviría para volverte a ver —le dijo a Mayra como si fuese la misma persona que años atrás.

La siguieron hacia una casa un poco anticuada pero limpia y prolija donde ya había una olla en el fuego con algo que a Alina le hacía agua la boca y no podía evitar mirar cada tantos segundos. La anciana, por supuesto, se dio cuenta, y comenzó a reírse a carcajadas agudas.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora