41. Demonio Supremo Naná

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La Demonio Supremo Naná caminaba alrededor de sus hombres siempre pensando cada movimiento de caderas, cada movimiento de manos y cada mirada de reojo, todos controlados para causar el mayor efecto posible.

Era hermosa, siempre lo supo, incluso cuando era niña y su propio padrastro no podía dejar de mirarla con deseo. No pasó mucho tiempo hasta que no pudo controlarse.

Naná se estremeció con el recuerdo de su padrastro, pero por entonces ella todavía no había descubierto lo que sabía ahora. No había aprendido el poder que una mujer puede tener sobre los hombres cuando es hermosa y sabía cómo usar su belleza. Es verdad, al principio la subestiman, creen que es tonta y ellos están en control, pero luego de un pestañeo de sus largas pestañas o una media vuelta en el momento preciso por poco que le rogaban el control.

Paso. Paso. Contoneo.

Paso. Paso. Mirada.

Paso. Sonrisa. Guiño.

¿En qué momento se había unido a la sombra? No recordaba cuando la había empezado a sentir dentro de ella, creciendo con el paso del tiempo y tomando fuerza. Realmente no le importaba, la sombra entendía la importancia de la belleza, y había prometido ayudarla a mantenerla con el paso de los años para que no perdiese su poder.

—Señorita... —sintió decir a una voz titubeante a sus espaldas.

Para. Mirada por encima del hombro. Sonrisa.

—Hemos capturado a cuatro enmascarados que venían en nuestra dirección —informó uno de sus hombres, no le importaba recordar sus nombres.

—¡Perfecto! Muéstrame –respondió sonriendo.

Ser la Demonio Supremo que capturó al grupo de niños que intentaban destruir a la sombra la haría famosa. Inmortal en la historia. Naná se relamió con sólo pensar la recompensa que le daría la sombra. Quizás incluso compartiera con ella finalmente el secreto de la eternidad que le había prometido.

Todas sus ilusiones se vieron desinfladas cuando llegaron al grupo de enmascarados rodeados por soldados apuntándoles con sus espadas. No había forma que estos cuatro fueran los de la iluminada. Uno de ellos se notaba que era gordo y bien comido, petiso y de piernas cortas, uno de ellos era incluso más alto que ella, uno parecía tener el cuerpo de un niño de diez años y el quinto era una mujer con aún más curvas que ella.

Naná sintió su ira subir hasta sus pómulos.

—¿Es esto una broma? ¡Conjunto de inútiles! ¡¿Es que no entienden sobre descripciones físicas?! ¡¿Tengo que dibujárselos?! –atacó.

El hombre que la había dirigido hacia allí retrocedió unos pasos temiendo por su seguridad. Todos conocían el temperamento explosivo de Naná, y ella lo sabía.

—Pero señora, son cuatro y delgados. Dos más robustos y dos más esbeltos, bien podrían ser los cuatro del grupo de la iluminada.

Un valiente, recordaría su rostro para luego pisotear su hombría como un insecto más adelante. Pero el soldado tenía razón, había algo que no cuadraba. Estaba claro que sus soldados no entendían su ira y estaban confundidos. La miraban a ella, y volvían la mirada a los cuatro enmascarados intentando encontrar su error, sin éxito.

—¡Tú! –señaló Naná a uno de los soldados, de aspecto tímido que no dejaba de virar su cabeza de un lado a otro buscando alguna explicación–. Descríbeme a los cuatro enmascarados.

—E e e ee s co oo mo dijo m m m mi compañero señora –respondió sudando del miedo.

Naná llevó su mano a su dedo anular y acarició el anillo que llevaba con una sonrisa. Muy inteligente Daesuke, muy inteligente, pensó. Incluso podría haberse salido con la suya si no fuera porque la sombra le había regalado este anillo al poco tiempo que él desertara como un traidor asqueroso. Naná tenía órdenes de llevarle la cabeza de Daesuke en cuanto lo cruzara en su camino, y para ayudarla le había obsequiado el anillo, un amuleto repleto con el poder de la sombra para bloquear cualquier ilusión. Idea proveniente del collar que hizo Lorien para la iluminada, bajo órdenes de la sombra. Pero la joya que ella llevaba no tenía el poder de un mero Demonio Supremo, sino de la sombra misma, la Maestra de la mente por excelencia. La pequeña sanguijuela les habría dado un amuleto opuesto a los enmascarados, algo pequeño debía ser, con el poder suficiente para la ilusión del cambio de forma acorde a lo que él indicase. No lo suficientemente grande como para no agotar sus fuerzas. ¿Cuántos habría hecho? ¿Cincuenta? ¿Setenta?

Inspeccionó nuevamente a los enmascarados, que se comenzaban a ponerse nerviosos. Podría amenazarlos, pensó. Envolverlos en una manta y torturarlos a golpes o colgarlos de cabeza, hay formas. Necesitaba saber la fuente de la ilusión, y seguramente la tendrían escondida debajo de sus ropas. Desnudarlos claramente no era una opción...

Estaba por ordenar que los "convencieran" a decir cuál era el catalizador de la ilusión cuando posó su mirada en el enmascarado más pequeño, en el niño. Tenía el puño cerrado pero parecía jugar con algo en su interior.

—Muéstrame tu mano –le ordenó.

No obtuvo respuesta, el niño miraba el piso.

—Muéstrame tu mano o haré que uno de los caballeros aquí deforme tu cara a golpes –repitió con la mayor crueldad que le era posible.

El niño mostró su mano, seguramente pensando que Naná no habría descubierto su secreto, que la pequeña alubia que tenía en su mano no significaba nada. Pero por supuesto estaba equivocado. Tomó la alubia de la mano del niño.

—Envuélvanlos en una manta y enséñenles a no ayudar a las personas incorrectas ordenó.

Lentamente, aún ponderando y haciendo caso omiso a los gritos a su espalda, se acercó al mensajero, un hombre pequeño pero puramente atlético que podría correr durante horas sin cansarse.

—Recorre todos los puestos de vigilancia y entrega el siguiente mensaje. "La Demonio Supremo Naná ha descubierto que han enviado a varios enmascarados en grupos con una ilusión ocultando su forma física verdadera. No confíen en ellos, atrapen a cuantos puedan pero no se canten victoriosos. Encuentren la información correcta de la forma en que les parezca más oportuna".

El mensajero tomó su mochila y salió corriendo hacia el bosque con los ojos llenos de propósito. Naná, tenía un plan. No sólo iba a ser la demonio que había descifrado el plan del ex Demonio Supremo Daesuke, sino que sería la que lo atrapase. A él y a sus compañeritos. Todas las ilusiones dejan un vínculo, como un pequeño hilo, atado a su creador hasta que su poder se agota. Y quién mejor para seguir un vínculo que la mejor rastreadora de personas, la propia sombra, cuya vida consistía en eso mismo. Naná acercó el frijol a su anillo y sintió como la joya se volvía caliente de la actividad, la sombra lo sabía, lejos donde estaba Naná sabía que monitoreaba el anillo y el poder dentro de él, y sabía que entendería la señal. Naná sintió como desde la joya surgía un nuevo poder, tenue, que le permitía ver el hilo de la ilusión que desprendía el frijol.

Con una sonrisa y un grito a sus hombres para que levantaran el campamento, Naná salió en búsqueda de Daesuke, gran desertor.

Maestra del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora